En pie de guerra
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En pie de guerra
Resumen: Filch ha tenido un problema y ha debido dejar su trabajo de conserje. A cambio de él, le sustituye una muchacha bastante peculiar. Merlina y Severus no se soportan, y se declaran la guerra. ¿Pero qué sucedería si la situación se le escapa de las manos? ¿Exceso de bromas y venganza? ¿Se podrían revertir las cosas?
Rating: +15
Categorías: Comedia, Romance, Drama.
Ubicación temporal: 6º y 7º año.
Notas:
1- Esta historia no toma en cuenta el 6º libro, ni menos, el 7º, por lo tanto, está completamente libre de Spoilers, y Severus NO es profesor de DAO; sigue con el puesto de Pociones. Dumbledore vivo, etc.
2- No hay guerra. Absurdo, porque el título dice otra cosa; no obstante, me refiero a la guerra Malos v/s Buenos.No hay ese tipo de guerra por 3 simples razones: me quiero dedicar especialmente a Severus, no a los mortífagos ni a la OF. Ya escribí una historia de Severus con la guerra, en "Vueltas Pasadas, Presentes y Futuras con Severus Snape". Por último, estoy en oootra historia que incluye la guerra, así que nooo más guerras xD. A lo que voy es que, la guerra se posterga, Harry algún día vencerá al tío Voldy, salvo que él conquiste el mundo. Severus no es traidor tampoco.
3- La historia está vista del punto de vista de la muchacha. No es una Mary Sue, por eso son importantísimos los 3 primeros capítulos, para conocerla.
4- El rating es por si las moscas. Hay partes que quizás no sean dignas de ser leídas por menores de 15 años, pero cada uno está bajo su responsabilidad.
5- Les garantizo entretención, sobre todo a las Sevifans.
6- El OoC puede ser cualquiera de nosotras. Tiene muchas cualidades mías, y bueno, también defectos, pero estos pueden ser suyos también.
7- Severus... igual que siempre. No crean que es simpático en este fic.
8- No juzguen las apariencias, que este es el primer cap. Los otros se vienen de pelos.
9- El título tal vez sea provicional. Todavía estoy viendo eso, pero si les gusta, lo dejo.
11- Me olvidaba: La edad de Severus no es canon, en esta historia tiene 32.
12 Disfrútenlo.
2- No hay guerra. Absurdo, porque el título dice otra cosa; no obstante, me refiero a la guerra Malos v/s Buenos.No hay ese tipo de guerra por 3 simples razones: me quiero dedicar especialmente a Severus, no a los mortífagos ni a la OF. Ya escribí una historia de Severus con la guerra, en "Vueltas Pasadas, Presentes y Futuras con Severus Snape". Por último, estoy en oootra historia que incluye la guerra, así que nooo más guerras xD. A lo que voy es que, la guerra se posterga, Harry algún día vencerá al tío Voldy, salvo que él conquiste el mundo. Severus no es traidor tampoco.
3- La historia está vista del punto de vista de la muchacha. No es una Mary Sue, por eso son importantísimos los 3 primeros capítulos, para conocerla.
4- El rating es por si las moscas. Hay partes que quizás no sean dignas de ser leídas por menores de 15 años, pero cada uno está bajo su responsabilidad.
5- Les garantizo entretención, sobre todo a las Sevifans.
6- El OoC puede ser cualquiera de nosotras. Tiene muchas cualidades mías, y bueno, también defectos, pero estos pueden ser suyos también.
7- Severus... igual que siempre. No crean que es simpático en este fic.
8- No juzguen las apariencias, que este es el primer cap. Los otros se vienen de pelos.
9- El título tal vez sea provicional. Todavía estoy viendo eso, pero si les gusta, lo dejo.
11- Me olvidaba: La edad de Severus no es canon, en esta historia tiene 32.
12 Disfrútenlo.
Disclaimer maldito: Disclaimer Maldito: Todos los personajes pertenecen a la Diosa Rowling, excepto los inventados, que son míos xD.
F_J__Slytherin-
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Localización : En la escena del crimen
Fecha de inscripción : 19/04/2008
Re: En pie de guerra
Capítulo 1: El nuevo trabajo
Merlina Morgan, en muchos sentidos, era una bruja bastante especial, con más defectos que virtudes, en el rango de cualquier persona normal. A primera vista todos decían que era demasiado buena persona como para vivir sola, tener un novio bueno para nada y mal genio, y no tener trabajo digno, o al menos, estable. Cuando la llegaban a conocer más, esos mismos individuos que la compadecían, terminaban diciendo que era una chiquilla torpe y que, con razón no tenía un novio decente, a unos padres o hermanos que la soportaran o un trabajo donde la aguantaran durante más de un mes.
Ella, por su parte, hacía lo posible por llevarse bien con la gente, y nadie podía decir que no era una muchacha simpática, pero era tan inútil en algunas cosas, que comenzaba a estorbar al poco tiempo. Y era ahí cuando erraba: ella se daba cuenta de que caía mal y trataba de repararlo cargoseándose en la gente, invitándolos a salir, incluso ofreciendo pagar ella (aunque no tuviera el dinero suficiente), pero se negaban rotundamente, como si tuviera una peste contagiosa. Luego se preguntaba que qué había hecho mal. Y es que en realidad nadie la comprendía en su totalidad porque nadie sabía su historia, salvo su novio, aunque no en todos los detalles, porque no le gustaba recordarla, y más bien, la tenía casi bloqueada.
Merlina había sido bastante sufrida. Desde su nacimiento vivió en Inglaterra, con su familia completa. Fue a Hogwarts y llegó a cuarto año como cualquier niño normal, pero siendo muy exitosa en todo, aunque nunca llamaba demasiado la atención, pero solía ser excepcionalmente inteligente y soñadora. Sin embargo, durante las vacaciones de ese año, en 1986, sus padres y hermano mayor murieron en un accidente de incendio en su casa de madera, y no habían podido apagarlo porque eran muggles, y ella era la única bruja. Por esa razón, a sus quince años fue trasladada donde su familia que vivía en Estados Unidos, quienes la intentaron criar como a una hija más, la ayudaron durante un año con terapias muggles para que se recuperara de la impresión y para que le perdiera el miedo al fuego. La recuperación emocional no fue difícil, pero nunca pudo recuperarse de la nueva fobia. A la simple mención de “fuego” o “incendio” quedaba completamente paralizada, nada comparado con las arañas. Luego, fue puesta en el Instituto de las Brujas de Salem, donde tuvo que rehacer sus estudios. Repitió dos veces quinto año, sexto lo repitió una vez, y séptimo lo pasó a duras penas. Terminó saliendo a los diecinueve años del Instituto, pronto de cumplir los veinte, siendo la más humillada de sus compañeros, ya que era la única que se había quedado pegada tanto tiempo. Ni si quiera se molestó ir a su graduación, para ahorrarse la humillación.
A diario extrañaba a su familia. Su hermano, Drake, había sido un gran apoyo, y para él ella había sido su regalona. Sus padres… mejores, no podía haber tenido. Pero desde que se había recuperado, no lloraba por ellos, ya no le quedaban lágrimas. Tampoco deseaba morirse, como en algún momento que lo había pensado. La vida le había arrebatado cosas, pero vivir era lo mejor, y eso era lo que hacía ella por su familia.
Después de haber salido por fin del Instituto de las Brujas de Salem, tocó la gracia de buscar trabajo. Para qué decir que con un currículum de ese tipo no fue aceptada en ninguna parte donde ofrecieran una labor como corresponde. Trabajó tres años en tiendas de túnicas como promotora, y luego tomó su decisión final: ser independiente. Sus tíos la apoyaron, le desearon buena suerte y la dejaron marchar a su tierra natal, Inglaterra.
Y allí estaba ahora. Habían transcurrido tres años, tiene los 25 años hace un par de semanas cumplidos, y durante todo ese tiempo ha estado siendo parte de trabajos esporádicos, como la ayudante del ayudante del empleado del subgerente del jefe, la que se preocupa de los reclamos de los clientes, la que limpia los baños y las bodegas, y a la que le terminan gritando por todo. Pero ella era feliz. Era feliz porque vivía sin familia que la mantuviera; porque, a pesar todo había sobrevivido a sus desgracias, porque ganaba algo de dinero que le alcanzaba para comer y las necesidades básicas, y porque tenía un novio, que a pesar de que fuera algo bipolar, la quería. O eso era lo que ella creía. Al fin y al cabo a cada situación lograba encontrarle su lado provechoso. Cualquiera pensaría que había tenido una adolescencia normal, porque tenía un excelente sentido del humor. Quizá demasiado bueno.
A Craig, su novio, lo había conocido en el Callejón Diagon, cuando buscaba un lugar donde alojarse, que no fuera caro. Por suerte él arrendaba unas piezas a buen precio, que en realidad eran de sus padres, en el mismo Callejón. Y ahí se “enamoraron”, llevaban seis meses de noviazgo, y hasta el momento todo marchaba bien. El mantenía las piezas haciendo aseo en cooperación a sus padres, y ella trabajaba en La Botica como acomodadora, empaquetadora y embotelladora, donde solía manipular sustancias extrañas, viscosas, hediondas y asquerosas.
― ¡Merlina! Ya vamos a acostarnos. Hiciste suficiente hoy. Mañana sigues, ya embalaste suficientes cajas―dijo su jefa, cuando eran cerca de las once.
Merlina dejó la botella a la que le estaba vertiendo una sustancia azul humeante de una gran matraz.
― ¡Gracias! ―gritó, contenta, desprendiéndose de los guantes de piel de dragón, sacándose las antiparras y la gruesa capa, que le daban un extraño aspecto de extraterrestre. Corrió a besar a su jefa en la mejilla.
―Ya, ya, basta, es hora de que te fueras más temprano. Has llegado a las nueve de la mañana y te has ido a las tres todos los días y eso nos ha perjudicado a nosotros también.
Merlina sonrió con sus blancos dientes regulares y volvió a decir un jubiloso "gracias". Fue al baño antes de irse para volver a peinarse, haciéndose una coleta en su largo cabello negro, y en el espejo vio el reflejo de una persona demasiado blanca de mejillas muy coloradas, por el arduo trabajo. Se despidió de su jefa y salió de La Botica, a la oscura y fría noche, nublada, sin estrellas. Tarareando se fue hasta una de las últimas casas al final de la calle, muy antigua, muy grande y de dos pisos. Sacó las llaves y abrió la puerta sigilosamente. Los demás inquilinos debían estar durmiendo. Caminó por un largo pasillo y fue a su habitación. Había luz. Abrió la puerta y vio que Craig estaba allí, en su cama, durmiendo, con un pergamino en la mano.
Se aproximó y lo sacudió del hombro.
― Craig... Craig... ¡Craig, despierta!
― ¿Mm? ¿Lina? ¿Qué hora es? ―balbuceó entreabriendo los ojos ― Creo que me quedé dormido...
Merlina se sentó en la orilla de la cama.
― ¿Qué estás haciendo aquí?
―Te estaba esperando... ―se sentó y estiró la mano en la que tenía el pergamino―hoy te llegó esto.
Los ojos de Merlina pasaron del sobre rasgado que estaba en la cama, a la carta arrugada. Frunció el entrecejo y le arrebató la carta.
― ¡Estuviste viendo mi correspondencia!
―Tú misma me dijiste que estuviera atento si...
― ¡Sí, pero no que te dedicaras a leerlas!
―Bueno, para la otra ya lo sé... ―susurró cariñoso y la besó ―léela. Creo que es una buena noticia.
Los dedos de la joven temblaron al abrir la carta. Una buena noticia... ¿Qué podía ser una buena noticia, a esas alturas de la vida? Bueno, abriendo la carta lo sabría.
Sus ojos marrones recorrieron rápidamente las palabras de la carta, que decía:
Estimada Señorita Merlina Morgan:
Cordialmente se le hace recordar que, aproximadamente hace un mes, usted envió un informe con sus datos personales solicitando trabajo. Pues, le queremos comunicar que ha sido aceptada en área que se ha apuntado. Nuestro ex celador, el Señor Argus Filch, ha recaído en una enfermedad y en problemas familiares que requieren de mucho cuidado, por eso se ha decidido llamarla a usted. Si acepta el empleo como Conserje, entonces envíenos la respuesta lo antes posible, ya que es muy necesario ese puesto. Cualquier cosa, como su salario y sus atribuciones, será conversado el día de su llegada, el 1º de Septiembre, a primeras horas de la mañana.
En el sobre se adjunta su pasaje de ida a las 11 de la noche en la estación King’s Cross, andén 9 y ¾, y el vale de comida gratis en el Expreso.
Se le desea un buen verano.
Se despide atentamente
Albus P. W. B. Dumbledore
Director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería
Orden de Merlín Primera Clase.
Leyó dos veces la carta. Y la iba a leer una vez más, cuando Craig dijo que hablara luego.
― ¿Es una buena noticia o no?
―Es... ―Merlina miró a su novio con los ojos brillantes ― ¡Es una excelente noticia! ¡Ir a Hogwarts otra vez! ¡Estar en banquetes! ¡Limpiar el castillo! ¡Es como volver a mi verdadero hogar, Craig!
El muchacho sonrió y le acarició la cara.
―Pero...
― ¿Pero qué? ―dijo Merlina un poco brusca, producto de la emoción.
―Eso no afectará nuestra relación, ¿verdad?
― ¿Qué quieres decir?
―Que... estaremos diez meses sin comunicarnos.
―Está el correo, Craig ―apuntó Merlina, divertida y algo ofuscada. Eso era lo único que le molestaba de Craig, cambiaba muy rápido de idea, como llevándole la contra.
―Sí, pero... me refiero en cuanto a vernos. Podemos escribirnos, pero vernos no. Y sabes que en vacaciones de Navidad y de Semana Santa es cuando más se trabaja, así que dudo que puedas venir para acá.
Merlina no contestó. Era verdad que no se verían durante muchísimo tiempo, pero si la relación era sólida ni la distancia ni el tiempo importaba, ¿o no? ¿Cuánto la esperaría Craig? Y de todas formas, no podía negar un trabajo como ese cuando se le presentaba en bandeja, y con mayo razón si venía de Albus, quien había sido alguna vez su director, y de su amado colegio, Hogwarts, donde había pasado sus mejores momentos. Momentos que apenas podía recordar, pero que sabía que estaban ahí...
―Ve ―dijo Craig, sonriendo otra vez, como dándose cuenta de los pensamientos de su novia―, has esperado por años un trabajo fijo y bueno y... ve ―concluyó.
―Gracias Craig... gracias... ―dejó la carta un lado y lo abrazó fuertemente. Craig le acarició la espalda con la sonrisa pegada en la cara, bastante falsa.
Se separaron luego de unos segundos.
―Bueno, ya es tarde ―dijo Merlina ―, es mejor que vayas a tu cuarto.
―Buenas noches ―se despidió Craig dándole un mezquino beso en la mejilla.
―Qué duermas bien, Craig.
El muchacho, tres años menor que ella, caminó hacia la puerta y salió, cerrando la puerta tras él. Se fue por el pasillo oscuro, sin residuos de sonrisa o felicidad sino que totalmente serio y con brillo de rabia y envidia en los ojos.
Merlina cayó de espaldas a la cama con una gran sonrisa dibujada. De la mesita de noche, de memoria, extrajo una foto vieja y gastada, al estilo muggle, porque no se movía ninguno de sus personajes. No podía estar más contenta. Volver a Hogwarts. Era un sueño. Ella había enviado la solicitud de trabajo sin jamás pensar que sería llamada. ¡El viejo loco de Filch se había enfermado! Qué suerte tenía. Mañana mismo presentaría su renuncia a su jefa. Quedaban solo dos semanas para que fuera 1º de septiembre, así que en ese tiempo podría mantenerse con un poco de dinero y pagar el último arriendo a los padres de Craig.
Recorrió a las cuatro personas de la foto, entre ellas, ella misma, y no tenía más de trece años.
―Fantástico, ¿no lo creen? ―susurró a la foto e imaginándose que le respondían un “sí”.
Extrañaría a Craig, era cierto, pero el trabajo era importante. Y si quería llegar a formar algo más concreto con él, tendría que ganar un sueldo digno y así no estar bajo el cargo de sus padres. Ojalá ella tuviera a los suyos... pero bueno, tendría un trabajo. ¡Ahora sí que nada podría salir mal! ¡La aceptarían, porque Dumbledore aceptaba a todo el mundo! Y no tendría gente que la odiara. No. Esta vez sí que no. Tendría un futuro asegurado y una vida normal. Todo se veía tan ideal... Pero no tenía idea de cuán equivocada estaba.
Y sumida en sus felices pensamientos se quedó dormida, sin siquiera ponerse el pijama.
A la mañana siguiente, Merlina, se despertó muy animada y temprano, y eso que poco había dormido, pero al parecer eran las ansias de hacer las cosas lo antes posible. Sin embargo, en un principio había creído que todo había sido un sueño, de esos que son demasiado lindos como para ser verdad, pero que aún así son reales. Su pecho se infló de orgullo y llegó a sentirse diez años más joven. Sí, diez, porque el simple hecho de pensar que iba a volver al colegio que la había hecho feliz, y donde había tenido amigos de verdad, le hacía sentirse más pequeña e inmadura. Era lamentable el no poder estar en las clases, pero ya había repetido cursos suficientes como para volver a pasar por lo mismo. Con ver a la juventud floreciente y alegre se conformaría.
A las ocho ya estaba bañada y arreglada, así que bajó a desayunar. El comedor era grande, y era precisamente los padres de Craig los que cocinaban. A veces él ayudaba, pero en ese momento no estaba.
―Señora Griselda, ¿no ha bajado Craig? ―preguntó con cordialidad.
―No, querida, la verdad es que no le he visto―. Merlina se encogió de hombros, extrañada, y se tomó el vaso de leche junto con unas galletas.
Luego de terminar subió a lavarse los dientes y aprovechar de despedirse de Craig para que le deseara buena suerte con la renuncia.
Golpeó dos veces. Nadie contestó. Entró con cuidado. Craig estaba a medio tapar con su pijama de rayas rojas, en un profundo sueño. Se acercó en silencio y le dio un beso en los labios. No quería despertarlo.
―Deséame suerte ―susurró en un tono casi inaudible y se retiró de la habitación. Apenas sonó el chasquido de la puerta cerrar, Craig abrió los ojos como un autómata y farfulló:
― Perra.
Y se volteó, con los brazos cruzados, y volvió a dormirse. No volvió a salir durante el resto del día.
oOo
Última edición por F_J__Slytherin el Sáb 28 Jun 2008, 9:07 pm, editado 2 veces
F_J__Slytherin-
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Re: En pie de guerra
Capítulo 2: Regreso a Hogwarts
Salió del hospedaje y bajó a La Botica, como siempre, cantando, haciendo que una que otra persona la miraran con recelo. El día, nuevamente, estaba nublado y fresco, así que con bufanda había ido al exterior.
Llegó, como siempre puntual, con la diferencia que ese día no iba a trabajar.
— ¡Señora Lita! ¡Buenos días! —dijo con su tono enérgico a la arrugada mujer que, con unas gafas muy gruesas, contaba el dinero recibido, y tenía varios montones de knuts y sickles sobre el mesón.
—Hola, Merlina, llegas a tiempo, quería que continuaras...
—Perdóneme Señora Lita, pero esta vez no vengo a la labor.
La mujer dejó el trapo y se colocó los lentes que estaban amarrados por una cuerda, colgados a su cuello.
— ¿Ah no, querida? ¿Y a qué se debe eso?
—A que tengo un nuevo trabajo —resumió.
Y le contó todo a su ex jefa, de la mejor manera posible, porque temía que se lo pudiera tomar mal. Pero se equivocó, la señora sonrió de manera muy dulce.
—Estoy muy contenta, Merlina; lo digo en serio —agregó al ver la cara de incredulidad de la muchacha —. Eres joven, así que tienes todo tu derecho en buscar un trabajo menos añejo y polvoriento que este —señaló sonriendo con sus irregulares dientes amarillos—, y así te sirve para alejarte de aquí... y del chico Craig... y te tomas un respiro y...
Pero antes que pudiera seguir hablando, Merlina había reaccionado ante la frase "chico Craig".
—No entiendo, ¿por qué usted, entre varios más, se empeña en decirme cosas sobre Craig? En este caso, alejarme...
—No es por nada, chiquilla, es sólo para que te liberes un poco; comprende que el noviazgo no lo es todo...
—Señora Lita, Craig y yo vamos muy bien, no hay de qué preocuparse.
—Claro que no, sólo decía que... Bueno, felicidades, querida. Y... —fue hacia la caja registradora, la abrió con un hechizo de la varita, sacó unos billetes, los contó y se los entregó —, tu última paga del mes y un poco más.
—Pensé que no me iba a pagar —soltó Merlina, asombrada y agradecida.
— ¿Cómo no pagarte, Merlina? Durante tus pocos siete meses me has sido de mucha ayuda —dijo—. Eres muy eficiente, no veo porqué te tiene que ir mal allá. Pero cualquier cosa, sabes que puedes regresar acá.
— ¿Pero usted contratará a alguien ahora?
—Claro que sí. Necesito a alguien, y no tardaré en contratar a algún joven como tú. Pero en el caso de que tengas que regresar, podría tener quizá a dos ayudantes...
—Se lo agradezco montones, pero no creo que lo necesite. No creo que vuelva, en Hogwarts será diferente —hizo una pausa, y luego añadió —. Pero claro que volveré acá para las vacaciones de verano, dudo que haya que hacer mucho en el castillo...
—Está bien. Qué tengas mucha suerte y ve de inmediato a prepararte, que dos semanas pasan volando.
Se dieron un largo abrazo amistoso, y luego Merlina dejó la tienda.
Apenas sonó la campanita, la vieja volvió a las cuentas.
—Chiquilla despistada… qué bueno que no te veré durante un buen tiempo, y espero que no vuelvas —susurró de mala gana —, hasta un bebé hace el trabajo mejor que tú. Y hasta un troll sabría que tu novio es un patán. Chiquilla descerebrada, por Merlín…
Por suerte, Merlina no tuvo la necesidad ni la ocasión de volver a entrar a la tienda el resto de las dos semanas.
Y la señora Lita tuvo muchísima razón: la semana no hizo extensa ni una sola pizca. El resto de los días estuvo muy ocupada comprando ropa nueva, túnicas decentes, zapatos y zapatillas, y en realidad un montón de cosas que iba a necesitar para el resto del año en el colegio, y lo principal: una gran maleta de mano para poder echar todos esos cachureos ahí. También se dedicó a pagar unas cuantas cosas, dejar cancelado el arriendo a los padres de Craig, quedándose con unos cuántos Galeons para el resto de los días y poder ir a Londres para tomar el tren. Todo aquello, y algunas cuantas cosas más que no valen la pena nombrar, hicieron que pasara desapercibido el alejamiento mutuo entre Craig y ella. A veces se saludaban en las mañanas y con suerte se deseaban las buenas noches con fugaces besos carentes de pasión. Y es que, en realidad, Merlina nunca se había caracterizado por ser apasionada. Pero eso no le preocupaba a ella. Nada podía hacer decaer su ánimo, además, para ella, todo andaba de perlas. Con Craig se extrañarían mucho, y cuando se vieran, sería todo muy mágico, como en un cuento de hadas.
Por otro lado, los padres de Craig no decían gran cosa. Nunca se habían metido mucho en las cosas de su hijo, porque Craig tenía mal carácter. Además, la ausencia durante diez meses de Merlina significaba cincuenta galeones menos, y tendrían que intentar promover el hospedaje para recuperar ese dinero, así que prácticamente no la felicitaron cuando anunció la noticia. "Qué lástima", había dicho la mamá de Craig, como para sí.
El mismo día que iba a partir se puede afirmar que Merlina estuvo más cercana a su novio. Pero fue bastante incómodo. Fue cerca de las cinco de la tarde.
Tocaron la puerta mientras ella arreglaba con mucho cuidado el equipaje, doblando la ropa lo más estirada posible para que no se le arrugara. Planchar, ni con magia ni con el método muggle, era su elemento.
—Adelante —dijo algo distraída contando los pares de calcetines.
Entró Craig con los labios apretados, y bastante serio. Merlina lo miró fugazmente con una sonrisa.
—Hola —dijo y volvió a contar su ropa interior.
—Hola... ¿tienes un momento? —preguntó, metiéndose las manos en los bolsillos.
—Sí, solo un segundo... —terminó de aplastar la ropa a presión y cerró la maleta con los broches bien apretados, y con magia también.
Se sacó al pelo de la cara y se volteó.
—Ahora sí, dime —replicó viendo a Craig.
—Bien... —se sentó en su cama con las manos entrelazadas.
— ¿Sucede algo? —indagó ella, dándose cuenta de que los ojos grises de Craig estaban más fríos de lo normal.
—Es que... simplemente veo que te vas a ir y... Pensé que te podrías arrepentir.
Merlina abrió la boca y luego la cerró. Le había sorprendido bastante la respuesta. Craig le había demostrado, en un principio, ponerse contento por su decisión. Pero ahora, que le dijera eso era raro, no concordaba.
—Pero Craig... tú me dijiste que estaba bien y...
—Lo sé, lo sé pero...
—No es solamente eso, ¿cierto?
—No.
Se miraron a los ojos y Craig le tomó la mano.
—Me apena que..., no sé, es que estás alejada.
—Es porque he tenido que hacer muchas cosas, y lo sabes. Ve al grano.
—Nos conocemos hace tres años, llevamos seis meses de noviazgo y... nada.
Merlina asintió levemente. Sentía por donde iba el tema: su falta de pasión. Y eso no le agradaba. Dejó que él continuara.
—Y bueno, te vas a ir y vamos a estar sin contacto durante diez meses y todavía no...
— ¿Tenemos sexo? ¿A eso quieres llegar?
—Por favor, no te lo tomes así, yo solo quiero...
—Craig —lo interrumpió, alterándose un poco y sintiéndose culpable —, llevamos seis meses. Medio año. Es la nada misma, y todavía falta por conocernos y...
—No me metas esa excusa, que ya la he oído. A los tres meses te lo acepto, pero a los seis...
—Craig, por los Cielos, ¡te quiero muchísimo! ¡Pero no me siento preparada!
Craig volvió a morderse el labio.
—Eso era lo que quería oír y..., mejor no te quito más el tiempo.
Se puso en pie e hizo un gesto con la mano.
Quizá fue un ángel o una simple neurona que hizo "chin", pero cuando Craig alargó la mano para coger el pomo de la puerta, Merlina reaccionó, se paró lo tomó por los hombros y lo apegó a la pared plantándole un beso. Y uno apasionado. Pero se sintió falsa, porque lo estaba haciendo de manera obligada. Craig la rodeó con sus brazos correspondiéndole el beso.
Y todo eso no tenía que ver conque Craig besara mal. Y todo lo contrario, era guapísimo. Pero...
Se separaron. Merlina intentó poner su mejor sonrisa. Craig sonrió sincero y se fue de su cuarto muy feliz. No obstante, Merlina se sentó en su puff y se cubrió la cara con las manos.
Tenía que reconocerlo. Cuando Craig le había pedido que fuera su novia, a ella no le gustaba. Lo encontraba muy lindo y todo, pero la desesperación de tener a un amigo le hizo decir un atarantado "sí". Y por eso su "carencia de pasión" era evidente, o sea, por lo mismo, Craig no despertaba ningún sentimiento en ella. Nunca había estado enamorada, pero no era tan tonta como para no saber que eso no era enamorarse. Aunque él se colocara el traje más sexy del mundo o le bailara el baile más sensual que existiera, no iba a poder conseguir que ella sintiera alguna cosquilla.
Adoraba a Craig como amigo, llevaban tres años de conocerse... pero ella no podía hacer nada respecto a eso. Tenía miedo a perderlo. Y lo peor era que sabía que Craig tenía la razón. Ella ya tenía veinticinco años, y era absurdo que dijera "no estoy preparada". Tal vez con unos tragos demás podría ser apasionada. Pero ni siquiera el sexo era el problema. Lo más terrible era que no podía besar auténticamente. No sentía nada al ver a Craig, y lo extrañaría como un simple buen amigo.
—Pero ya, basta de pensar en eso... —se dijo a sí misma y se incorporó para ir a bañarse.
Nunca supo si trucaron los relojes o estuvo demasiado lenta para hacer las cosas, porque las horas pasaron como un rayo. Eran las nueve y media y estaba apuradísima recogiendo algunos objetos personales que se le habían olvidado. El cabello todavía le estilaba. Siempre tenía ese problema, era parte de su magia, una vez que se mojaba el pelo, podía estar tres horas con el pelo goteando.
A las diez tomó su maleta, se despidió de los padres de Craig y de algunos de los inquilinos que la conocían. Craig la esperaba afuera envuelto en una capucha, igual que ella.
Salió del hospedaje y bajó a La Botica, como siempre, cantando, haciendo que una que otra persona la miraran con recelo. El día, nuevamente, estaba nublado y fresco, así que con bufanda había ido al exterior.
Llegó, como siempre puntual, con la diferencia que ese día no iba a trabajar.
— ¡Señora Lita! ¡Buenos días! —dijo con su tono enérgico a la arrugada mujer que, con unas gafas muy gruesas, contaba el dinero recibido, y tenía varios montones de knuts y sickles sobre el mesón.
—Hola, Merlina, llegas a tiempo, quería que continuaras...
—Perdóneme Señora Lita, pero esta vez no vengo a la labor.
La mujer dejó el trapo y se colocó los lentes que estaban amarrados por una cuerda, colgados a su cuello.
— ¿Ah no, querida? ¿Y a qué se debe eso?
—A que tengo un nuevo trabajo —resumió.
Y le contó todo a su ex jefa, de la mejor manera posible, porque temía que se lo pudiera tomar mal. Pero se equivocó, la señora sonrió de manera muy dulce.
—Estoy muy contenta, Merlina; lo digo en serio —agregó al ver la cara de incredulidad de la muchacha —. Eres joven, así que tienes todo tu derecho en buscar un trabajo menos añejo y polvoriento que este —señaló sonriendo con sus irregulares dientes amarillos—, y así te sirve para alejarte de aquí... y del chico Craig... y te tomas un respiro y...
Pero antes que pudiera seguir hablando, Merlina había reaccionado ante la frase "chico Craig".
—No entiendo, ¿por qué usted, entre varios más, se empeña en decirme cosas sobre Craig? En este caso, alejarme...
—No es por nada, chiquilla, es sólo para que te liberes un poco; comprende que el noviazgo no lo es todo...
—Señora Lita, Craig y yo vamos muy bien, no hay de qué preocuparse.
—Claro que no, sólo decía que... Bueno, felicidades, querida. Y... —fue hacia la caja registradora, la abrió con un hechizo de la varita, sacó unos billetes, los contó y se los entregó —, tu última paga del mes y un poco más.
—Pensé que no me iba a pagar —soltó Merlina, asombrada y agradecida.
— ¿Cómo no pagarte, Merlina? Durante tus pocos siete meses me has sido de mucha ayuda —dijo—. Eres muy eficiente, no veo porqué te tiene que ir mal allá. Pero cualquier cosa, sabes que puedes regresar acá.
— ¿Pero usted contratará a alguien ahora?
—Claro que sí. Necesito a alguien, y no tardaré en contratar a algún joven como tú. Pero en el caso de que tengas que regresar, podría tener quizá a dos ayudantes...
—Se lo agradezco montones, pero no creo que lo necesite. No creo que vuelva, en Hogwarts será diferente —hizo una pausa, y luego añadió —. Pero claro que volveré acá para las vacaciones de verano, dudo que haya que hacer mucho en el castillo...
—Está bien. Qué tengas mucha suerte y ve de inmediato a prepararte, que dos semanas pasan volando.
Se dieron un largo abrazo amistoso, y luego Merlina dejó la tienda.
Apenas sonó la campanita, la vieja volvió a las cuentas.
—Chiquilla despistada… qué bueno que no te veré durante un buen tiempo, y espero que no vuelvas —susurró de mala gana —, hasta un bebé hace el trabajo mejor que tú. Y hasta un troll sabría que tu novio es un patán. Chiquilla descerebrada, por Merlín…
Por suerte, Merlina no tuvo la necesidad ni la ocasión de volver a entrar a la tienda el resto de las dos semanas.
Y la señora Lita tuvo muchísima razón: la semana no hizo extensa ni una sola pizca. El resto de los días estuvo muy ocupada comprando ropa nueva, túnicas decentes, zapatos y zapatillas, y en realidad un montón de cosas que iba a necesitar para el resto del año en el colegio, y lo principal: una gran maleta de mano para poder echar todos esos cachureos ahí. También se dedicó a pagar unas cuantas cosas, dejar cancelado el arriendo a los padres de Craig, quedándose con unos cuántos Galeons para el resto de los días y poder ir a Londres para tomar el tren. Todo aquello, y algunas cuantas cosas más que no valen la pena nombrar, hicieron que pasara desapercibido el alejamiento mutuo entre Craig y ella. A veces se saludaban en las mañanas y con suerte se deseaban las buenas noches con fugaces besos carentes de pasión. Y es que, en realidad, Merlina nunca se había caracterizado por ser apasionada. Pero eso no le preocupaba a ella. Nada podía hacer decaer su ánimo, además, para ella, todo andaba de perlas. Con Craig se extrañarían mucho, y cuando se vieran, sería todo muy mágico, como en un cuento de hadas.
Por otro lado, los padres de Craig no decían gran cosa. Nunca se habían metido mucho en las cosas de su hijo, porque Craig tenía mal carácter. Además, la ausencia durante diez meses de Merlina significaba cincuenta galeones menos, y tendrían que intentar promover el hospedaje para recuperar ese dinero, así que prácticamente no la felicitaron cuando anunció la noticia. "Qué lástima", había dicho la mamá de Craig, como para sí.
El mismo día que iba a partir se puede afirmar que Merlina estuvo más cercana a su novio. Pero fue bastante incómodo. Fue cerca de las cinco de la tarde.
Tocaron la puerta mientras ella arreglaba con mucho cuidado el equipaje, doblando la ropa lo más estirada posible para que no se le arrugara. Planchar, ni con magia ni con el método muggle, era su elemento.
—Adelante —dijo algo distraída contando los pares de calcetines.
Entró Craig con los labios apretados, y bastante serio. Merlina lo miró fugazmente con una sonrisa.
—Hola —dijo y volvió a contar su ropa interior.
—Hola... ¿tienes un momento? —preguntó, metiéndose las manos en los bolsillos.
—Sí, solo un segundo... —terminó de aplastar la ropa a presión y cerró la maleta con los broches bien apretados, y con magia también.
Se sacó al pelo de la cara y se volteó.
—Ahora sí, dime —replicó viendo a Craig.
—Bien... —se sentó en su cama con las manos entrelazadas.
— ¿Sucede algo? —indagó ella, dándose cuenta de que los ojos grises de Craig estaban más fríos de lo normal.
—Es que... simplemente veo que te vas a ir y... Pensé que te podrías arrepentir.
Merlina abrió la boca y luego la cerró. Le había sorprendido bastante la respuesta. Craig le había demostrado, en un principio, ponerse contento por su decisión. Pero ahora, que le dijera eso era raro, no concordaba.
—Pero Craig... tú me dijiste que estaba bien y...
—Lo sé, lo sé pero...
—No es solamente eso, ¿cierto?
—No.
Se miraron a los ojos y Craig le tomó la mano.
—Me apena que..., no sé, es que estás alejada.
—Es porque he tenido que hacer muchas cosas, y lo sabes. Ve al grano.
—Nos conocemos hace tres años, llevamos seis meses de noviazgo y... nada.
Merlina asintió levemente. Sentía por donde iba el tema: su falta de pasión. Y eso no le agradaba. Dejó que él continuara.
—Y bueno, te vas a ir y vamos a estar sin contacto durante diez meses y todavía no...
— ¿Tenemos sexo? ¿A eso quieres llegar?
—Por favor, no te lo tomes así, yo solo quiero...
—Craig —lo interrumpió, alterándose un poco y sintiéndose culpable —, llevamos seis meses. Medio año. Es la nada misma, y todavía falta por conocernos y...
—No me metas esa excusa, que ya la he oído. A los tres meses te lo acepto, pero a los seis...
—Craig, por los Cielos, ¡te quiero muchísimo! ¡Pero no me siento preparada!
Craig volvió a morderse el labio.
—Eso era lo que quería oír y..., mejor no te quito más el tiempo.
Se puso en pie e hizo un gesto con la mano.
Quizá fue un ángel o una simple neurona que hizo "chin", pero cuando Craig alargó la mano para coger el pomo de la puerta, Merlina reaccionó, se paró lo tomó por los hombros y lo apegó a la pared plantándole un beso. Y uno apasionado. Pero se sintió falsa, porque lo estaba haciendo de manera obligada. Craig la rodeó con sus brazos correspondiéndole el beso.
Y todo eso no tenía que ver conque Craig besara mal. Y todo lo contrario, era guapísimo. Pero...
Se separaron. Merlina intentó poner su mejor sonrisa. Craig sonrió sincero y se fue de su cuarto muy feliz. No obstante, Merlina se sentó en su puff y se cubrió la cara con las manos.
Tenía que reconocerlo. Cuando Craig le había pedido que fuera su novia, a ella no le gustaba. Lo encontraba muy lindo y todo, pero la desesperación de tener a un amigo le hizo decir un atarantado "sí". Y por eso su "carencia de pasión" era evidente, o sea, por lo mismo, Craig no despertaba ningún sentimiento en ella. Nunca había estado enamorada, pero no era tan tonta como para no saber que eso no era enamorarse. Aunque él se colocara el traje más sexy del mundo o le bailara el baile más sensual que existiera, no iba a poder conseguir que ella sintiera alguna cosquilla.
Adoraba a Craig como amigo, llevaban tres años de conocerse... pero ella no podía hacer nada respecto a eso. Tenía miedo a perderlo. Y lo peor era que sabía que Craig tenía la razón. Ella ya tenía veinticinco años, y era absurdo que dijera "no estoy preparada". Tal vez con unos tragos demás podría ser apasionada. Pero ni siquiera el sexo era el problema. Lo más terrible era que no podía besar auténticamente. No sentía nada al ver a Craig, y lo extrañaría como un simple buen amigo.
—Pero ya, basta de pensar en eso... —se dijo a sí misma y se incorporó para ir a bañarse.
Nunca supo si trucaron los relojes o estuvo demasiado lenta para hacer las cosas, porque las horas pasaron como un rayo. Eran las nueve y media y estaba apuradísima recogiendo algunos objetos personales que se le habían olvidado. El cabello todavía le estilaba. Siempre tenía ese problema, era parte de su magia, una vez que se mojaba el pelo, podía estar tres horas con el pelo goteando.
A las diez tomó su maleta, se despidió de los padres de Craig y de algunos de los inquilinos que la conocían. Craig la esperaba afuera envuelto en una capucha, igual que ella.
Continúa...
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 2:
—Yo te llevo la maleta —ofreció Craig y la cargó con ambos brazos.
A Merlina ya se le había olvidado lo hablado, pero estaba muy nerviosa como para poder entablar conversación. Craig estaba ido, y si ella estuviera en estado normal, sabría que todavía seguía enojado. Se le notaba en la mirada.
Caminaron calle abajo y salieron al Londres Muggle a través del Caldero Chorreante.
—Tomaré el ómnibus muggle, no tengo dinero para pagarme el Autobús Noctámbulo, es muy caro... —susurró Merlina con la cara congelada por el frío.
—Bueno...
—Si quieres me dejas aquí, no es necesario que vayas a King's Cross...
—Ya, esperaré a que te vayas en el bus.
Y se ganaron en el paradero. No pasaron treinta segundos y se estacionó un bus de dos pisos. La gente comenzó a ascender.
—Adiós —dijo Merlina y abrazó a Craig.
—Cuídate.
Se besaron, y cada uno sintió que sus labios tocaban un témpano de hielo, porque ambos estaban congelados.
Merlina cogió su maleta y subió al ómnibus. Pagó lo correspondiente y encontró un asiento libre. Hizo señas a Craig a través del vidrio de la ventana cuando la máquina partió.
Tardó media hora en llegar a King's Cross. Le quedaban veinte minutos, llegaría justo.
Se bajó junto con otro grupo de personas y caminó hasta la gran estación de trenes que no veía hace años. Su vida en Londres había sido siempre el Callejón Diagon.
Caminó a lo largo del lugar buscando los letreros del número de andén. Palpó su bolsillo para comprobar si su boleto seguía allí: y sí, no se había extraviado.
Llegó a la famosa barrera de piedra. Miró hacia un reloj grande: siete minutos faltaban para las once. Se fijó que nadie la estuviera observando, y traspasó el muro como quien no quiere la cosa, con los ojos cerrados.
Sintió esa sensación de atravesar una pared gelatinosa. No abrió inmediatamente los ojos. Se quedó allí unos segundos respirando ese aire mágico. Luego miró lo que le esperaba: el gran Expreso de Hogwarts de color escarlata, largo como una serpiente. Había muy pocos magos. Y la mayoría, estaba segura, no pertenecía al colegio. Seguramente eran del pueblo, Hogsmeade. Fue hasta el fondo. Se subió y entró al último vagón. Dejó la maleta en el portaequipaje y se sentó. Se dio cuenta que era la misma sensación de años atrás. El pitido del tren resonó en toda la estación, y la máquina comenzó a avanzar. A los segundos, había agarrado velocidad.
Se acomodó y se durmió. La única vez que la interrumpieron fue para pedirle el boleto, y luego volvió a caer dormida. Fue maravilloso. Podía sentir que se acercaban nuevas emociones, como una ráfaga de olores. Percibía el paisaje externo, y eso que ni siquiera estaba consciente.
Durmió unas cuantas horas y luego se despertó por el hambre. Por suerte, cerca de las seis de la mañana pasaron vendiendo comida. Ella no la compró, entregó el vale que iba incluido en la carta y pudo comerse unas cuantas empanadas con forma de caldero y otras ranas de chocolate.
—Llegaremos a la estación dentro de diez minutos —anunció una voz desconocida que re retumbó en el tren cuando ya estaba completamente amanecido.
Merlina sonrió e intentó arreglarse el cabello lo más que pudo, que por cierto, ya estaba completamente seco.
—Yo te llevo la maleta —ofreció Craig y la cargó con ambos brazos.
A Merlina ya se le había olvidado lo hablado, pero estaba muy nerviosa como para poder entablar conversación. Craig estaba ido, y si ella estuviera en estado normal, sabría que todavía seguía enojado. Se le notaba en la mirada.
Caminaron calle abajo y salieron al Londres Muggle a través del Caldero Chorreante.
—Tomaré el ómnibus muggle, no tengo dinero para pagarme el Autobús Noctámbulo, es muy caro... —susurró Merlina con la cara congelada por el frío.
—Bueno...
—Si quieres me dejas aquí, no es necesario que vayas a King's Cross...
—Ya, esperaré a que te vayas en el bus.
Y se ganaron en el paradero. No pasaron treinta segundos y se estacionó un bus de dos pisos. La gente comenzó a ascender.
—Adiós —dijo Merlina y abrazó a Craig.
—Cuídate.
Se besaron, y cada uno sintió que sus labios tocaban un témpano de hielo, porque ambos estaban congelados.
Merlina cogió su maleta y subió al ómnibus. Pagó lo correspondiente y encontró un asiento libre. Hizo señas a Craig a través del vidrio de la ventana cuando la máquina partió.
Tardó media hora en llegar a King's Cross. Le quedaban veinte minutos, llegaría justo.
Se bajó junto con otro grupo de personas y caminó hasta la gran estación de trenes que no veía hace años. Su vida en Londres había sido siempre el Callejón Diagon.
Caminó a lo largo del lugar buscando los letreros del número de andén. Palpó su bolsillo para comprobar si su boleto seguía allí: y sí, no se había extraviado.
Llegó a la famosa barrera de piedra. Miró hacia un reloj grande: siete minutos faltaban para las once. Se fijó que nadie la estuviera observando, y traspasó el muro como quien no quiere la cosa, con los ojos cerrados.
Sintió esa sensación de atravesar una pared gelatinosa. No abrió inmediatamente los ojos. Se quedó allí unos segundos respirando ese aire mágico. Luego miró lo que le esperaba: el gran Expreso de Hogwarts de color escarlata, largo como una serpiente. Había muy pocos magos. Y la mayoría, estaba segura, no pertenecía al colegio. Seguramente eran del pueblo, Hogsmeade. Fue hasta el fondo. Se subió y entró al último vagón. Dejó la maleta en el portaequipaje y se sentó. Se dio cuenta que era la misma sensación de años atrás. El pitido del tren resonó en toda la estación, y la máquina comenzó a avanzar. A los segundos, había agarrado velocidad.
Se acomodó y se durmió. La única vez que la interrumpieron fue para pedirle el boleto, y luego volvió a caer dormida. Fue maravilloso. Podía sentir que se acercaban nuevas emociones, como una ráfaga de olores. Percibía el paisaje externo, y eso que ni siquiera estaba consciente.
Durmió unas cuantas horas y luego se despertó por el hambre. Por suerte, cerca de las seis de la mañana pasaron vendiendo comida. Ella no la compró, entregó el vale que iba incluido en la carta y pudo comerse unas cuantas empanadas con forma de caldero y otras ranas de chocolate.
—Llegaremos a la estación dentro de diez minutos —anunció una voz desconocida que re retumbó en el tren cuando ya estaba completamente amanecido.
Merlina sonrió e intentó arreglarse el cabello lo más que pudo, que por cierto, ya estaba completamente seco.
oOo
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Re: En pie de guerra
Capítulo 3: La mirada misteriosa
Cuando la jovencita puso un pie en el peldaño para bajar la escalerilla del tren, el viento helado sopló en su cara, entumeciéndola nuevamente. Habían llegado al pueblito, Hogsmeade, sanos y salvos. La luz del cielo nublado era radiante, y tanto, que llegaba a cegar, pero eso no le impidió ver el imponente castillo que se alzaba muchos metros, en ascendencia, con sus majestuosas torres y atalayas; y unos cuántos carruajes con unos animales muy extraños. Se sorprendió, porque ella siempre, durante su corta estadía en Hogwarts, había pensado que nada llevaba a los carruajes del colegio, pero ahora se había dado cuenta que no. Eran trasladados por Thestrals, unos animales lúgubres que había comenzado a ver desde haber visto agonizar y morir a su hermano en el hospital. Pero a pesar de todo, le fascinaban. Eran tan raros y diferentes que le causaban sensación.
Escogió uno de los carros y se subió. Iba a dar la instrucción para que la direccionara al castillo, pero el ser comenzó a andar apenas ella cerró la puerta. El carruaje traqueteaba al andar, pero era muy placentero. Había piedrecillas en el suelo que hacían que este diera saltos, pero eso era lo que le daba el toque emocionante y campestre al trayecto.
Fue mirando por la ventana la exposición de las tiendas más fabulosas que uno se pudiera imaginar. No sabía si era ella muy inmadura o era parte del encanto de Hogsmeade, pero tenía unas ganas locas de comprarse unas bombas fétidas y masticar chicle superhinchable. También el pueblito le traía un vago recuerdo de una buena regañina que le habían pegado el mismo año en que habían fallecido sus padres, pero no podía recordarlo. Parece que había sido por subirse al techo de una casa para rescatar a un perro herido o algo por estilo, pero tenía que ver con un animal. Le fascinaban los animales, eso era otra de sus características que ponía de mala a las personas que la rodeaban. Fuera lo que fuera, incluso las serpientes, pero exceptuando todo el reino de los bichos, porque odiaba hasta los más minúsculos, y quizá por eso estaba el afán de encontrar trabajos de limpieza, para exterminarlos.
Traspasaron las verjas de los cerdos alados; el Thestral anduvo cerca de un minuto más y por fin se detuvo en frente de las grandes puertas de roble.
Merlina se dio cuenta que atrás de ella no iba nadie más, así que ella debía ser la única que había llegado precisamente al castillo, ese día al menos. Se aproximó, haciendo el último esfuerzo por cargar su maleta y tocó, pensando en que sería descortés entrar así como así.
Aguardó treinta segundos y nadie apareció, así que decidió entrar, temiendo que la puerta estuviera cerrada, pero por suerte no fue así. Ésta giró sobre sus goznes con facilidad, pero tuvo que aplicar algo de fuerza para poder hacer un hueco y entrar. Cerró la puerta tras sí y miró en derredor, como en un ensueño. Una escalera de mármol la esperaba allí, y a la derecha, las puertas que conducían al gran comedor. Se acercó a husmear, pero estaba desierto. ¿Adónde tendría que ir? No recordaba haber ido al despacho de Dumbledore. Y en la carta tampoco lo decía. Bueno, no importa, pensó ella, yendo hacia la escalera y subiendo un par de escalones. En el momento que pensaba a subir un tercero, llegó una lechuza rojiza, como aparecida de la nada, e hizo caer el pergamino enroscado que acarreaba. Merlina lo recogió, desplegó y leyó:
Estimada Señorita Merlina Morgan:
Suponiendo que es usted (porque, la verdad, no se espera a nadie más en este castillo a esta hora de la mañana), le hago saber que quiero verla en mi despacho apenas llegue, o sea, ahora. Suba hasta el séptimo piso, diríjase al ala norte. Allí hallará una torre resguardada por una estatua de una gárgola bastante especial. La contraseña es "Diablillos de pimienta". Con mis respetos.
Albus Dumbledore.
— ¡Ja! No es nada de tonto —comentó para sí entusiasmada, y se dirigió hacia donde le había indicado.
Fue bastante cansador. Subir escaleras para una persona que no estaba acostumbrada era bastante sacrificado, pero eso le serviría para irse re-familiarizándose con la cuestión. Sin embargo, se entretuvo mirando los tapices y cuadros que estaban por todos las paredes de los corredores. La gran mayoría la miraba con interés y le hacía gestos tímidos con la mano. No dejó de decir "hola" durante todo el camino. Finalmente dio con la gárgola que era bastante fea.
—Este... —vaciló, y entonces la cosa abrió la boca y le interrumpió.
—Si no te sabes la contraseña, entonces, no te abriré.
—Sí, sí me la sé, un momento... —desplegó el papel y leyó otra vez. Lo olvidadiza..., otra cosa que le caracterizaba —, es "Diablillos de pimienta".
—Oh, bien —afirmó resignada la gárgola y le hizo paso a una escalera en forma de espiral.
Merlina entró, aún llevando su maleta, y ascendió mareándose un poco por tanto giro.
Luego, llegó ante un recibidor y una puerta bastante elegante. Tocó.
—Adelante —dijo una voz profunda desde adentro.
Merlina entró, algo nerviosa, y se encontró en una sala grande y circular, en la que, ahora, recordaba sí haber estado, pero tampoco recordaba el porqué. Había cientos de instrumentos extraños y nuevos para ella; algunos de ellos producían un constante ruidito o zumbido.
Entonces, divisó el escritorio de Dumbledore, donde él mismo en persona estaba, con los dedos cruzados y mirándola sobre sus inolvidables lentes de media luna con sus ojos bondadosos y claros. Su pelo estaba muy blanco, más blanco de lo que recordaba haberle visto a los catorce años, y con su barba muy larga.
— ¡Director! —chilló emocionada y corrió allá y le tomó la mano para saludarle.
Si hubiese sido en una situación menos formal, le habría besado en la mejilla como solía hacer, pero no le pareció correcto, así que se contuvo.
—Espero que hayas tenido un buen viaje. Siéntate, por favor —dijo el viejo con amabilidad.
Merlina obedeció y se sentó en la silla opuesta.
—Lo tuve —dijo contestando a su pregunta —, ya que todo esto me produce buenos recuerdos.
—Me imagino, y creo, si no me equivoco, que estuviste una sola vez en mi despacho.
—Sí, pero no recuerdo porqué —dijo, esperanzada, por si Albus tenía ganas de refrescarle la memoria. Pero sufrió una pequeña decepción.
—Oh, uno suele olvidar cosas cuando, no mucho después, ocurren catástrofes —dijo comprensivamente —, pero estoy seguro que tus neuronas no tardarán en conectar ideas y podrás saber porqué estuviste aquí.
Hizo una pausa, y Merlina no supo qué contestar. Estaba anonadada.
—No me olvido de mis alumnos —repuso, como sabiendo lo que ella estaba pensando —, si bien no niego que soy viejo, creo que todavía no llego al punto de olvidar sucesos importantes.
—Así veo —dijo —, director —agregó, percatándose que había sonado grosero.
—No es necesario que me digas director. Puedes llamarme Albus o Dumbledore. Pero tú ves lo que prefieres.
—Sí... eh... Albus —soltó —, en realidad no acostumbro a tutear a la gente, pero es hora de que lo haga.
—Siempre hay un momento oportuno para hacer las cosas—concluyó —. En fin, veamos tu asunto.
"Como ya estás enterada, tú reemplazarás al señor Filch por todo lo que haga falta, o sea, a mí parecer, el resto del año, y lo más probable que el que viene, y el próximo al que viene, también. Pero de todos modos, tú lo decidirás. Sobre lo que tengas que hacer...
Pasaron dos largas horas conversando su caso. Dumbledore le dijo que ella tendría que encargarse del aseo de los pasillos, el estado de las lechuzas, la comida, la paja y el agua; de apagar las antorchas y prenderlas cuando sea necesario, y sobre todo, tener impecable el vestíbulo, ya que era la primera impresión del castillo. También debía estar dispuesta a retener a los alumnos traviesos, aplicando la psicología profesional de niños y adolescentes, y en cualquier caso grave, debería ir hacia algún jefe de casa, o donde él mismo. Debería tener paciencia en todos los sentidos, y procurar ser educada y no armar barullo. También le entregó el manojo de llaves para abrir algunas puertas —eran más de cincuenta llaves.
—Pero, si en algún momento falta algunas de estas reglas, o a todas, no significará tu despido —dijo en un momento de la conversación—todos cometemos errores alguna vez. Pero la idea es que trates que tu trabajo se convierta en algo ameno y no en una lucha constante.
También arreglaron lo de su salario. Quedaron en sesenta galeones semanales (lo que era una fortuna para ella, e incluso, se negó y pidió como máximo cuarenta, pero Dumbledore la regañó).
—No puedes estar pidiendo que te paguen menos. No menosprecies el trabajo. Estás en un castillo y no en una casa ni en un bar ni nada. Así que los sesenta tendrás que aceptarlo, sino, tendré una razón para despedirte. Este es un trabajo serio.
Y de allí, Merlina no replicó más sobre el asunto. Pero dentro de todo, el director fue muy claro y bondadoso con ella.
Continuó, luego, con lo principal: la constitución general del castillo. Le entregó unos mapas de cada piso con los pasillos y uno que otro atajo conocido por el propio Dumbledore, para que comenzara a manejarse en el lugar. Merlina pensó que debería estudiarlos para no perderse siempre, y eso costaría algo de trabajo por su mala memoria. Y por último, le dio las reglas básicas, que se las sabía, pero no estaba demás un recordatorio.
—Bien —dijo mirando un reloj de bolsillo —, es hora de que te lleve a tu despacho.
Ambos se pusieron de pie y salieron hacia abajo, y que por cierto, fue tan incómodo como subirlas, porque con la maleta tendía irse hacia adelante, donde perdía el equilibrio.
—El despacho del ex celador estaba en las mazmorras, pero creo que alguien como tú no necesita un lugar como ese. Tu oficina es algo más pequeña de lo normal, pero es suficiente, y te gustará.
Y no se equivocó Dumbledore al decir eso. Pero, lo gracioso es que no era tan pequeña. Al menos tenía cinco metros por otros tres, y estaba repleta de cajones, y con una puerta oculta hacia su habitación, que era un poco más grande.
—Como ves —dijo Dumbledore señalando unos muebles en un rincón —, allí están todos los informes de los castigos, y tienes más muebles para guardar nuevos documentos. Tu escritorio posee todo lo necesario, y cualquier caso de comunicación urgente, ya ves que está la chimenea. No dudes en utilizarla.
—No sé qué decir, esto es maravilloso..., es más de lo que pensaba.
—Me alegro de que te guste. En fin, ese es todo el recorrido. Ahora, a las doce te espero en el gran comedor para almorzar. Puedes ordenar tus cosas al gusto que se te antoje.
Hizo un gesto con la cabeza, y ella pronunció un reverencioso "Muchas gracias".
Continúa...
Última edición por F_J__Slytherin el Sáb 28 Jun 2008, 9:13 pm, editado 1 vez
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 3:
Entró a su cuarto y se lanzó a la blanda cama.
—Ah... ¡esto es genial! —dijo, tenía la costumbre de hablar sola cuando estaba muy feliz o muy enojada —, ¡no veo qué cosa puede salir mal! Tengo comida gratis, podré ir a visitar el pueblo de vez en cuando, podré comprarme lo que quiera, podré enviarle regalos a Craig... Conoceré a los alumnos... realmente es fabuloso.
Luego de descansar un rato, con un movimiento de la varita puso todo en orden. Pero había que reconocer que mucha ropa había quedado asomada por los cajones y mal doblada. Tendría que mejorar ciertos aspectos de limpieza, pero por algo se partía.
Dos minutos ante de las doce bajó al gran comedor. Adentro sólo estaba Dumbledore, y ni siquiera estaba sentado en la mesa de los profesores. Estaba en la cabecera de una de las largas mesas de las casas, para ser exacta la de Gryffindor. Si algo podía recordar, era eso, porque su mesa, la de Ravenclaw, la casa a la que había pertenecido, estaba a la izquierda de esa, ambas al centro.
Divisó los cubiertos para dos personas solamente. Dumbledore la siguió con la mirada.
—Veo que no somos muchos —dijo Merlina con sarcasmo.
—Los demás llegarán a las cuatro para poner sus cosas en orden —contestó Dumbledore sin ofenderse. Una de las cosas que más adoraba de Dumbledore era su buen sentido del humor —, y allí te los presentaré, y lo más probable es que te topes con caras conocidas. Casi todos son los mismos profesores.
— ¡Vaya! Sólo puedo recordar a McGonagall... era muy estricta... pero creo que me iba bien en su materia. No me acuerdo de nadie más. Bloqueé muchos recuerdos… ya sabe. Fue bastante duro pero… —se quedó callada. No valía la pena hablar de sus padres.
Dumbledore sonrió y no dijo nada más referente al tema, excepto ordenar lo que quería para comer. Merlina le imitó. Tuvieron un agradable almuerzo sumido en vagas conversaciones que no tenían nada que ver con ella, ni su pasado.
Dumbledore no perdió el tiempo luego del almuerzo para realizar las cosas que debía hacer, y Merlina pensó en hacer lo mismo. Fue directo a su despacho y comenzó a memorizar los mapas, o al menos, hacer el intento. También tenía que aprender las contraseñas que estaban actualmente, y estaba todo en el mapa. A veces le costaba distinguir las letras llenas de florituras de Dumbledore, pero luego de varios minutos de esfuerzo visual, lograba entenderlas.
Había estado tan concentrada en los mapas, que por suerte se dio cuenta a la hora justa, a las cuatro. Se peinó —para intentar causar una buena impresión —y se dirigió a la sala de profesores, donde Dumbledore le había dicho que se dirigiera para conocer a los del personal. Estaba más nerviosa todavía, pero eso no le quitaba la emoción.
Cuando entró, para asombro suyo, ya estaba todos, pero por suerte estaban saludando al mismísimo director, así que no se había perdido de nada.
—Aquí estás, Merlina —dijo Dumbledore tomándole del brazo y aproximándola a la gran multitud —. Esta es Merlina Morgan, no sé si la recordarán. Estuvo en Ravenclaw y ha tomado el puesto de conserje.
—Cómo no recordarla —dijo una bruja de rostro severo y pelo negro hecho un rodete —, si fue una de mis alumnas brillantes —esbozó una sonrisa.
— ¡Profesora McGonagall! —y esta vez Merlina no se contuvo y besó su mejilla, pero no pareció molestarle. Siguió con su sonrisa amable —. Ya no soy tan brillante como usted piensa —dijo Merlina ante su afirmación.
—Uno nunca pierde la inteligencia —atajó un bajito profesor —, se pueden perder las habilidades.
Merlina lo reconoció como el profesor Flitwick, de encantamientos.
Finalmente, terminó saludando a todos los profesores de la misma manera que acostumbraba, la profesora Sprout, la muy loca profesora de Adivinación, Trelawney, Hooch, quienes todos la recordaban perfectamente. Conoció a los nuevos —para ella—, como a la profesora Sinistra y Vector, entre varios más. Estaba Hagrid también como profesor de Cuidado de Criaturas mágicas, su asignatura preferida, y los demás del personal, como la amargada bibliotecaria Irma Pince y la dedicada Madam Pomfrey. Hasta los fantasmas se arrejuntaron a darle la bienvenida.
— ¿Se van de vacaciones también? El castillo parecía desierto de ustedes —dijo Merlina a los fantasmas.
—No, pero nos mantenemos al margen hasta que llegan los demás profesores —contestó Nick Casi-Decapitado con altivez.
El único que faltaba era Peeves, pero Merlina prefería no topárselo. Siempre caía en sus bromas pesadas.
Ésta vez sí que se quedó compartiendo con los demás, y a las seis bajaron en conjunto para poner en actividad el Gran Comedor. Ordenaron las velas, cambiaron los banderines de las casas, colocaron los platos, y todo para la cena, pero siempre, mediante magia. Después de todo, Merlina fue de gran ayuda y no hizo el ridículo ni tampoco hizo algún desastre. Y en un momento dado de esa actividad, se percató de que Dumbledore ya no estaba con ellos. Seguramente debía estar en su despacho, pensó. Pero en realidad estaba en un lugar de las mazmorras, conversando con alguien que no había llegado a tiempo.
Cuando estuvo el cielo oscuro, y comenzaba a llover, todos cayeron en la cuenta de que debían estar por llegar los alumnos, y allí reapareció Dumbledore, ordenando a que todos se sentaran. Merlina tomó el puesto de la derecha, o más bien dicho, la izquierda si se miraba hacia las puertas del Gran Comedor, en la esquina más alejada del asiento del director. Todos tomaron asiento, excepto McGonagall que fue al vestíbulo, y Hagrid ya había desaparecido hace mucho rato.
— ¿No se supone que yo debería estar vigilando por si sucede algo? —dijo a la profesora Sprout, que estaba a su lado.
—No te preocupes, Hagrid se encargará junto con Minerva. Esta noche es la bienvenida de los de primer año tanto como la tuya —dijo con amabilidad.
Merlina se encogió de hombros y no protestó. Para ella era mil veces mejor ver la Ceremonia de Selección al estar sola, observando algún oscuro corredor por si algún ser extraño se acercaba. Por lo tanto, aguardó.
Los más grandes no tardaron en aparecer y se acomodaron en sus asientos. Cientos de jóvenes alegres, que reían y que ansiaban empezar ya. Le encantaría poder encontrarse entre ellos.
No mucho después llegaron los estudiantes de primero, con sus típicas caras de miedo. Minerva McGonagall fue a buscar el taburete y el remendado sombrero, y fueron seleccionados para sus casas. No vio a nadie que pareciera estar en descontento por la elección de casa y nunca había escuchado de alguien que lo hiciera. También había llegado otro profesor por la puerta lateral que estaba al lado opuesto de donde estaba ella. Era bastante viejo, despeinado y sin gracia, se veía que no le interesaba compartir con nadie. Él ocupó uno de los puestos faltantes.
Dumbledore dio un conciso comentario de bienvenida y comenzaron a comer. Merlina se dio cuenta de que todavía faltaba un puesto al lado izquierdo de Dumbledore. ¿Profesor de qué sería? Se puso a contarlos con los dedos, pero fue interrumpida en la mitad. Hubo algo que los distrajo a todos: un muchacho delgaducho y de lentes redondas que entraba en el Gran Comedor y se sentaba en la mesa de Gryffindor. Miró a los demás profesores por si alguien más se había dado cuenta de eso, pero todos estaban concentrados en los postres, que acababan de aparecer. Todo eso distrajo el conteo de los profesores de Merlina, pero no necesitó más. Justo dos minutos después del chico que había entrado al lugar, apareció otra persona por la puerta lateral. Era un hombre de pelo largo hasta los hombros y lacio. Vestía de negro y lo único que contrastaba era la cetrina mano que se asomaba por la manga y la punta de su nariz quebrada. El desconocido se sentó en el puesto faltante y pasó desapercibido. Intercambio unas pocas palabras con Dumbledore y no probó bocado.
Al rato después, cuando todos acabaron, los platos desaparecieron y Dumbledore se puso de pie para finalizar su discurso. Merlina no pensaba demasiado, ya le estaba bajando el sueño, pero hubo dos cosas más que le distrajeron. La primera fue cuando la presentaron y todos estallaron en aplausos. Debían estar todos felices de no tener a Filch como conserje, así que se sintió muy agradecida. Y lo segundo, fue la presentación siguiente.
—El profesor Billy Bored, por su parte, ocupará el cargo de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras —dijo Dumbledore, señalando al profesor con cara de entretenimiento de funeral.
Algunos pocos aplaudieron y Merlina lo hizo automáticamente. Vio que el hombre hacía un gesto con la mano. Entonces, Merlina se asomó para ver al profesor que había llegado furtivamente, porque había varias cabezas que les separaban. No cabía duda que él era el de Pociones, era la única materia que no se había nombrado. Y entonces allí fue cuando ocurrió. Aquel hombre giró su cabeza lentamente hacia ella, y los ojos castaños de Merlina se toparon con un par de negros, fríos y profundos ojos, como dos tubos interminables. Un cosquilleo que se presentó en la parte baja de la cabeza, recorrió toda su espina dorsal. La piel se le puso de gallina y no pudo evitar tener un escalofrío. La mirada no duró más de dos segundos, pero fue todo en cámara lenta, y ella no tuvo el valor como para sostener por más tiempo el raro contacto visual. Se volvió a enderezar y miró la mesa vacía. ¿Qué diablos había sido eso? Realmente todo había sido muy extraño. Ese hombre tenía una mirada misteriosa, y aquello le había hecho perder el control de sí misma. De pronto se había sentido diminuta y débil, poco nada que quemada por los ojos del hombre.
—Profesora —dijo en susurro a Sprout— ¿Quién es él profesor de negro?
—El profesor de Pociones, Severus Snape —contestó, algo distraída.
“Snape”. Su nombre le sonaba, le recordaba a algo, ¿pero qué podía ser? No... Ni su cara ni su nombre..., no podía acordarse. Creía conocerlo, pero no podía... Aunque cerrara los ojos y apretara los puños, no recordaría nada respecto a él. Tal vez fuera solo un sueño, pero lo que no podía pasar por alto era lo que le había hecho sentir. Era como mezcla de miedo y compasión..., tal vez algo parecido a la electricidad, con la diferencia que era vía aérea. El estómago también se le había sacudido y la boca le había temblado, pero se dio cuenta que él no hizo absolutamente nada fuera de lo normal y tampoco reaccionó de manera extraña.
Valientemente volvió a mirarlo, preparada para enfrentar a sus ojos, pero el hombre no se volteó más. Era bastante indiferente.
Dumbledore dio las buenas noches y todos se pararon. El hombre de negro se fue lo antes posible por la puerta escondida de los profesores, así que tampoco tuvo tiempo de presentársele. Cuando no quedó nadie más en el Gran Comedor, Dumbledore se le acercó.
—Por hoy podrás recuperar sueño, pero tendrás que levantarte a las cinco para comenzar la ronda. Si quieres puedes hacer petición de pastillas para que no te de sueño, pero es mejor que te aguantes, porque no son muy buenas. De todas formas, ya sabes que tienes seis horas de sueño desde las nueve, quizá no te haga falta.
Merlina asintió, se despidió y se fue. Durante el camino no se topó al profesor Snape.
Entró a su cuarto y se lanzó a la blanda cama.
—Ah... ¡esto es genial! —dijo, tenía la costumbre de hablar sola cuando estaba muy feliz o muy enojada —, ¡no veo qué cosa puede salir mal! Tengo comida gratis, podré ir a visitar el pueblo de vez en cuando, podré comprarme lo que quiera, podré enviarle regalos a Craig... Conoceré a los alumnos... realmente es fabuloso.
Luego de descansar un rato, con un movimiento de la varita puso todo en orden. Pero había que reconocer que mucha ropa había quedado asomada por los cajones y mal doblada. Tendría que mejorar ciertos aspectos de limpieza, pero por algo se partía.
Dos minutos ante de las doce bajó al gran comedor. Adentro sólo estaba Dumbledore, y ni siquiera estaba sentado en la mesa de los profesores. Estaba en la cabecera de una de las largas mesas de las casas, para ser exacta la de Gryffindor. Si algo podía recordar, era eso, porque su mesa, la de Ravenclaw, la casa a la que había pertenecido, estaba a la izquierda de esa, ambas al centro.
Divisó los cubiertos para dos personas solamente. Dumbledore la siguió con la mirada.
—Veo que no somos muchos —dijo Merlina con sarcasmo.
—Los demás llegarán a las cuatro para poner sus cosas en orden —contestó Dumbledore sin ofenderse. Una de las cosas que más adoraba de Dumbledore era su buen sentido del humor —, y allí te los presentaré, y lo más probable es que te topes con caras conocidas. Casi todos son los mismos profesores.
— ¡Vaya! Sólo puedo recordar a McGonagall... era muy estricta... pero creo que me iba bien en su materia. No me acuerdo de nadie más. Bloqueé muchos recuerdos… ya sabe. Fue bastante duro pero… —se quedó callada. No valía la pena hablar de sus padres.
Dumbledore sonrió y no dijo nada más referente al tema, excepto ordenar lo que quería para comer. Merlina le imitó. Tuvieron un agradable almuerzo sumido en vagas conversaciones que no tenían nada que ver con ella, ni su pasado.
Dumbledore no perdió el tiempo luego del almuerzo para realizar las cosas que debía hacer, y Merlina pensó en hacer lo mismo. Fue directo a su despacho y comenzó a memorizar los mapas, o al menos, hacer el intento. También tenía que aprender las contraseñas que estaban actualmente, y estaba todo en el mapa. A veces le costaba distinguir las letras llenas de florituras de Dumbledore, pero luego de varios minutos de esfuerzo visual, lograba entenderlas.
Había estado tan concentrada en los mapas, que por suerte se dio cuenta a la hora justa, a las cuatro. Se peinó —para intentar causar una buena impresión —y se dirigió a la sala de profesores, donde Dumbledore le había dicho que se dirigiera para conocer a los del personal. Estaba más nerviosa todavía, pero eso no le quitaba la emoción.
Cuando entró, para asombro suyo, ya estaba todos, pero por suerte estaban saludando al mismísimo director, así que no se había perdido de nada.
—Aquí estás, Merlina —dijo Dumbledore tomándole del brazo y aproximándola a la gran multitud —. Esta es Merlina Morgan, no sé si la recordarán. Estuvo en Ravenclaw y ha tomado el puesto de conserje.
—Cómo no recordarla —dijo una bruja de rostro severo y pelo negro hecho un rodete —, si fue una de mis alumnas brillantes —esbozó una sonrisa.
— ¡Profesora McGonagall! —y esta vez Merlina no se contuvo y besó su mejilla, pero no pareció molestarle. Siguió con su sonrisa amable —. Ya no soy tan brillante como usted piensa —dijo Merlina ante su afirmación.
—Uno nunca pierde la inteligencia —atajó un bajito profesor —, se pueden perder las habilidades.
Merlina lo reconoció como el profesor Flitwick, de encantamientos.
Finalmente, terminó saludando a todos los profesores de la misma manera que acostumbraba, la profesora Sprout, la muy loca profesora de Adivinación, Trelawney, Hooch, quienes todos la recordaban perfectamente. Conoció a los nuevos —para ella—, como a la profesora Sinistra y Vector, entre varios más. Estaba Hagrid también como profesor de Cuidado de Criaturas mágicas, su asignatura preferida, y los demás del personal, como la amargada bibliotecaria Irma Pince y la dedicada Madam Pomfrey. Hasta los fantasmas se arrejuntaron a darle la bienvenida.
— ¿Se van de vacaciones también? El castillo parecía desierto de ustedes —dijo Merlina a los fantasmas.
—No, pero nos mantenemos al margen hasta que llegan los demás profesores —contestó Nick Casi-Decapitado con altivez.
El único que faltaba era Peeves, pero Merlina prefería no topárselo. Siempre caía en sus bromas pesadas.
Ésta vez sí que se quedó compartiendo con los demás, y a las seis bajaron en conjunto para poner en actividad el Gran Comedor. Ordenaron las velas, cambiaron los banderines de las casas, colocaron los platos, y todo para la cena, pero siempre, mediante magia. Después de todo, Merlina fue de gran ayuda y no hizo el ridículo ni tampoco hizo algún desastre. Y en un momento dado de esa actividad, se percató de que Dumbledore ya no estaba con ellos. Seguramente debía estar en su despacho, pensó. Pero en realidad estaba en un lugar de las mazmorras, conversando con alguien que no había llegado a tiempo.
Cuando estuvo el cielo oscuro, y comenzaba a llover, todos cayeron en la cuenta de que debían estar por llegar los alumnos, y allí reapareció Dumbledore, ordenando a que todos se sentaran. Merlina tomó el puesto de la derecha, o más bien dicho, la izquierda si se miraba hacia las puertas del Gran Comedor, en la esquina más alejada del asiento del director. Todos tomaron asiento, excepto McGonagall que fue al vestíbulo, y Hagrid ya había desaparecido hace mucho rato.
— ¿No se supone que yo debería estar vigilando por si sucede algo? —dijo a la profesora Sprout, que estaba a su lado.
—No te preocupes, Hagrid se encargará junto con Minerva. Esta noche es la bienvenida de los de primer año tanto como la tuya —dijo con amabilidad.
Merlina se encogió de hombros y no protestó. Para ella era mil veces mejor ver la Ceremonia de Selección al estar sola, observando algún oscuro corredor por si algún ser extraño se acercaba. Por lo tanto, aguardó.
Los más grandes no tardaron en aparecer y se acomodaron en sus asientos. Cientos de jóvenes alegres, que reían y que ansiaban empezar ya. Le encantaría poder encontrarse entre ellos.
No mucho después llegaron los estudiantes de primero, con sus típicas caras de miedo. Minerva McGonagall fue a buscar el taburete y el remendado sombrero, y fueron seleccionados para sus casas. No vio a nadie que pareciera estar en descontento por la elección de casa y nunca había escuchado de alguien que lo hiciera. También había llegado otro profesor por la puerta lateral que estaba al lado opuesto de donde estaba ella. Era bastante viejo, despeinado y sin gracia, se veía que no le interesaba compartir con nadie. Él ocupó uno de los puestos faltantes.
Dumbledore dio un conciso comentario de bienvenida y comenzaron a comer. Merlina se dio cuenta de que todavía faltaba un puesto al lado izquierdo de Dumbledore. ¿Profesor de qué sería? Se puso a contarlos con los dedos, pero fue interrumpida en la mitad. Hubo algo que los distrajo a todos: un muchacho delgaducho y de lentes redondas que entraba en el Gran Comedor y se sentaba en la mesa de Gryffindor. Miró a los demás profesores por si alguien más se había dado cuenta de eso, pero todos estaban concentrados en los postres, que acababan de aparecer. Todo eso distrajo el conteo de los profesores de Merlina, pero no necesitó más. Justo dos minutos después del chico que había entrado al lugar, apareció otra persona por la puerta lateral. Era un hombre de pelo largo hasta los hombros y lacio. Vestía de negro y lo único que contrastaba era la cetrina mano que se asomaba por la manga y la punta de su nariz quebrada. El desconocido se sentó en el puesto faltante y pasó desapercibido. Intercambio unas pocas palabras con Dumbledore y no probó bocado.
Al rato después, cuando todos acabaron, los platos desaparecieron y Dumbledore se puso de pie para finalizar su discurso. Merlina no pensaba demasiado, ya le estaba bajando el sueño, pero hubo dos cosas más que le distrajeron. La primera fue cuando la presentaron y todos estallaron en aplausos. Debían estar todos felices de no tener a Filch como conserje, así que se sintió muy agradecida. Y lo segundo, fue la presentación siguiente.
—El profesor Billy Bored, por su parte, ocupará el cargo de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras —dijo Dumbledore, señalando al profesor con cara de entretenimiento de funeral.
Algunos pocos aplaudieron y Merlina lo hizo automáticamente. Vio que el hombre hacía un gesto con la mano. Entonces, Merlina se asomó para ver al profesor que había llegado furtivamente, porque había varias cabezas que les separaban. No cabía duda que él era el de Pociones, era la única materia que no se había nombrado. Y entonces allí fue cuando ocurrió. Aquel hombre giró su cabeza lentamente hacia ella, y los ojos castaños de Merlina se toparon con un par de negros, fríos y profundos ojos, como dos tubos interminables. Un cosquilleo que se presentó en la parte baja de la cabeza, recorrió toda su espina dorsal. La piel se le puso de gallina y no pudo evitar tener un escalofrío. La mirada no duró más de dos segundos, pero fue todo en cámara lenta, y ella no tuvo el valor como para sostener por más tiempo el raro contacto visual. Se volvió a enderezar y miró la mesa vacía. ¿Qué diablos había sido eso? Realmente todo había sido muy extraño. Ese hombre tenía una mirada misteriosa, y aquello le había hecho perder el control de sí misma. De pronto se había sentido diminuta y débil, poco nada que quemada por los ojos del hombre.
—Profesora —dijo en susurro a Sprout— ¿Quién es él profesor de negro?
—El profesor de Pociones, Severus Snape —contestó, algo distraída.
“Snape”. Su nombre le sonaba, le recordaba a algo, ¿pero qué podía ser? No... Ni su cara ni su nombre..., no podía acordarse. Creía conocerlo, pero no podía... Aunque cerrara los ojos y apretara los puños, no recordaría nada respecto a él. Tal vez fuera solo un sueño, pero lo que no podía pasar por alto era lo que le había hecho sentir. Era como mezcla de miedo y compasión..., tal vez algo parecido a la electricidad, con la diferencia que era vía aérea. El estómago también se le había sacudido y la boca le había temblado, pero se dio cuenta que él no hizo absolutamente nada fuera de lo normal y tampoco reaccionó de manera extraña.
Valientemente volvió a mirarlo, preparada para enfrentar a sus ojos, pero el hombre no se volteó más. Era bastante indiferente.
Dumbledore dio las buenas noches y todos se pararon. El hombre de negro se fue lo antes posible por la puerta escondida de los profesores, así que tampoco tuvo tiempo de presentársele. Cuando no quedó nadie más en el Gran Comedor, Dumbledore se le acercó.
—Por hoy podrás recuperar sueño, pero tendrás que levantarte a las cinco para comenzar la ronda. Si quieres puedes hacer petición de pastillas para que no te de sueño, pero es mejor que te aguantes, porque no son muy buenas. De todas formas, ya sabes que tienes seis horas de sueño desde las nueve, quizá no te haga falta.
Merlina asintió, se despidió y se fue. Durante el camino no se topó al profesor Snape.
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Última edición por F_J__Slytherin el Sáb 28 Jun 2008, 9:15 pm, editado 1 vez
F_J__Slytherin-
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Re: En pie de guerra
Querida Sol, que te puedo decir, amo este fic, amo a Merlina y amo a mi Sevy.
Sólo un pequeño detalle, ¡por favor cambia el color!
Porque como bien dice mi querida Pecosa, es una patada para las retinas, el fondo negro y el color rojo oscuro, hacen que se force mucho la vista. De ahi en fuera, genial.
Saludos
Serena Potter
Sólo un pequeño detalle, ¡por favor cambia el color!
Porque como bien dice mi querida Pecosa, es una patada para las retinas, el fondo negro y el color rojo oscuro, hacen que se force mucho la vista. De ahi en fuera, genial.
Saludos
Serena Potter
Re: En pie de guerra
Capítulo 4: Por una lechuza, el recuerdo
Toc-toc.
La puerta sonó. Merlina estaba acomodando unos papeles en su oficina, todavía no se iba a acostar, pero estaba apunto. Miró hacia la puerta y se quitó un mechón de la cara.
— ¿Sí? —preguntó, lo suficientemente fuerte como para que la oyeran.
—Merlina, soy Albus, ¿puedes acompañarme un momento a la sala de profesores?
Merlina se acercó a la puerta y la abrió. Miró desconcertada al anciano brujo.
—Está bien —aceptó, al fin.
Caminaron en silencio unos pasos —por suerte la sala no quedaba lejos de su despacho —, y no se pudo contener.
— ¿Puedo preguntar para qué es?
—Ya lo hiciste —dijo Albus —, y lo sabrás, estamos a tres metros —añadió.
Albus abrió la puerta y la hizo pasar. Merlina miró para todos lados, y si no hubiese sido por el fuego que crepitaba en la chimenea, no se habría dado cuenta de que allí había alguien más.
—Por una mala casualidad, el tiempo no me dejó presentarlos —dijo Albus —. Merlina, él es el profesor Snape, quien imparte Pociones, aunque ya debes haberlo visto en la ceremonia.
Sí, en efecto, era Snape. Merlina avanzó con decisión, pero no pudo mirarlo directamente. Sólo pudo fijarse que el semblante del profesor era de furia —no podía ser otra cosa el temblor de su ceja y la torcida mueca de sus labios —, e hizo un leve gesto con la cabeza.
—Y ella, Severus, es Merlina Morgan, como ves, la nueva celadora del castillo que reemplazará a Filch.
Snape alargó la mano para estrecharla con ella. Merlina no podía rechazarlo, así que se la estrechó, pero ni siquiera se cumplieron los dos segundos cuando se la soltó. Fue algo extraño, en verdad producía corriente, ¿o ella se lo estaba imaginando?
—Bien, era eso —dijo el director dando un solo aplauso —, encontré indicado el hecho de ser presentados, es mi deber como director que los de mi personal se conozcan.
Merlina asintió sin decir nada y miró fugazmente a Snape, y otra vez sus ojos se toparon. Dirigió la vista inmediatamente al suelo.
—Eh... —vaciló —, si eso es todo, buenas noches a los dos.
—Buenas noches —contestaron a coro, con la diferencia de que Albus lo hizo de buenas maneras. Al parecer Snape, no tenía ganas de conocerla.
Merlina salió inmediatamente de la sala, cuestionándose nuevamente su terrible actitud de mocosa miedosa.
Apenas ella cerró la puerta, Snape dijo al director, en un susurro:
— Es bastante inútil, se le nota en la cara. Y si no se acuerda de eso, ¿por qué está tan rara?
—Eso no te lo puedo explicar yo. Y hazme el favor de no tratar mal a los recién llegados, menos a sus espaldas. Buenas noches, Severus — dijo con severidad y también se retiró.
Podría haber dicho algo más, como "Un gusto en conocerlo" o "Espero que nos llevemos bien", ¡o cualquier cosa! Pero no había podido, algo se lo impedía. Le intimidaba. No habían pasado más de tres horas, y ya sabía que Severus Snape le intimidaba. Tenía cara de ser cruel y misterioso, a la vez. Además, esa expresión de antipatía en su cara...
No lo pensó más, se puso el pijama y se acostó.
Dormir en una cama con dosel, con un colchón caliente gracias a la magia propia de los elfos domésticos, era lo más cómodo que podía existir en una noche de tormenta como esa, y con mayor razón, el día de llegada a Hogwarts. Habría sido aventurero que hubiese estado toda la noche custodiando los pasillos, pero sinceramente lo agradecía, y había resultado todo un éxito tener horas de sueño, porque cuando se levantó media hora antes de las cinco de la mañana, se sintió despejada y con nuevas energías, y sobre todo, se había olvidado de todo lo ocurrido hace horas atrás.
Se dio una ducha corta para terminar de revitalizarse, se vistió muy abrigada, y salió en busca de la aventura, aunque el pasillo estaba completamente vacío.
—Si me encuentro con Peeves, me corto un brazo —susurró para sí mientras se frotaba las manos, caminando por el pasillo oscuro. Luego del vano intento de entibiarse las manos, sacó su varita del bolsillo —. Lumos —murmuró y una luz se prendió en la punta de la varita.
Bostezó un par de veces, pero no tenía sueño. Sus ojos estaban más abiertos que nunca, preparada para algo inusual, pero de todas formas, ¿qué podía ocurrir de inusual en el castillo?
Bueno, debía verle el lado positivo: podía probar los pasadizos secretos sin ser molestada. Y eso hizo. Pasó cerca de diez veces por distintos tapices, otras cinco por los cuadros, y otras dos por puertas secretas que estaban en las paredes y no se notaban. Un par de veces se confundió y dio con pomos de puerta falsos, no se abrían.
Le salía vaho por la boca y se entumía cuando pasaba por las ventanas que no tenían vidrio, aunque eran pequeñas, pero eso no quitaba el frío que penetraba de manera amenazante.
Tal vez podría comprarse un gato, como lo hacía Filch para que le ayudara en la vigilancia, pero no podía: le tenía alergia a los pelos de felinos. Pero bueno, daba igual, ella tenía poderes, Filch era un squib, así que no necesitaría ayuda.
Distraída fue haciendo dibujos en el techo con la luz de la varita, o al menos se los imaginaba, como se hacía con las linternas muggles. Escribió su nombre varias veces y solo se detuvo cuando chocó con un tapiz. Lo levantó y entró al hueco del interior, donde había una escalera.
—Veamos adónde lleva esto... —farfulló y comenzó a bajar. Era en zigzag, pero no fueron más de dos pisos los que bajó. Se encontró con una puerta y salió por allí a otro pasillo.
Si arriba hacía bastante frío, allí estaba peor, y el aire era ahogante. Estaba en las mazmorras. Nunca le había gustado caminar por allí porque era demasiado húmedo y oscuro. Solo unas ventanillas al estilo cárcel refrescaban un poco el ambiente. Fue con la varita al frente, alumbrando su camino. Había varias armaduras, pero era carente de cuadros. Y solo se topó con tres puertas: una conducía a un armario de escobas y cosas de limpieza, la siguiente decía "Aula de Pociones". La tercera, al lado de la del Aula, tenía una placa de metal clavada y tenía la inscripción de "Profesor Severus Snape". Merlina entró en pánico. Acababa de recordar lo ocurrido en la sala de profesores.
—Oh, Dios mío —susurró, temiendo que la puerta se abriera en cualquier momento y saliera Snape, con sus ojos negros bien abiertos, listos para matarla con la mirada, como un basilisco —, Dios mío —repitió y se echó a correr sin pensarlo más.
Se le olvidó por completo devolverse por el mismo lugar que había llegado, pero prefería subir por las escaleras normales. Corrió como alma que lleva al diablo, jurando que atrás iba Snape con paso militar, casi robótico.
—Oohhh —gritó ahogada. Casi no se percibió su alarido.
— ¿Huyendo, eh, eh, eh?
— ¡Peeves! —susurró sin aliento. El poltergeist del demonio había aparecido del yelmo de una armadura cuando ella doblaba la esquina, quedando cara a cara.
—Parece que la pequeña gusana estaba escapando de algo, ¿de qué será? ¿De quién será?
—De nada, yo, yo... yo no huyo de nada.
Hace una hora atrás había dicho que si se encontraba con Peeves, se cortaría un brazo. Bueno, a veces las personas se tenían que tragar sus propias palabras, porque en realidad agradecía montones que haya sido él a Snape.
—No hagas eso nunca más, nunca más —jadeó Merlina.
— ¿Y puedo hacer esto?
Merlina iba a preguntar qué cosa, pero no alcanzó. Peeves le aplastó una bomba de agua en la cabeza y quedó chorreando, y luego le apretó la nariz con un par de dedos.
— Te odio —susurró, sobándose la nariz. El poltergeist se echó a reír estrepitosamente, y ella corrió otra vez para no ser partícipe de sus desórdenes.
Llegó a un lugar seguro, en el primer piso, ya dando el alba. Con la varita se secó el cabello y la ropa, y quedó como nueva, pero todavía el corazón le latía a mil por hora.
Se fue a registrar los pisos superiores mucho más calmada. El hecho de que estuviera saliendo el sol le hizo sentir mejor.
—Qué tonta he sido — pensó de pronto, en voz alta, frunciendo el entrecejo y apagando la luz de la varita —, me he comportado como una niña miedosa...
Y era cierto. Cuando dieron las siete, se sentó en un banco del quinto piso y miró por la ventana. El sol ya estaba en lo alto, pero se notaba a ciencia cierta que era un día terriblemente gélido.
¿Por qué había huido de esa manera? Por poco le da un infarto. Realmente parecía una gata miedosa. ¡Huir por temerle a un profesor! Dumbledore jamás pondría a alguien peligroso en el cargo de profesor. Había arrancado también, en parte, por la oscuridad. Por favor, tenía veinticinco años... Tendría que superar eso de alguna manera. Quizás no estuviera a muchas horas de hacerlo.
A las siete y media subió a la lechucería. Debía cambiarle la comida y el agua, eso era lo que le había ordenado Dumbledore. En el trayecto se topó con la profesora Sinistra, quien ya estaba en pie cargando unos telescopios que llevaba para repararlos.
Llegó a una iluminada torre, donde cientos de lechuzas descansaban en sus perchas, tranquilamente acurrucadas bajo el ala. Algunas la miraron con atención. Había un olor fuerte a animal, pero no era del todo malo, y el suelo estaba repleto de esqueletos de ratón.
Había unos guantes sobre una repisa, pero ella no los necesitaba. Todo podría hacerlo con la varita.
— ¡Fregotego! —exclamó e hizo desaparecer gran parte de los excrementos de lechuza y los huesos. Lo intentó dos veces más, y dejó el suelo limpio. Después se dispuso a cambiar el agua de las fuentes que estaban pegadas a la pared, limpiar las de comida y volver a llenarlos con más chucherías lechuciles.
Listo, eso era todo.
Se dio media vuelta para salir, pero un gorjeo acongojado y un golpe seco contra la pared, la detuvo.
Miró hacia atrás y no vio nada.
Se acercó a la ventana y miró hacia todos lados.
— ¡Por las barbas de Merlín! —exclamó, viendo a una desplumada y enferma lechuza que había chochado contra la torre, quedando encima de la piedra sobre saliente que parecía un anillo que rodeaba a la torre, a la altura de la cabeza de Merlina. Estaba bastante a la vuelta, pero alcanzaba a verla.
La pobrecita se movía apenas. La carta se le había caído del pico, pero estaba a su lado. El viento soplaba fuerte en la cara de Merlina, haciéndole perder un poco la visión porque le ardían los ojos, pero debía salvar al animalejo, no podría dejarlo ahí. Amaba a las lechuzas como a todos los animales.
— ¡Yo te sacaré! —gritó torpemente y alargó la varita — ¡Accio, lechuza!
El animal batió levemente las alas, pero no se movió ni un centímetro hacia ella.
— ¡Diablos! —exclamó y agitó la varita con fuerza, pero fue un grave error. Ésta chocó con la pared y se le soltó de la mano, cayendo metros y metros hasta que quedó en los terrenos, en algún lugar del pasto.
Merlina bufó.
— ¡Lo que me faltaba! No me importa —dijo, obstinada —, la sacaré de todas formas.
Entonces utilizó el último recurso: se sentó en el marco de la ventana, afirmó los pies en una piedra salida, se afirmó del anillo de piedra y empezó a avanzar lentamente, pero de forma segura. Corría un poquito los pies y un poquito las manos, usando todas sus fuerzas.
—Bien, ya llegué —suspiró y alargó una mano para agarrar a la lechuza. La dejó cerca de la ventana, y lo mismo hizo con la carta. Retrocedió. Luego le puso la carta en el pico, la tomó y la soltó adentro, rogando porque cayera en el montón de paja que había, acumulada —. Ahora, subo yo... ¡AAAH!
La piedra salida se desprendió y quedó colgando, con las manos en el alfeizar.
—Ay, no, ay no —los ojos se le llenaron instantáneamente de lágrimas, aunque más que de miedo, era por el viento — ¡AUXILIOOOOOOOO! —gritó con todas sus fuerzas — ¡POR FAVOR, QUE ALGUIEN ME AYUDE!
Era una sensación terrible. Ella era bastante delgada, pero jamás en su vida había hecho ejercicios, ni siquiera levantado una pesa, así que en los brazos tenía muy poca fuerza. Además, la piedra le dañaba las manos, raspándoselas. La cabeza la bombeaba por el miedo y las piernas las sentía cada vez más pesada. Miró hacia abajo y vio que estaba a metros y metros del suelo.
— ¡ESTOY AQUÍ, POR FAVOR, SÁQUENME DE AQUÍ! —por poco ya se quedaba ronca de tanto gritar — ¡AYÚDENMEEEEEEEEE! ¡ESTOY APUNTO DE CAER, LO RUEGO, LO SUPLICO, POR FAVOR! ¡AUXILIOOOOOO! ¡POR MERLÍN!—aulló desesperada. Por suerte estaba con pantalones (rara vez utilizaba falda), pero la túnica era pesada y se le enganchaba en algunas piedrillas ásperas, sumando el viento, que soplaba fuerte.
Los ojos ya se le habían secado de lágrimas, y con eso no podía llorar. Las manos le resbalaron un poco. Estaba apunto de caer. Las piernas eran de plomo, las manos, de pluma.
—Quizá... —susurró, sintiéndose muy débil —morir no sea tan terrible —cerró los ojos.
Se soltó. Pero no cayó. Alguien la había aferrado de las muñecas y la empezó a tirar. Apretó más los ojos, sintiendo que su estómago se aflojaba, e intentó subir por la muralla, rogando que no la soltaran. Finalmente cuando estuvo en el alfeizar, miró las manos de su salvador. Eran del color de la vela. Supo quien había sido.
Terminó de pasar hacia dentro y se paró, con las piernas temblando.
Toc-toc.
La puerta sonó. Merlina estaba acomodando unos papeles en su oficina, todavía no se iba a acostar, pero estaba apunto. Miró hacia la puerta y se quitó un mechón de la cara.
— ¿Sí? —preguntó, lo suficientemente fuerte como para que la oyeran.
—Merlina, soy Albus, ¿puedes acompañarme un momento a la sala de profesores?
Merlina se acercó a la puerta y la abrió. Miró desconcertada al anciano brujo.
—Está bien —aceptó, al fin.
Caminaron en silencio unos pasos —por suerte la sala no quedaba lejos de su despacho —, y no se pudo contener.
— ¿Puedo preguntar para qué es?
—Ya lo hiciste —dijo Albus —, y lo sabrás, estamos a tres metros —añadió.
Albus abrió la puerta y la hizo pasar. Merlina miró para todos lados, y si no hubiese sido por el fuego que crepitaba en la chimenea, no se habría dado cuenta de que allí había alguien más.
—Por una mala casualidad, el tiempo no me dejó presentarlos —dijo Albus —. Merlina, él es el profesor Snape, quien imparte Pociones, aunque ya debes haberlo visto en la ceremonia.
Sí, en efecto, era Snape. Merlina avanzó con decisión, pero no pudo mirarlo directamente. Sólo pudo fijarse que el semblante del profesor era de furia —no podía ser otra cosa el temblor de su ceja y la torcida mueca de sus labios —, e hizo un leve gesto con la cabeza.
—Y ella, Severus, es Merlina Morgan, como ves, la nueva celadora del castillo que reemplazará a Filch.
Snape alargó la mano para estrecharla con ella. Merlina no podía rechazarlo, así que se la estrechó, pero ni siquiera se cumplieron los dos segundos cuando se la soltó. Fue algo extraño, en verdad producía corriente, ¿o ella se lo estaba imaginando?
—Bien, era eso —dijo el director dando un solo aplauso —, encontré indicado el hecho de ser presentados, es mi deber como director que los de mi personal se conozcan.
Merlina asintió sin decir nada y miró fugazmente a Snape, y otra vez sus ojos se toparon. Dirigió la vista inmediatamente al suelo.
—Eh... —vaciló —, si eso es todo, buenas noches a los dos.
—Buenas noches —contestaron a coro, con la diferencia de que Albus lo hizo de buenas maneras. Al parecer Snape, no tenía ganas de conocerla.
Merlina salió inmediatamente de la sala, cuestionándose nuevamente su terrible actitud de mocosa miedosa.
Apenas ella cerró la puerta, Snape dijo al director, en un susurro:
— Es bastante inútil, se le nota en la cara. Y si no se acuerda de eso, ¿por qué está tan rara?
—Eso no te lo puedo explicar yo. Y hazme el favor de no tratar mal a los recién llegados, menos a sus espaldas. Buenas noches, Severus — dijo con severidad y también se retiró.
Podría haber dicho algo más, como "Un gusto en conocerlo" o "Espero que nos llevemos bien", ¡o cualquier cosa! Pero no había podido, algo se lo impedía. Le intimidaba. No habían pasado más de tres horas, y ya sabía que Severus Snape le intimidaba. Tenía cara de ser cruel y misterioso, a la vez. Además, esa expresión de antipatía en su cara...
No lo pensó más, se puso el pijama y se acostó.
Dormir en una cama con dosel, con un colchón caliente gracias a la magia propia de los elfos domésticos, era lo más cómodo que podía existir en una noche de tormenta como esa, y con mayor razón, el día de llegada a Hogwarts. Habría sido aventurero que hubiese estado toda la noche custodiando los pasillos, pero sinceramente lo agradecía, y había resultado todo un éxito tener horas de sueño, porque cuando se levantó media hora antes de las cinco de la mañana, se sintió despejada y con nuevas energías, y sobre todo, se había olvidado de todo lo ocurrido hace horas atrás.
Se dio una ducha corta para terminar de revitalizarse, se vistió muy abrigada, y salió en busca de la aventura, aunque el pasillo estaba completamente vacío.
—Si me encuentro con Peeves, me corto un brazo —susurró para sí mientras se frotaba las manos, caminando por el pasillo oscuro. Luego del vano intento de entibiarse las manos, sacó su varita del bolsillo —. Lumos —murmuró y una luz se prendió en la punta de la varita.
Bostezó un par de veces, pero no tenía sueño. Sus ojos estaban más abiertos que nunca, preparada para algo inusual, pero de todas formas, ¿qué podía ocurrir de inusual en el castillo?
Bueno, debía verle el lado positivo: podía probar los pasadizos secretos sin ser molestada. Y eso hizo. Pasó cerca de diez veces por distintos tapices, otras cinco por los cuadros, y otras dos por puertas secretas que estaban en las paredes y no se notaban. Un par de veces se confundió y dio con pomos de puerta falsos, no se abrían.
Le salía vaho por la boca y se entumía cuando pasaba por las ventanas que no tenían vidrio, aunque eran pequeñas, pero eso no quitaba el frío que penetraba de manera amenazante.
Tal vez podría comprarse un gato, como lo hacía Filch para que le ayudara en la vigilancia, pero no podía: le tenía alergia a los pelos de felinos. Pero bueno, daba igual, ella tenía poderes, Filch era un squib, así que no necesitaría ayuda.
Distraída fue haciendo dibujos en el techo con la luz de la varita, o al menos se los imaginaba, como se hacía con las linternas muggles. Escribió su nombre varias veces y solo se detuvo cuando chocó con un tapiz. Lo levantó y entró al hueco del interior, donde había una escalera.
—Veamos adónde lleva esto... —farfulló y comenzó a bajar. Era en zigzag, pero no fueron más de dos pisos los que bajó. Se encontró con una puerta y salió por allí a otro pasillo.
Si arriba hacía bastante frío, allí estaba peor, y el aire era ahogante. Estaba en las mazmorras. Nunca le había gustado caminar por allí porque era demasiado húmedo y oscuro. Solo unas ventanillas al estilo cárcel refrescaban un poco el ambiente. Fue con la varita al frente, alumbrando su camino. Había varias armaduras, pero era carente de cuadros. Y solo se topó con tres puertas: una conducía a un armario de escobas y cosas de limpieza, la siguiente decía "Aula de Pociones". La tercera, al lado de la del Aula, tenía una placa de metal clavada y tenía la inscripción de "Profesor Severus Snape". Merlina entró en pánico. Acababa de recordar lo ocurrido en la sala de profesores.
—Oh, Dios mío —susurró, temiendo que la puerta se abriera en cualquier momento y saliera Snape, con sus ojos negros bien abiertos, listos para matarla con la mirada, como un basilisco —, Dios mío —repitió y se echó a correr sin pensarlo más.
Se le olvidó por completo devolverse por el mismo lugar que había llegado, pero prefería subir por las escaleras normales. Corrió como alma que lleva al diablo, jurando que atrás iba Snape con paso militar, casi robótico.
—Oohhh —gritó ahogada. Casi no se percibió su alarido.
— ¿Huyendo, eh, eh, eh?
— ¡Peeves! —susurró sin aliento. El poltergeist del demonio había aparecido del yelmo de una armadura cuando ella doblaba la esquina, quedando cara a cara.
—Parece que la pequeña gusana estaba escapando de algo, ¿de qué será? ¿De quién será?
—De nada, yo, yo... yo no huyo de nada.
Hace una hora atrás había dicho que si se encontraba con Peeves, se cortaría un brazo. Bueno, a veces las personas se tenían que tragar sus propias palabras, porque en realidad agradecía montones que haya sido él a Snape.
—No hagas eso nunca más, nunca más —jadeó Merlina.
— ¿Y puedo hacer esto?
Merlina iba a preguntar qué cosa, pero no alcanzó. Peeves le aplastó una bomba de agua en la cabeza y quedó chorreando, y luego le apretó la nariz con un par de dedos.
— Te odio —susurró, sobándose la nariz. El poltergeist se echó a reír estrepitosamente, y ella corrió otra vez para no ser partícipe de sus desórdenes.
Llegó a un lugar seguro, en el primer piso, ya dando el alba. Con la varita se secó el cabello y la ropa, y quedó como nueva, pero todavía el corazón le latía a mil por hora.
Se fue a registrar los pisos superiores mucho más calmada. El hecho de que estuviera saliendo el sol le hizo sentir mejor.
—Qué tonta he sido — pensó de pronto, en voz alta, frunciendo el entrecejo y apagando la luz de la varita —, me he comportado como una niña miedosa...
Y era cierto. Cuando dieron las siete, se sentó en un banco del quinto piso y miró por la ventana. El sol ya estaba en lo alto, pero se notaba a ciencia cierta que era un día terriblemente gélido.
¿Por qué había huido de esa manera? Por poco le da un infarto. Realmente parecía una gata miedosa. ¡Huir por temerle a un profesor! Dumbledore jamás pondría a alguien peligroso en el cargo de profesor. Había arrancado también, en parte, por la oscuridad. Por favor, tenía veinticinco años... Tendría que superar eso de alguna manera. Quizás no estuviera a muchas horas de hacerlo.
A las siete y media subió a la lechucería. Debía cambiarle la comida y el agua, eso era lo que le había ordenado Dumbledore. En el trayecto se topó con la profesora Sinistra, quien ya estaba en pie cargando unos telescopios que llevaba para repararlos.
Llegó a una iluminada torre, donde cientos de lechuzas descansaban en sus perchas, tranquilamente acurrucadas bajo el ala. Algunas la miraron con atención. Había un olor fuerte a animal, pero no era del todo malo, y el suelo estaba repleto de esqueletos de ratón.
Había unos guantes sobre una repisa, pero ella no los necesitaba. Todo podría hacerlo con la varita.
— ¡Fregotego! —exclamó e hizo desaparecer gran parte de los excrementos de lechuza y los huesos. Lo intentó dos veces más, y dejó el suelo limpio. Después se dispuso a cambiar el agua de las fuentes que estaban pegadas a la pared, limpiar las de comida y volver a llenarlos con más chucherías lechuciles.
Listo, eso era todo.
Se dio media vuelta para salir, pero un gorjeo acongojado y un golpe seco contra la pared, la detuvo.
Miró hacia atrás y no vio nada.
Se acercó a la ventana y miró hacia todos lados.
— ¡Por las barbas de Merlín! —exclamó, viendo a una desplumada y enferma lechuza que había chochado contra la torre, quedando encima de la piedra sobre saliente que parecía un anillo que rodeaba a la torre, a la altura de la cabeza de Merlina. Estaba bastante a la vuelta, pero alcanzaba a verla.
La pobrecita se movía apenas. La carta se le había caído del pico, pero estaba a su lado. El viento soplaba fuerte en la cara de Merlina, haciéndole perder un poco la visión porque le ardían los ojos, pero debía salvar al animalejo, no podría dejarlo ahí. Amaba a las lechuzas como a todos los animales.
— ¡Yo te sacaré! —gritó torpemente y alargó la varita — ¡Accio, lechuza!
El animal batió levemente las alas, pero no se movió ni un centímetro hacia ella.
— ¡Diablos! —exclamó y agitó la varita con fuerza, pero fue un grave error. Ésta chocó con la pared y se le soltó de la mano, cayendo metros y metros hasta que quedó en los terrenos, en algún lugar del pasto.
Merlina bufó.
— ¡Lo que me faltaba! No me importa —dijo, obstinada —, la sacaré de todas formas.
Entonces utilizó el último recurso: se sentó en el marco de la ventana, afirmó los pies en una piedra salida, se afirmó del anillo de piedra y empezó a avanzar lentamente, pero de forma segura. Corría un poquito los pies y un poquito las manos, usando todas sus fuerzas.
—Bien, ya llegué —suspiró y alargó una mano para agarrar a la lechuza. La dejó cerca de la ventana, y lo mismo hizo con la carta. Retrocedió. Luego le puso la carta en el pico, la tomó y la soltó adentro, rogando porque cayera en el montón de paja que había, acumulada —. Ahora, subo yo... ¡AAAH!
La piedra salida se desprendió y quedó colgando, con las manos en el alfeizar.
—Ay, no, ay no —los ojos se le llenaron instantáneamente de lágrimas, aunque más que de miedo, era por el viento — ¡AUXILIOOOOOOOO! —gritó con todas sus fuerzas — ¡POR FAVOR, QUE ALGUIEN ME AYUDE!
Era una sensación terrible. Ella era bastante delgada, pero jamás en su vida había hecho ejercicios, ni siquiera levantado una pesa, así que en los brazos tenía muy poca fuerza. Además, la piedra le dañaba las manos, raspándoselas. La cabeza la bombeaba por el miedo y las piernas las sentía cada vez más pesada. Miró hacia abajo y vio que estaba a metros y metros del suelo.
— ¡ESTOY AQUÍ, POR FAVOR, SÁQUENME DE AQUÍ! —por poco ya se quedaba ronca de tanto gritar — ¡AYÚDENMEEEEEEEEE! ¡ESTOY APUNTO DE CAER, LO RUEGO, LO SUPLICO, POR FAVOR! ¡AUXILIOOOOOO! ¡POR MERLÍN!—aulló desesperada. Por suerte estaba con pantalones (rara vez utilizaba falda), pero la túnica era pesada y se le enganchaba en algunas piedrillas ásperas, sumando el viento, que soplaba fuerte.
Los ojos ya se le habían secado de lágrimas, y con eso no podía llorar. Las manos le resbalaron un poco. Estaba apunto de caer. Las piernas eran de plomo, las manos, de pluma.
—Quizá... —susurró, sintiéndose muy débil —morir no sea tan terrible —cerró los ojos.
Se soltó. Pero no cayó. Alguien la había aferrado de las muñecas y la empezó a tirar. Apretó más los ojos, sintiendo que su estómago se aflojaba, e intentó subir por la muralla, rogando que no la soltaran. Finalmente cuando estuvo en el alfeizar, miró las manos de su salvador. Eran del color de la vela. Supo quien había sido.
Terminó de pasar hacia dentro y se paró, con las piernas temblando.
Continúa...
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 4:
—Tan tonta como siempre —dijo Snape, con un odio de los mil demonios, chasqueando la lengua.
Merlina miró inmediatamente a sus ojos, pero esta vez no sintió nada. Se quedó de piedra. ¿Por qué la trataba así luego de haberla rescatado?
— ¿Perdón...?
—Tan tonta como siempre —reiteró Snape con la barbilla temblando —. No te he visto en años y ya sé que no has cambiado para nada. Creo que todavía no encuentras el tornillo que te falta, ¿no, Morgan?
—Disculpa, pero...
— ¡Si recuerdo perfectamente —la interrumpió, acercándose un poco, quedando a un metro — la vez que te subiste al techo de la casa de dos pisos en Hogsmeade! ¡Y todo por sacar un perro que había sido lanzado de la casa contigua! Me bastó para que hicieras eso para saber que eras una estúpida mocosa.
—Usted... usted... —miles de pensamientos se agolpaban en la cabeza de Merlina.
— ¡Te tuve que regañar de una manera muy antipática y poco pedagógica, y aún así insististe a ciegas que lo habías hecho por el perro! ¡Pero yo siempre creí que lo habías hecho para hacerte la valiente y llamar la atención! Pero ahora, veo que estaba equivocado: eres tonta con ganas. ¡Arriesgándose por una lechuza moribunda! Jamás lo hubiera creído.
— ¡No tienes que porqué tratarme así, Snape! —estalló Merlina, perdiendo todo el miedo que había tenido en la madrugada, dejando de lado todo el sentimiento de intimidad que Severus le había provocado, al menos, por esos momentos. Lo miraba directamente a los ojos. Quién de los dos lanzaba más chispas — ¡No sé para qué me salvaste! —gritó, colocándose roja.
— ¿Crees que lo hubiera hecho, Morgan, por cuenta propia? Dumbledore me habría culpado a mí de tu muerte si no hubiese hecho lo que acabo de hacer —hizo una pausa y ella no supo qué contestar —. ¡Esa vez también tuve que sacarte del techo, por el simple hecho de que eras una estudiante, así que tampoco fue un acto propio de heroísmo! —continuó la discusión. Su voz era atronadora — Dime, ¿dejarás de hacer estupideces? Porque dudo que dures mucho en el colegio si andas haciendo ese tipo de cosas... Aunque como conserje, no creo que sea gran cosa tu pérdida. Pones en vergüenza a todo el colegio, aunque, por suerte, nadie vio esto.
Merlina se quedó helada, y de rojo pasó a morado.
— ¿Y dónde demonios está tu varita? ¡Pensé que ya nos habíamos librado de los squibs!
—Se... se me cayó al...
Severus ya se había asomado a la ventana. No pasaron más de cinco segundos, cuando le puso la varita en la mano a Merlina, de mala gana.
—Y ahí está tu varita. Y madura de una vez.
Se dio media vuelta, y salió por la puerta, con su capa negra ondeando tras él, con el mismo “frufrú” de casi once años atrás. La boca de Merlina se abrió sin pronunciar sonido alguno.
Así que Severus Snape había sido quien le había dado el regaño del año en cuarto curso, quien la había llevado al despacho del director. Con razón se le hacía conocido y le intimidaba, pero ahora no sentía eso, para nada. La sangre le hervía de furia. La había tratado como una basura, le había dicho hasta que valía poco como para que alguien se diera cuenta de que había muerto. ¿Por qué había hecho eso? Ojalá el accidente de su familia no le hubiese bloqueado el recuerdo, sino habría estado preparada desde un principio para enfrentar sus pesadeces.
—Me las va a pagar... —balbuceó entre dientes con todos los músculos tensos. Había pasado gran parte de su vida haciendo la vista gorda ante las personas que le trataban mal. Eso, ahora, se había terminado. Debía tomar cartas en el asunto. Una llama de odio se había encendido en ella.
Sacudió su cabeza y miró hacia el montón de paja. La lechuza seguía allí. La tomó, se guardó la carta en el bolsillo y le dio de beber agua y un poco de comida. Era una lechuza gris, bastante senil y no tenía la placa del colegio, así que seguramente debía ser de alguien del colegio, al menos que hubiese tomado el rumbo equivocado. Cuando estuvo más animada, bajó con ella en los brazos para buscar a su dueño. Eran más de las ocho, así que debían estar desayunando.
Entró al Gran Comedor y evitó mirar hacia la mesa de profesores porque sabía que Snape estaba ahí.
Se acercó a la mesa de Slytherin.
— ¿Alguien reconoce a esta lechuza? —preguntó varias veces, avanzando por la mesa.
El único que contestó fue un muchacho rubio, pálido y de ojos grises.
—No —dijo, mirándola con asco.
Merlina se encogió de hombros. Se fue a la siguiente, la de Gryffindor.
— ¿Esta lechuza es de alguno de ustedes? —indagó y avanzó unos cuantos pasos, haciendo la pregunta.
— ¡Eh! Creo que es mía; bueno, de mi familia —dijo alguien.
Merlina miró a la persona que había hablado. Era un muchacho pelirrojo, pecoso y de nariz larga y respingada y estaba al lado opuesto de la mesa.
—Toma —Merlina se la alargó, y luego le depositó el sobre en la mano.
El chico la examinó con detenimiento. Merlina, mientras tanto, miraba al chico que estaba a su lado. Era el que había llegado a deshoras.
—Sí, es mía, es Errol —dijo, finalmente —. Gracias —agregó — ¿pero porqué la encontró usted?
—Uff, no es que la haya encontrado, chocó contra la torre de las lechuzas. Fue una odisea para rescatarla.
— ¿Rescatarla? —dijo la chiquilla que estaba donde ella se había detenido.
—Sí... —susurró —, es una larga historia.
—Cuéntenos —dijo el chico de lentes.
—Bueno... —sintió que unos ojos estaban clavados en su nuca —háganme sitio —le dijo a la chica de cabello castaño.
— ¿No le dirán nada? —preguntó una pelirroja, que estaba al lado de la castaña.
—Que a Dumbledore se le ocurra y ya verá —dijo entre dientes; todavía estaba enojada. Se sentó entre la castaña y la pelirroja.
— ¿Qué ocurrió?
—Bueno, creo que no nos hemos presentado —dijo Merlina, en tono bajo —, ya saben, soy Merlina Morgan.
—Sí, yo soy Ron Weasley —dijo el muchacho de la lechuza.
—Yo soy Hermione Granger —dijo la de pelo enmarañado castaño.
—Ginny Weasley.
—Vaya, son hermanos —dijo Merlina, encantada, sintiéndose un poco más liviana por poder hablar con gente de buenas maneras.
—Yo soy Harry Potter —dijo Harry, temeroso.
Merlina lo miró.
— ¿Tú eres Potter? —lo miró unos segundos con una sonrisa, y luego se dirigió a los demás — Gusto en conocerlos.
— Y entonces, ¿qué pasó? —preguntó Hermione.
— ¿Conocen a Snape?
Harry soltó un bufido, y los otros tres se miraron entre sí.
— ¿Sí? Bien, él es parte del final de la historia.
Les narró de manera concisa lo ocurrido, olvidándose del cargo de conserje y que debería estar en la mesa alta, tomando algunas cosas para comer de la mesa. Les contó cómo resbaló de la piedra en la torre y como casi muere. Los chicos terminaron todos con las cejas arqueadas cuando contó el desenlace, pero no porque encontraran tonto lo que hizo, en realidad, esa no era la parte a la que le habían puesto mucha atención. Les había interesado más la parte en la que aparecía el profesor de Pociones. Pero por supuesto, en ningún momento confesó que le había temido porque sus ojos le causaban intimidación. Eso era suyo, personal, y la verdad es que le daba una vergüenza terrible, ahora que lo pensaba.
—Es un desgraciado —dijo Merlina, sin temor—, un maldito déspota.
—Al menos no soy el único —dijo Harry. Merlina lo miró, perpleja.
— ¿Qué, también te trata mal?
— Oh, decir mal es poco. Me odia por mi padre.
—No sé, Harry, pero creo que tiene un problema de personalidad... —dijo Merlina, pensativa. ¿Por qué era tan idiota ese tal Severus Snape? —. En fin, sea lo que sea, voy a buscar la manera de vengarme. Suelo ser muy simpática y trato de ser amable en lo que puedo... Pero no voy a permitir que un desconocido, prácticamente, me trate como se le de la gana.
—Está mirando para acá —dijo Ginny, quien se había echado un poco para atrás para mirar a la mesa de profesores —. Precisamente a usted.
— ¿Si? Pues se le gastarán los ojos —dijo, enojada —. Bueno. Me voy a mi mesa. Iré a comer algo más y luego iré a echar un sueñecito.
Se puso en pie y agregó:
— Y, por favor, trátenme de Merlina... que no soy tan vieja como para que me digan “usted”.
Y con dignidad, sin mirar ni un segundo hacia el lado de Snape, caminó hacia la mesa de profesores y se sentó al lado de Sprout.
—Buenos días, Merlina.
—Hola, profesora —dijo dedicándole una sonrisa. Luego miró su plato, y no pudo evitar ponerse seria. Todavía el corazón le latía con dolor en el pecho, y la sangre la tenía caliente. A no más de tres metros hacia el lado estaba Snape, seguramente con su expresión de triunfo por haberle hecho sentir tan mal. Y ella no le diría a Dumbledore, no iba a caer en la tentación de hacerse la debilucha y acusarlo a la primera, porque eso podría ser peor. Además, por lo poco que conocía a Dumbledore, diría que eso deberían arreglarlo ellos mismo, que ellos debían descubrir el punto de quiebre e intentar repararlo. Y de seguro, no le importaría. Dumbledore estaba en sus asuntos. No. Definitivamente tenía que hacer algo, no sabía qué, no sabía cómo, ni dónde, ni cuándo, pero al menos estaba segura de algo: ella era conserje. Era ella la que tenía todas las llaves y las contraseñas de todos los pasillos: era privilegiada. Le sería lo suficientemente fácil entrar al despacho de Snape, y si seguía aparentando ser idiota e inocente, probablemente Snape jamás sospecharía de su intención.
Mientras tanto, en la mesa de Gryffindor, Ron decía.
— ¿Te imaginas? La celadora está en contra de Snape, y es de lo más simpática que hay. Y quiere vengarse. ¿Te suena a algo Harry?
—Sí, a que no debemos dejar pasar esta oportunidad. Podríamos ayudarla, si lo necesita.
Ginny asintió con fervor. Hermione parecía acongojada.
—Tan tonta como siempre —dijo Snape, con un odio de los mil demonios, chasqueando la lengua.
Merlina miró inmediatamente a sus ojos, pero esta vez no sintió nada. Se quedó de piedra. ¿Por qué la trataba así luego de haberla rescatado?
— ¿Perdón...?
—Tan tonta como siempre —reiteró Snape con la barbilla temblando —. No te he visto en años y ya sé que no has cambiado para nada. Creo que todavía no encuentras el tornillo que te falta, ¿no, Morgan?
—Disculpa, pero...
— ¡Si recuerdo perfectamente —la interrumpió, acercándose un poco, quedando a un metro — la vez que te subiste al techo de la casa de dos pisos en Hogsmeade! ¡Y todo por sacar un perro que había sido lanzado de la casa contigua! Me bastó para que hicieras eso para saber que eras una estúpida mocosa.
—Usted... usted... —miles de pensamientos se agolpaban en la cabeza de Merlina.
— ¡Te tuve que regañar de una manera muy antipática y poco pedagógica, y aún así insististe a ciegas que lo habías hecho por el perro! ¡Pero yo siempre creí que lo habías hecho para hacerte la valiente y llamar la atención! Pero ahora, veo que estaba equivocado: eres tonta con ganas. ¡Arriesgándose por una lechuza moribunda! Jamás lo hubiera creído.
— ¡No tienes que porqué tratarme así, Snape! —estalló Merlina, perdiendo todo el miedo que había tenido en la madrugada, dejando de lado todo el sentimiento de intimidad que Severus le había provocado, al menos, por esos momentos. Lo miraba directamente a los ojos. Quién de los dos lanzaba más chispas — ¡No sé para qué me salvaste! —gritó, colocándose roja.
— ¿Crees que lo hubiera hecho, Morgan, por cuenta propia? Dumbledore me habría culpado a mí de tu muerte si no hubiese hecho lo que acabo de hacer —hizo una pausa y ella no supo qué contestar —. ¡Esa vez también tuve que sacarte del techo, por el simple hecho de que eras una estudiante, así que tampoco fue un acto propio de heroísmo! —continuó la discusión. Su voz era atronadora — Dime, ¿dejarás de hacer estupideces? Porque dudo que dures mucho en el colegio si andas haciendo ese tipo de cosas... Aunque como conserje, no creo que sea gran cosa tu pérdida. Pones en vergüenza a todo el colegio, aunque, por suerte, nadie vio esto.
Merlina se quedó helada, y de rojo pasó a morado.
— ¿Y dónde demonios está tu varita? ¡Pensé que ya nos habíamos librado de los squibs!
—Se... se me cayó al...
Severus ya se había asomado a la ventana. No pasaron más de cinco segundos, cuando le puso la varita en la mano a Merlina, de mala gana.
—Y ahí está tu varita. Y madura de una vez.
Se dio media vuelta, y salió por la puerta, con su capa negra ondeando tras él, con el mismo “frufrú” de casi once años atrás. La boca de Merlina se abrió sin pronunciar sonido alguno.
Así que Severus Snape había sido quien le había dado el regaño del año en cuarto curso, quien la había llevado al despacho del director. Con razón se le hacía conocido y le intimidaba, pero ahora no sentía eso, para nada. La sangre le hervía de furia. La había tratado como una basura, le había dicho hasta que valía poco como para que alguien se diera cuenta de que había muerto. ¿Por qué había hecho eso? Ojalá el accidente de su familia no le hubiese bloqueado el recuerdo, sino habría estado preparada desde un principio para enfrentar sus pesadeces.
—Me las va a pagar... —balbuceó entre dientes con todos los músculos tensos. Había pasado gran parte de su vida haciendo la vista gorda ante las personas que le trataban mal. Eso, ahora, se había terminado. Debía tomar cartas en el asunto. Una llama de odio se había encendido en ella.
Sacudió su cabeza y miró hacia el montón de paja. La lechuza seguía allí. La tomó, se guardó la carta en el bolsillo y le dio de beber agua y un poco de comida. Era una lechuza gris, bastante senil y no tenía la placa del colegio, así que seguramente debía ser de alguien del colegio, al menos que hubiese tomado el rumbo equivocado. Cuando estuvo más animada, bajó con ella en los brazos para buscar a su dueño. Eran más de las ocho, así que debían estar desayunando.
Entró al Gran Comedor y evitó mirar hacia la mesa de profesores porque sabía que Snape estaba ahí.
Se acercó a la mesa de Slytherin.
— ¿Alguien reconoce a esta lechuza? —preguntó varias veces, avanzando por la mesa.
El único que contestó fue un muchacho rubio, pálido y de ojos grises.
—No —dijo, mirándola con asco.
Merlina se encogió de hombros. Se fue a la siguiente, la de Gryffindor.
— ¿Esta lechuza es de alguno de ustedes? —indagó y avanzó unos cuantos pasos, haciendo la pregunta.
— ¡Eh! Creo que es mía; bueno, de mi familia —dijo alguien.
Merlina miró a la persona que había hablado. Era un muchacho pelirrojo, pecoso y de nariz larga y respingada y estaba al lado opuesto de la mesa.
—Toma —Merlina se la alargó, y luego le depositó el sobre en la mano.
El chico la examinó con detenimiento. Merlina, mientras tanto, miraba al chico que estaba a su lado. Era el que había llegado a deshoras.
—Sí, es mía, es Errol —dijo, finalmente —. Gracias —agregó — ¿pero porqué la encontró usted?
—Uff, no es que la haya encontrado, chocó contra la torre de las lechuzas. Fue una odisea para rescatarla.
— ¿Rescatarla? —dijo la chiquilla que estaba donde ella se había detenido.
—Sí... —susurró —, es una larga historia.
—Cuéntenos —dijo el chico de lentes.
—Bueno... —sintió que unos ojos estaban clavados en su nuca —háganme sitio —le dijo a la chica de cabello castaño.
— ¿No le dirán nada? —preguntó una pelirroja, que estaba al lado de la castaña.
—Que a Dumbledore se le ocurra y ya verá —dijo entre dientes; todavía estaba enojada. Se sentó entre la castaña y la pelirroja.
— ¿Qué ocurrió?
—Bueno, creo que no nos hemos presentado —dijo Merlina, en tono bajo —, ya saben, soy Merlina Morgan.
—Sí, yo soy Ron Weasley —dijo el muchacho de la lechuza.
—Yo soy Hermione Granger —dijo la de pelo enmarañado castaño.
—Ginny Weasley.
—Vaya, son hermanos —dijo Merlina, encantada, sintiéndose un poco más liviana por poder hablar con gente de buenas maneras.
—Yo soy Harry Potter —dijo Harry, temeroso.
Merlina lo miró.
— ¿Tú eres Potter? —lo miró unos segundos con una sonrisa, y luego se dirigió a los demás — Gusto en conocerlos.
— Y entonces, ¿qué pasó? —preguntó Hermione.
— ¿Conocen a Snape?
Harry soltó un bufido, y los otros tres se miraron entre sí.
— ¿Sí? Bien, él es parte del final de la historia.
Les narró de manera concisa lo ocurrido, olvidándose del cargo de conserje y que debería estar en la mesa alta, tomando algunas cosas para comer de la mesa. Les contó cómo resbaló de la piedra en la torre y como casi muere. Los chicos terminaron todos con las cejas arqueadas cuando contó el desenlace, pero no porque encontraran tonto lo que hizo, en realidad, esa no era la parte a la que le habían puesto mucha atención. Les había interesado más la parte en la que aparecía el profesor de Pociones. Pero por supuesto, en ningún momento confesó que le había temido porque sus ojos le causaban intimidación. Eso era suyo, personal, y la verdad es que le daba una vergüenza terrible, ahora que lo pensaba.
—Es un desgraciado —dijo Merlina, sin temor—, un maldito déspota.
—Al menos no soy el único —dijo Harry. Merlina lo miró, perpleja.
— ¿Qué, también te trata mal?
— Oh, decir mal es poco. Me odia por mi padre.
—No sé, Harry, pero creo que tiene un problema de personalidad... —dijo Merlina, pensativa. ¿Por qué era tan idiota ese tal Severus Snape? —. En fin, sea lo que sea, voy a buscar la manera de vengarme. Suelo ser muy simpática y trato de ser amable en lo que puedo... Pero no voy a permitir que un desconocido, prácticamente, me trate como se le de la gana.
—Está mirando para acá —dijo Ginny, quien se había echado un poco para atrás para mirar a la mesa de profesores —. Precisamente a usted.
— ¿Si? Pues se le gastarán los ojos —dijo, enojada —. Bueno. Me voy a mi mesa. Iré a comer algo más y luego iré a echar un sueñecito.
Se puso en pie y agregó:
— Y, por favor, trátenme de Merlina... que no soy tan vieja como para que me digan “usted”.
Y con dignidad, sin mirar ni un segundo hacia el lado de Snape, caminó hacia la mesa de profesores y se sentó al lado de Sprout.
—Buenos días, Merlina.
—Hola, profesora —dijo dedicándole una sonrisa. Luego miró su plato, y no pudo evitar ponerse seria. Todavía el corazón le latía con dolor en el pecho, y la sangre la tenía caliente. A no más de tres metros hacia el lado estaba Snape, seguramente con su expresión de triunfo por haberle hecho sentir tan mal. Y ella no le diría a Dumbledore, no iba a caer en la tentación de hacerse la debilucha y acusarlo a la primera, porque eso podría ser peor. Además, por lo poco que conocía a Dumbledore, diría que eso deberían arreglarlo ellos mismo, que ellos debían descubrir el punto de quiebre e intentar repararlo. Y de seguro, no le importaría. Dumbledore estaba en sus asuntos. No. Definitivamente tenía que hacer algo, no sabía qué, no sabía cómo, ni dónde, ni cuándo, pero al menos estaba segura de algo: ella era conserje. Era ella la que tenía todas las llaves y las contraseñas de todos los pasillos: era privilegiada. Le sería lo suficientemente fácil entrar al despacho de Snape, y si seguía aparentando ser idiota e inocente, probablemente Snape jamás sospecharía de su intención.
Mientras tanto, en la mesa de Gryffindor, Ron decía.
— ¿Te imaginas? La celadora está en contra de Snape, y es de lo más simpática que hay. Y quiere vengarse. ¿Te suena a algo Harry?
—Sí, a que no debemos dejar pasar esta oportunidad. Podríamos ayudarla, si lo necesita.
Ginny asintió con fervor. Hermione parecía acongojada.
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Re: En pie de guerra
Capítulo 5: Y las cosas empeoran
En cualquier otra ocasión, Merlina, habría dormido con verdaderas ganas, y podría haber soñado cosas lindas y placenteras, de las que, quizá, hasta no se hubiera acordado, pero la voz de Snape seguía resonando como bocina en su cabeza, así que estaba recostada en su cama, con ropa, con las manos en los muslos, mirando en un punto fijo, sin pestañear. Los ojos los tenía coloradísimos y le ardían.
"Tan tonta como siempre..." "...todavía no encuentras el tornillo que te falta." "...madura de una vez". La barbilla le temblaba, y no hubo momento en que no estuviera colorada; era una tetera en constante ebullición. Había descargado todo aquello escribiendo una carta para Craig, y la tenía al lado, en la mesita de noche, sellada y lista para enviar, pero tenía un terror horrible de volver a la lechucería. No aguantaría ver a una lechuza morir, y tampoco se arriesgaría como lo había hecho ya. Pero seguía sin encontrarle la parte estúpida a lo que había realizado... Ni tampoco lo heroico.
—Tengo que hacer algo —farfulló —, tengo que hacer algo... ¿Pero qué? ¿Entrar a su despacho, y qué puedo hacer? No..., ya no tengo ideas... Esa capacidad la perdió hace muchísimo tiempo.
Pestañeó y sintió los ojos extraños y ásperos. Llevaba cinco minutos sin haberlos cerrado.
—Oh..., vamos, tienes que tener una maldita idea, sino te va a seguir molestando...
"...madura de una vez".
—No, no haré nada. Lo más probable, si es que hago una bobada, las cosas se tornen de color negro.
Se sacó los zapatos y se metió tal cual a la cama, sin querer saber nada más del mundo. Ya había empezado mal las cosas y ni siquiera se habían cumplido los dos días. ¿Podía tener más mala suerte? Y para peor, por lo que recordaba Snape siempre había sido aprovechador con los más débiles. Y ella, era débil.
Soñó todo el tiempo con Snape. Se miraba al espejo y lo veía a él, tomaba sopa y lo veía a él, iba al baño, y, en el retrete, estaba él. La escena se le volvía a repetir, y cada vez se sentía más rabiosa, pero hubo un momento en que aquél Snape se había pasado de la raya: le había zarandeado violentamente de los brazos, insultándole con peores cosas.
—Déjame... —susurró.
—Merlina —dijo una voz profunda, a su lado, moviéndole suavemente el brazo.
—No tiene derecho a tratarme así, realmente...
— ¡Merlina!
Merlina se incorporó en la cama y miró hacia todos lados con ojos de pescado.
— ¡Qué! —gritó.
—Son las cinco —dijo Dumbledore, divertido, con una amplia sonrisa, sin ni una pizca de enojo.
— ¿Cómo?
—Te haz quedado dormida.
Merlina tomó el reloj de la mesita y miró. Eran las cinco de la tarde con dos minutos. Se puso las manos en la cara.
—Lo siento, lo siento mucho, Dumbledore, en serio, no sé en qué pensaba...
—No veo porqué tengas que disculparte demasiado, a más de alguien le debe haber ocurrido lo mismo.
—Pero es el primer día de trabajo...
—Y en el mismo día de trabajo —la atajó Dumbledore. Hizo una pausa —. Cuesta acostumbrarse, así que no te voy a sancionar ni nada.
Merlina le dio un abrazo fugaz y Dumbledore le dio una palmada en la espalda.
—Muchas gracias, yo..., me levanto ahora mismo.
—Sí, es lo mejor. Estaré mi despacho, si tienes cualquier duda.
Merlina asintió con una sonrisa poco natural y fue hacia el espejo.
—Merlina —interrumpió Dumbledore, y ella se volteó, con cara de interrogación —, no te ha ocurrido nada, ¿cierto?
—No — negó con la cabeza enfáticamente —, nada grave.
La imagen de Severus se le fue a la cabeza, despotricando contra ella, gritándole cosas, mirándola con desprecio; ella temblando, roja de ira... Dumbledore la observaba con sus rayos X, pero no, no caería en la tentación de acusar al malvado profesor de Pociones, no estaba en edad para hacer eso.
—Bien. Hasta la cena —y se fue, tarareando felizmente una canción.
Merlina se peinó solamente, porque no tenía tiempo para bañarse. Ya buscaría el momento para hacerlo, durante la madrugada. Si se ausentaba media hora, no pasarían tragedias.
Salió al pasillo con varita en mano, y antes de comenzar la ronda para sorprender a los alumnos traviesos, fue a echarle un vistazo al vestíbulo, para ver cuán sucio estaba. Bajó la escalera de mármol de dos en dos, y se puso a rastrear con los ojos signos de suciedad.
“Así es como le hacía Filch”, pensó, mirando los rincones, donde había muy poca tierra. Al menos los chicos seguían con los hábitos de limpieza básicos, hasta ahora.
— ¡Merlina! —dijo una voz ronca y entusiasta. Se dio vuelta e hizo un gesto con la mano.
— ¡Hola Hagrid! ¿Qué tal?
Hagrid llevaba una pala rota en las manos.
—Bien, solo que se me rompió la pala y estaba buscando a alguien que me la pudiera reparar —luego miró de soslayo hacia el lado, y agregó en tono más bajo —, ya sabes que nunca se me han dado bien esas cosas, y no tengo permiso para hacer magia...
— ¡Déjame intentarlo! —dijo Merlina y apuntó con la varita — ¡Reparo!
No hubo necesidad de ejercer mayor esfuerzo. El hechizo le había resultado a la perfección. Los dos trozos de pala se habían vuelto a unir.
—Eso era todo —dijo Hagrid — ¡Muchas gracias, Merlina! Nos vemos en la cena —se despidió y salió otra vez por las puertas de roble, que había dejado entreabiertas.
Merlina volvió a ascender un par de pisos y se encontró con McGonagall.
—Hola, profesora —saludó con una amplia sonrisa.
—Hola, Merlina, ¿cómo estás? ¿Te acostumbras ya?
—Eeh… —la chica titubeó. Llevaba demasiado poco tiempo y ya un problema a la colección —Bueno, en eso estoy, de apoco lo conseguiré, ¿no?
McGonagall se aproximó y le dio unas palmaditas en el hombro, sonriéndole.
—No te preocupes, costará tal vez, pero a todos los caes muy bien. Cuentas con todo el apoyo.
Merlina asintió sin saber qué decir. ¿Con todo el apoyo? En realidad era el noventa y nueve por ciento. El otro uno lo ocupaba Snape.
—Iré a hacer la ronda, profesora —dijo Merlina y se despidió con la mano.
Bufando y rogando porque tuviera todo el apoyo algún día y no necesitara meterse en demasiados problemas, subió otros dos pisos y por fin halló algo que hacer. Tres de chicos de Slytherin formaban una media luna en la muralla, al rededor de algo, o alguien.
—Mira, Glenn, si tú nos haces entrega de eso, no te volveremos a molestar —dijo una voz que arrastraba las palabras.
—No…, me lo mandó mi mamá, es mío.
—Bueno, pero si nos lo das, será nuestro. No te pongas porfiado, que soy muy hábil con las maldiciones, y estoy seguro de que tu madre preferiría que me entregues eso antes de verte con una pierna quebrada y la mitad del cuerpo amoratado.
Merlina se acercó, y se asomó, aunque no pudo ver mucho, porque todos eran un poco más altos que ella.
—Oigan, ¿qué están haciendo? ¿Quién es el experto en maldiciones?—dijo con voz autoritaria.
Todos se voltearon, y ahí vio qué había en el centro. Era un niño de segundo año, muy enclenque para su edad, con una gran caja en la mano, al parecer tenía dulces caseros, y permanecía con una expresión de miedo en su cara.
—No estamos haciendo nada que te interese —dijo el rubio, omitiendo la segunda pregunta. El mismo chico que la había mirado con desprecio en la mañana cuando ella preguntó por el dueño de Errol.
—Disculpa, pero resulta que yo soy la celadora, y tengo derecho a ver lo que están tramando, y puedo decir que están intimidando a un niño inocente. Y la intimidación, amenaza, y
sobre todo, el hecho de querer quitarle pertenencias a un muchacho, o sea lo que sea que vaya de un ser de mayor edad hacia uno de menor edad, está penalizado gravemente en el colegio. Es mejor que te metas con alguien de tu porte.
El rubio miró a sus cómplices, dos chicos como gorilas y con cara de idiotas, y soltó una carcajada burlesca y desinhibida.
—Realmente me sorprende, tiene una mente brillante.
Merlina se puso seria. Qué chico más mal educado. Bastaba y sobraba con Snape, pero un muchacho más chico que ella, poniéndole tono de tener más autoridad que ella…
—No me gusta tu tono. Cuando te dirijas a mí, seré "señorita Morgan", y no cualquier cosa como lo has hecho hasta ahora.
El chico llamado Glenn miró por detrás de la espalda de uno de los gordinflones, analizando la situación. Aprovechando que el tema se había desviado, salió de atrás de los Slytherin, y se escabulló lo más rápido posible. Nadie se dio cuenta.
— ¿Sabe quién es mi padre? —preguntó el rubio, alzando la voz. Merlina levantó un poco la varita, pero no para atacarlo, sino que fue algo automático.
—No —negó.
—Es Lucius Malfoy, y tiene bastante influencia en el ministerio.
—Ah, ¿te refieres a ese Mortífago que encerraron en Azkaban el año pasado?— se burló Merlina sarcásticamente —Yo diría que es peligroso.
El chico se puso serio, y sacó la varita también de su bolsillo, temblando un poco.
—Usted no sabe nada.
—No, puede que tengas razón, pero lo que sí sé es que ahora no tiene influencia en el ministerio —concluyó Merlina y con la mano libre apuntó hacia la derecha —. Ahora, fuera de aquí.
—Usted no sabe nada —reiteró Malfoy, y los que lo flaqueaban hicieron sonar los nudillos.
Merlina alzó un poco más la varita, y se alejó.
—Fuera —reiteró.
Y cuando iba a decir por tercera vez "Fuera", llegó la persona que podía agravar la situación.
— ¿Qué sucede aquí?
Draco guardó rápidamente su varita. Merlina miró a Severus e intentó actuar normal.
—Estos muchachos estaban intimidando a un chico de segundo año.
Los ojos negros de Snape miraron para todos lados, y luego frunció el entrecejo.
— ¿A quién, precisamente? No veo a nadie.
Merlina se corrió hacia un lado y vio que el niño ya no estaba.
—Estaba detrás de ellos, debe haber huido...
Malfoy hijo junto con los otros dos, miraban de un lado a otro, como en un juego de ping-pong.
—Yo no veo a nadie, Morgan.
—Pero te digo, Severus, que estaban aquí —su voz sonó algo desesperada.
—Lo siento, pero sin prueba, no hay culpable —dijo Snape, chasqueando los dedos —. Además, diría yo, que usted iba a atacar a estos chicos —añadió mirando la varita de la joven.
Merlina bajó de inmediato la varita.
—Yo no los iba a atacar, solo iba a utilizar las medidas necesarias, además, este chico, Malfoy, estaba usando un mal tono conmigo...
— ¿Es cierto eso, Draco? — interrumpió Snape, dirigiéndose al rubio.
Draco negó con cara de asombro actuada.
—Por favor, es cierto, tú...
—Si sufres de alucinaciones, Morgan, te aconsejo que vayas a San Mungo; es peligroso tener a alguien en el colegio con problemas mentales...
—Por favor, Severus, es cierto —rogó afligida.
—Ya te lo dije: aquí no veo a nadie. Hazte ver en San Mungo, no costará mucho dinero Podrás terminar matando a la mitad del colegio.
Merlina abrió la boca, y alcanzó a reaccionar.
— ¡Lo que digo sabes que es verdad! —chilló, pateando el suelo, y enrojeciendo otra vez.
Snape chasqueó la lengua.
—Veo que todavía no maduras, te gusta estar jugando a las mentiritas, ¿no? Eso no es gracioso. O quizá sea algún problema psicológico —Severus se volvió hacia el trío de serpientes —, corran mientras puedan —dijo con aburrimiento —, puede ser peligroso que se queden aquí.
Malfoy y los demás salieron corriendo, y Snape se fue hacia el lado opuesto, pasando delante de Merlina, sin mirarla.
—No lo puedo creer —dijo, cuando llevaba dos metros de distancia — ¿Lo haces para molestarme?
—Lo hago porque es mi deber proteger a los estudiantes—dijo Snape, y dobló una esquina.
Merlina se agarró el pelo y gruñó lo más fuerte que pudo, sin importarle que Snape la escuchara.
Continúa...
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 5:
Ahora sentía que podría estallar en cualquier momento. Regañó a varios alumnos de tercero de Hufflepuff por estar jugando con unos aviones de pergamino, encantándolos para que volaran.
— ¡La punta puede reventarle un ojo a alguien! —reprochó — ¡Además estamos en un colegio de magia, no deben haber aviones, ni siquiera de papel, aquí!
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, y los chicos se marchaban cabizbajos, con los aviones arrugados, corrió hacia ellos y agarró a uno por los hombros.
—Discúlpenme, jueguen todo lo que quieran, pero córtenle las puntas... —los chicos la miraron asombrados —, no quiero ser una ogra, es solo que no es un buen día, ¿sí? Y pórtense bien... y si ven a alguien haciendo tonteras, háganme el favor de avisarme...
Dicho eso, se dio media vuelta y se fue al piso más cercano, donde hubiera cosas de limpieza, pero unas personas la detuvieron, y por suerte no era ni Snape ni los Slytherin.
—Merlina —dijo Hermione, asomando la cabeza de repente por la puerta de un aula vacía.
—Hermione, ¿qué haces allí? —preguntó ella, sospechosa, esperando que no fuera una chica problemática.
—Entra, necesitamos hablarte.
Merlina se encogió de hombros y Hermione la hizo pasar, cerrando la puerta tras ella.
Adentro estaba Ron, Ginny y Harry, sentados en unos pupitres, con las cabezas muy juntas y con aire pensativo.
— ¿Mis sospechas son acertadas si digo que están planeando algo? —preguntó y se fue a reunir con ellos, junto con Hermione.
— Tenemos ideas para que te vengues de Snape —dijo Ginny.
A Merlina le costó procesar las palabras. Luego hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Lo siento, chicos, pero yo no los puedo meter en problemas a ustedes. Sería algo terrible. Ya me quedé dormida en la tarde y me atrasé dos horas. Dumbledore me fue a despertar, y no me insinuó el despido, para nada. Me dijo que era lo normal —tomó aire —. Si los incluyo a ustedes, eso sí será mi despido definitivo. Es algo ilegal, y se supone que yo no debería tener una relación demasiado amistosa con estudiantes.
— Ah, pero atrévete a negar que Snape favorece a los suyos, los de Slytherin —dijo Ron con desprecio.
Merlina recordó lo ocurrido hace sesenta minutos.
—Sí, es verdad. Ya lo he comprobado. No van a creerme, pero volví a pasar rabia, y vergüenza, mucha vergüenza —dijo, alicaída, y les narró la otra historia, golpeando varias veces la mesa con el puño.
—Malfoy es un cerdo —dijo Harry —. Es el predilecto de Snape, así que era obvio que iba a comportarse así.
—En fin. No sé chicos, no sé si deba entrometerlos. Puede ser peligroso para ustedes.
—Pero hay que intentarlo —dijo Hermione, quien se había mostrado un poco más optimista desde haber oído la historia de Malfoy —, así, en parte, los Slytherins también quedarán en vergüenza.
— ¡Podríamos hacer una venganza contra ellos! —dijo Ron, emocionado.
—No —replicó Merlina —. El asunto es mío y de Snape. Los Slytherins me dan igual, y a ustedes no se les ocurra hacer algo contra ellos —advirtió cuando Harry iba a interrumpir.
Hubo un silencio. Merlina no estaba segura de hacer lo correcto. Luego, Ginny dijo:
—Entonces, Merlina, ¿estás dispuesta a hacer algo?
Merlina miró hacia la ventana. El cielo estaba negro, y se aproximaba una tormenta. Suspiró, y la voz de Snape sonó en su mente. El corazón se le aceleró.
—Sí —contestó al fin, con decisión —, voy a hacer algo.
— Entonces, pongámonos a lo del plan —dijo Ron.
—Esperen un momento —anunció Merlina, y se paró, yendo hacia la puerta. Se asomó para mirar a ambos lados, asegurándose de que no hubiera nadie quien pudiera estar escuchando su conversación. Unos cuantos profesores pasaron en grupo, y por suerte no la vieron.
—Lo siento, muchachos—dijo volviéndose —. Va a tener que ser en otra ocasión, ya es la hora de la cena.
Ginny miró su reloj de pulsera.
—Oh, es cierto.
—Sí, y tenemos que bajar a cenar —insistió Merlina —. Es peligroso si nos encuentran aquí, envueltos en una discusión acerca de Snape —susurró, otra vez al lado de ellos —, y eso sí que daría para sospechar. Y si ya ustedes están encabezando la lista de "A quién odio más", es mejor disolver esto.
— ¿Pero qué ocurrirá entonces? —dijo Hermione.
Merlina miró otra vez al rededor, nerviosa, y bajó aún más la voz.
—Mira, Harry, tú mencionaste que tienen una capa invisible, ¿no?
—Sí —respondió Harry.
—Entonces, a las doce los espero en mi despacho. Tengan cuidado... yo aquí no soy el peligro. Lo son los demás profesores, así que... en eso quedamos.
Los cuatro chicos asintieron.
—Ahora, apúrense en ir al Gran Comedor. Que no nos vean llegar juntos.
Merlina esperó un par de minutos, dándoles ventaja. Lo más probable es que Snape le dijera, si la viera con ellos, algo como "Ahora se cree joven", y no quería pasar más rabias. Cuando estuvo segura, ella también bajó a cenar, sumergida aún en el pensamiento de "venganza". Para ella no era lo correcto, y en el fondo, vengarse nunca había sido lo acertado, pero ya con lo que había oído sobre el profesor de Pociones, más lo que le había ocurrido a ella en ese sólo día, le aseguraba que, por el resto del año, estaría sufriendo las molestias. Quería demostrarle a ese ser sin vida que era capaz de aguantar a sus cosas, y quizá, una bromita para dejarlo en vergüenza no estaría nada de mal.
Cuando entró al Gran Comedor ya los chicos estaban instalados en una conversación normal. Y Snape también estaba ocupando su asiento con su cara de amargado. Cuando justo ella volteaba la cara para no mirarlo, él dirigió su mirada insondable hacia ella.
Merlina se sentó en el suyo, muy agradecida de que estuviera lejos de él, y contenta por haber conocido a buenas personas que quisieran colaborar con ella, sin importarle que fuera conserje, que fuera mayo que ellos, y que fuera hija de muggles. Ahora que lo pensaba, un poco de problemas no sería tan terrible, y si las cosas se planeaban bien, no habría de qué preocuparse.
oOo
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Re: En pie de guerra
Capítulo 6: Un extraterrestre en el castillo
Apenas terminó de cenar, se fue a dar un baño, se cambió de ropa y bajó nuevamente a la vigilancia. Antes de que tuviera la reunión con los cuatro Gryffindors, fue a alimentar las antorchas que amenazaban con apagarse, aunque no mucho después, se vería obligada a extinguirlas; luego se dirigió a limpiar el vestíbulo con un par de escobas, manejándolas con la varita, y lo mismo hizo con el trapero. Así, si es que alguien pasaba, podía ver que era eficiente en su trabajo. Por suerte los elfos domésticos se encargaban de lo demás. Lo raro es que no se había topado con ningún elfo aún, eran demasiado silenciosos. Hizo varias señas a los profesores que conocían y que subían a sus despachos, y miró de reojo a los muchachos que pasaron muy cerca de ella, mientras que terminaba de sacarle la tierra a una de las armaduras, todo mediante magia. Draco Malfoy también pasó cerca de ella y sin disimulo escupió en la alfombra, pero nadie más se percató de su inmundo acto. Merlina contó hasta diez y evitó la mirada de Severus cuando pasaba a varios metros de distancia.
Por fin, a las diez ya no quedaba nadie merodeando en los pasillos, aunque se quedó vigilando por allí, con la luz de la varita, hasta diez minutos para las doce. A esa hora, partió a su despacho.
Entró, y antes de que se cerrara la puerta, unas voces hablaron y la hicieron sobresaltar.
—Merlina, somos nosotros —susurraron unas voces.
—Pasen —murmuró, como un ventrílocuo de baja calidad y se hizo a un lado, viendo tres pares de pies que se asomaban por debajo. Luego de asegurarse de que estuvieran adentro, cerró la puerta, y tres jóvenes aparecieron bajo una capa de invisibilidad. Harry la dobló y la dejó en el escritorio de Merlina.
—Vaya —exclamó Ron, asombrado, mirando el entorno —, esta oficina es mucho más grande de la que tenía Filch.
—Sí —dijo Merlina, sin darle mucha importancia, ya que de nuevo estaba preocupada —. ¿Nadie los ha visto venir? —los tres negaron — ¿Dónde está tu hermana? —dijo a Ron.
—Tuvo que quedarse haciendo unos deberes —respondió Hermione —, a la pobre la bombardearon hoy con tareas por culpa de un alumno de su clase que hizo estallar un caldero, y como ley pareja no es dura, los castigaron a todos.
— ¡Vaya! Qué mal —replicó Merlina, horrorizada — ¿Y quién fue? ¿McGonagall?
Los tres se miraron lúgubremente.
— ¿A que no adivinas?
Merlina se puso una mano en la cara, sintiendo que enrojecía de ira. Ahora, cualquier cosa que tuviera que ver con aquel vil hombre de los mil demonios, le enfurecía. Luego de ese ataque de rabia, respirando hondamente, se calmó.
—Bueno, bueno, por algo estamos aquí. Pero es mejor que entremos a mi habitación, de aquí se pueden oír las voces. Y adentro tengo sillones más cómodos.
Echó llave a la puerta de la oficina, y a la de su cuarto cuando entraron. Se sentaron plácidamente, pero todos con cara de nerviosismo.
—Entonces, ¿es cierto que tienen un plan?
—En realidad Ginny fue el genio —reconoció Ron —, y es un plan bastante bueno.
—Cuéntenmelo luego, que tengo unas ganas locas por vengarme... En serio, ahora ya no temo a nada, realmente se ha comportado como un cerdo...
— ¿Y cuándo no? —dijo Harry.
—Sí... —admitió con pesadumbre —. En fin, díganmelo.
—Mis hermanos, Fred y George tienen una tienda de chascos en el Callejón Diagon —comenzó Ron, pero en voz mucho más baja —. Allí venden todo tipo de cosas... desde magia muggle a las cosas más increíbles, en el ámbito de la magia bromista.
"Estuvimos bastante tiempo pensando, y a Ginny se le ocurrió la idea, para nada complicada, de comprar un tarro de crema de color "Pintamono" y un acondicionador que tiñe el pelo. Pero no son cualquier cosa... Ambos son de la gama de "Invisible a los ojos propios", o sea, que si se lo aplicaras a Snape, podría pasearse por todo el colegio sin darse cuenta de que está pintado, a menos que se mire al espejo y se haga un hechizo revelador. Lo que simplifica las cosas, es que puedes darle una pastilla de sueño, o lo que sea, y tienes la facilidad de entrar sin problemas... y no se dará cuenta.
Merlina no contestó de inmediato. Estaba imaginándose a Snape pintado de pies a cabeza de un color fucsia, paseándose por todo el colegio, cantando la canción de Barney, el dinosaurio que vive en nuestras mentes, y que cuando se hace grande es realmente sorprendente —es de los muggles —, y todos riéndose de él, a carcajada suelta. Luego, formuló una sonrisa y miró fascinada a Ron, Harry y Hermione.
—Es... perfecta. Es una idea perfecta. ¿Cuánto se demorará el pedido, Ron?
—Bueno, unos tres días, si lo hacemos ahora.
—Perfecto. Sí, porque dude que le pueda aguantar toda la semana sus pesadeces. Ahora, cada vez que me mira, estoy segura que esboza una de sus sonrisas irónicas, y no puedo soportarlo, y me pongo como un tren echando vapor —apretó su puño, enterrándose sus propias uñas en la mano.
Hermione le dio una palmada en el brazo.
—Ya verás que resultará.
—Sí...
— Y bien, ¿de qué color quieres las pinturas?
—Eh... —estuvo a punto de decir "rosado", pero luego cambió de idea. — Verde, y el verde más repugnante que tengan tus hermanos, así le hace juego con los de su podrida casa... —hizo una pausa—, ¿no se puede dejar a la persona desnuda?
—No, eso no depende de nosotros, a menos que pintes la ropa —dijo Ron —, pero si es un color llamativo, basta con la cara, el pelo y las manos. Aunque si puedes pintarlo entero... —Harry y Hermione se miraron con una expresión de estar a punto de vomitar — eso ya sería cosa tuya. Lo bueno es que la pintura tarda dos días en salir.
—Y contando conque Snape se bañe una vez al mes —agregó Harry —, no saldrá ni a la semana.
Todos rieron a pata suelta. Merlina fue la más escandalosa, y por su culpa, estuvieron diez minutos completos con ataque de risa.
—Aaay... Ayayay, bueno —Merlina miró la hora, ya habían transcurrido treinta minutos —. Es mejor que nos demos prisa. Ron, ¿puedes escribirle la carta a tus hermanos? Yo cubro los gastos y la envío, a fin de cuentas, soy yo la protagonista de esto.
—Sí, no hay problema.
Merlina dio pluma y pergamino al pelirrojo, quien escribió una carta de no más de seis líneas.
—Listo —dijo, y Merlina la echó a un sobre, sacó unos cuantos Galeons y los depositó dentro, haciéndole un encantamiento fortaleciente al sobre para que resistiera el peso del dinero.
—Yo les acompaño a la torre, y así aprovecho de pasar a la lechucería: al menos sé que de noche es segura.
Volvieron a su oficina, los chicos desaparecieron bajo la capa nuevamente, y salieron todos juntos, Merlina iluminando el camino para que no chocaran. Cuando llegaron al séptimo piso, todos susurraron un "adiós", y Merlina fue a dejar la carta.
Tomó a una lechuza cualquiera y le dio las instrucciones, rogándole porque se diera prisa. El animal ululó cariñoso, y se perdió en la noche salpicada de estrellas y con muy pocas nubes.
El simple pensamiento de que podría vengarse con Severus, le hizo tener un poco más de paciencia en los días siguientes. Snape ya no dejaba los insultos reservados para los de Slytherin, sino que aprovechaba cualquier ocasión en que no estuvieran presentes más que alumnos, y ella hubiese cometido algún acto erróneo o vergonzoso, pero del cual, en el fondo, nadie se habría dado cuenta si él no hubiese metido su cuchara, como incitándole a que ella actuara de mala manera, explotara, o precisamente, se vengara. Aunque eso era una mala sospecha, ya que no era correcto que un profesor persuadiera al desorden. Pero ella, concienzudamente, intentaba no mirarlo, de morderse el labio inferior hasta sacarse sangre, apretar los puños y pensar felizmente en la venganza del día viernes, que era el día para el que estaba predestinado todo, o más bien el sábado en la madrugada, para así ser buena y no interrumpir las clases, y eso ya era decir bastante consideración de su parte. Quería que Snape sufriera las consecuencias, pero que no los niños pagaran el pato por él. Sin embargo, a pesar de toda la furia acumulada de Merlina, el hecho de ya no querer mirarlo a los ojos, era por la razón de que le habían vuelto los cosquilleos en el cuello. O quizá era sólo su imaginación, pero creía que Snape tenía un poder especial para hacer sentirse mal, o intimidada.
Y a decir verdad, el maestro de Pociones era el único que le hacía problemas. Los demás eran muy buenos; Billy Bored había resultado ser más simpático de lo que se esperaba, aunque eso no quería decir que su manera de ser y su voz fueran aburridísimas. También, Flitwick le había enseñado un encantamiento de apagado completo en el castillo de la luz de las antorchas, al igual que el encendido, lo que le había facilitado mucho más las cosas en la noche.
Sólo un par de veces se asustó por la presencia de unos seres extraños que merodeaban el castillo a altas horas de la noche, provocando sombras alargadas y tenebrosas a la luz de la luna, en las murallas de piedra y en el suelo. Luego se dio cuenta que eran los elfos domésticos, que procuraban no hacer ruido y de cumplir las labores en los baños y salas comunes. No se dedicó a tratar con ninguno; no quería distraerlos de su trabajo tan dedicado, y tampoco ella podía hacer otras cosas.
Los muchachos tampoco la volvieron a visitar, por orden de ella. Ya no había nada que conversar, y ella lo tenía todo planeado, aparte, ya no tenía mucho tiempo, porque tres veces, algunos profesores, le habían pedido que le ordenaran el aula que había desordenado Peeves en la tarde. Merlina lo hacía con gusto, y ejecutaría el trabajo de buena manera siempre que no fuera Snape quien se lo pidiera.
Apenas terminó de cenar, se fue a dar un baño, se cambió de ropa y bajó nuevamente a la vigilancia. Antes de que tuviera la reunión con los cuatro Gryffindors, fue a alimentar las antorchas que amenazaban con apagarse, aunque no mucho después, se vería obligada a extinguirlas; luego se dirigió a limpiar el vestíbulo con un par de escobas, manejándolas con la varita, y lo mismo hizo con el trapero. Así, si es que alguien pasaba, podía ver que era eficiente en su trabajo. Por suerte los elfos domésticos se encargaban de lo demás. Lo raro es que no se había topado con ningún elfo aún, eran demasiado silenciosos. Hizo varias señas a los profesores que conocían y que subían a sus despachos, y miró de reojo a los muchachos que pasaron muy cerca de ella, mientras que terminaba de sacarle la tierra a una de las armaduras, todo mediante magia. Draco Malfoy también pasó cerca de ella y sin disimulo escupió en la alfombra, pero nadie más se percató de su inmundo acto. Merlina contó hasta diez y evitó la mirada de Severus cuando pasaba a varios metros de distancia.
Por fin, a las diez ya no quedaba nadie merodeando en los pasillos, aunque se quedó vigilando por allí, con la luz de la varita, hasta diez minutos para las doce. A esa hora, partió a su despacho.
Entró, y antes de que se cerrara la puerta, unas voces hablaron y la hicieron sobresaltar.
—Merlina, somos nosotros —susurraron unas voces.
—Pasen —murmuró, como un ventrílocuo de baja calidad y se hizo a un lado, viendo tres pares de pies que se asomaban por debajo. Luego de asegurarse de que estuvieran adentro, cerró la puerta, y tres jóvenes aparecieron bajo una capa de invisibilidad. Harry la dobló y la dejó en el escritorio de Merlina.
—Vaya —exclamó Ron, asombrado, mirando el entorno —, esta oficina es mucho más grande de la que tenía Filch.
—Sí —dijo Merlina, sin darle mucha importancia, ya que de nuevo estaba preocupada —. ¿Nadie los ha visto venir? —los tres negaron — ¿Dónde está tu hermana? —dijo a Ron.
—Tuvo que quedarse haciendo unos deberes —respondió Hermione —, a la pobre la bombardearon hoy con tareas por culpa de un alumno de su clase que hizo estallar un caldero, y como ley pareja no es dura, los castigaron a todos.
— ¡Vaya! Qué mal —replicó Merlina, horrorizada — ¿Y quién fue? ¿McGonagall?
Los tres se miraron lúgubremente.
— ¿A que no adivinas?
Merlina se puso una mano en la cara, sintiendo que enrojecía de ira. Ahora, cualquier cosa que tuviera que ver con aquel vil hombre de los mil demonios, le enfurecía. Luego de ese ataque de rabia, respirando hondamente, se calmó.
—Bueno, bueno, por algo estamos aquí. Pero es mejor que entremos a mi habitación, de aquí se pueden oír las voces. Y adentro tengo sillones más cómodos.
Echó llave a la puerta de la oficina, y a la de su cuarto cuando entraron. Se sentaron plácidamente, pero todos con cara de nerviosismo.
—Entonces, ¿es cierto que tienen un plan?
—En realidad Ginny fue el genio —reconoció Ron —, y es un plan bastante bueno.
—Cuéntenmelo luego, que tengo unas ganas locas por vengarme... En serio, ahora ya no temo a nada, realmente se ha comportado como un cerdo...
— ¿Y cuándo no? —dijo Harry.
—Sí... —admitió con pesadumbre —. En fin, díganmelo.
—Mis hermanos, Fred y George tienen una tienda de chascos en el Callejón Diagon —comenzó Ron, pero en voz mucho más baja —. Allí venden todo tipo de cosas... desde magia muggle a las cosas más increíbles, en el ámbito de la magia bromista.
"Estuvimos bastante tiempo pensando, y a Ginny se le ocurrió la idea, para nada complicada, de comprar un tarro de crema de color "Pintamono" y un acondicionador que tiñe el pelo. Pero no son cualquier cosa... Ambos son de la gama de "Invisible a los ojos propios", o sea, que si se lo aplicaras a Snape, podría pasearse por todo el colegio sin darse cuenta de que está pintado, a menos que se mire al espejo y se haga un hechizo revelador. Lo que simplifica las cosas, es que puedes darle una pastilla de sueño, o lo que sea, y tienes la facilidad de entrar sin problemas... y no se dará cuenta.
Merlina no contestó de inmediato. Estaba imaginándose a Snape pintado de pies a cabeza de un color fucsia, paseándose por todo el colegio, cantando la canción de Barney, el dinosaurio que vive en nuestras mentes, y que cuando se hace grande es realmente sorprendente —es de los muggles —, y todos riéndose de él, a carcajada suelta. Luego, formuló una sonrisa y miró fascinada a Ron, Harry y Hermione.
—Es... perfecta. Es una idea perfecta. ¿Cuánto se demorará el pedido, Ron?
—Bueno, unos tres días, si lo hacemos ahora.
—Perfecto. Sí, porque dude que le pueda aguantar toda la semana sus pesadeces. Ahora, cada vez que me mira, estoy segura que esboza una de sus sonrisas irónicas, y no puedo soportarlo, y me pongo como un tren echando vapor —apretó su puño, enterrándose sus propias uñas en la mano.
Hermione le dio una palmada en el brazo.
—Ya verás que resultará.
—Sí...
— Y bien, ¿de qué color quieres las pinturas?
—Eh... —estuvo a punto de decir "rosado", pero luego cambió de idea. — Verde, y el verde más repugnante que tengan tus hermanos, así le hace juego con los de su podrida casa... —hizo una pausa—, ¿no se puede dejar a la persona desnuda?
—No, eso no depende de nosotros, a menos que pintes la ropa —dijo Ron —, pero si es un color llamativo, basta con la cara, el pelo y las manos. Aunque si puedes pintarlo entero... —Harry y Hermione se miraron con una expresión de estar a punto de vomitar — eso ya sería cosa tuya. Lo bueno es que la pintura tarda dos días en salir.
—Y contando conque Snape se bañe una vez al mes —agregó Harry —, no saldrá ni a la semana.
Todos rieron a pata suelta. Merlina fue la más escandalosa, y por su culpa, estuvieron diez minutos completos con ataque de risa.
—Aaay... Ayayay, bueno —Merlina miró la hora, ya habían transcurrido treinta minutos —. Es mejor que nos demos prisa. Ron, ¿puedes escribirle la carta a tus hermanos? Yo cubro los gastos y la envío, a fin de cuentas, soy yo la protagonista de esto.
—Sí, no hay problema.
Merlina dio pluma y pergamino al pelirrojo, quien escribió una carta de no más de seis líneas.
—Listo —dijo, y Merlina la echó a un sobre, sacó unos cuantos Galeons y los depositó dentro, haciéndole un encantamiento fortaleciente al sobre para que resistiera el peso del dinero.
—Yo les acompaño a la torre, y así aprovecho de pasar a la lechucería: al menos sé que de noche es segura.
Volvieron a su oficina, los chicos desaparecieron bajo la capa nuevamente, y salieron todos juntos, Merlina iluminando el camino para que no chocaran. Cuando llegaron al séptimo piso, todos susurraron un "adiós", y Merlina fue a dejar la carta.
Tomó a una lechuza cualquiera y le dio las instrucciones, rogándole porque se diera prisa. El animal ululó cariñoso, y se perdió en la noche salpicada de estrellas y con muy pocas nubes.
El simple pensamiento de que podría vengarse con Severus, le hizo tener un poco más de paciencia en los días siguientes. Snape ya no dejaba los insultos reservados para los de Slytherin, sino que aprovechaba cualquier ocasión en que no estuvieran presentes más que alumnos, y ella hubiese cometido algún acto erróneo o vergonzoso, pero del cual, en el fondo, nadie se habría dado cuenta si él no hubiese metido su cuchara, como incitándole a que ella actuara de mala manera, explotara, o precisamente, se vengara. Aunque eso era una mala sospecha, ya que no era correcto que un profesor persuadiera al desorden. Pero ella, concienzudamente, intentaba no mirarlo, de morderse el labio inferior hasta sacarse sangre, apretar los puños y pensar felizmente en la venganza del día viernes, que era el día para el que estaba predestinado todo, o más bien el sábado en la madrugada, para así ser buena y no interrumpir las clases, y eso ya era decir bastante consideración de su parte. Quería que Snape sufriera las consecuencias, pero que no los niños pagaran el pato por él. Sin embargo, a pesar de toda la furia acumulada de Merlina, el hecho de ya no querer mirarlo a los ojos, era por la razón de que le habían vuelto los cosquilleos en el cuello. O quizá era sólo su imaginación, pero creía que Snape tenía un poder especial para hacer sentirse mal, o intimidada.
Y a decir verdad, el maestro de Pociones era el único que le hacía problemas. Los demás eran muy buenos; Billy Bored había resultado ser más simpático de lo que se esperaba, aunque eso no quería decir que su manera de ser y su voz fueran aburridísimas. También, Flitwick le había enseñado un encantamiento de apagado completo en el castillo de la luz de las antorchas, al igual que el encendido, lo que le había facilitado mucho más las cosas en la noche.
Sólo un par de veces se asustó por la presencia de unos seres extraños que merodeaban el castillo a altas horas de la noche, provocando sombras alargadas y tenebrosas a la luz de la luna, en las murallas de piedra y en el suelo. Luego se dio cuenta que eran los elfos domésticos, que procuraban no hacer ruido y de cumplir las labores en los baños y salas comunes. No se dedicó a tratar con ninguno; no quería distraerlos de su trabajo tan dedicado, y tampoco ella podía hacer otras cosas.
Los muchachos tampoco la volvieron a visitar, por orden de ella. Ya no había nada que conversar, y ella lo tenía todo planeado, aparte, ya no tenía mucho tiempo, porque tres veces, algunos profesores, le habían pedido que le ordenaran el aula que había desordenado Peeves en la tarde. Merlina lo hacía con gusto, y ejecutaría el trabajo de buena manera siempre que no fuera Snape quien se lo pidiera.
Continúa...
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 6:
Finalmente, el día viernes en la tarde, a la hora que dormía, le llegó el pedido de Sortilegios Weasley, la tienda de los hermanos de Ron. Ahora que tenía ahí presente los objetos a utilizar, se sentía mucho más nerviosa que nunca, porque era completamente diferente imaginárselo a que vivirlo directamente. Pero cuando vio a Snape a la hora de la cena, se le pasó todo, y se prometió que saldría todo bien. Y en realidad, no había motivo para que no resultara. La pomada y el acondicionador estaban bajo siete llaves, y con Sprout se había conseguido un poco de polvos de sueño, que lo producían unas plantas bastante raras en el invernadero. Por eso eran siempre importantes las buenas relaciones con los demás profesores.
—Bien —suspiró cuando eran las dos de la mañana —, falta una hora, una hora... —susurró mientras vigilaba el sexto piso, de aquí allá, luego subiendo al séptimo, vigilando las torres... Las cosas las tenía guardada en el bolsillo, junto con un gorro y unos guantes de goma, para no dejar ningún rastro sospechoso.
La hora pasaba lenta. Peeves la había sorprendido, pero ya no le asustaba. Se encontró con un elfo estrafalario, que vestía ropa de todo tipo, muchos gorros sobre la cabeza, y sobre todo, calcetines. Se entretuvo tarareando canciones, saltando escalones de uno en uno, metiendo la pata en un escalón falso, cayéndose al suelo cuando logró salirse, y por último, bajando a las mazmorras sobándose una rodilla.
Llegó frente a la puerta del aula de Pociones y reflexionó atentamente. Al lado estaba el despacho de Snape. El aula tenía una puerta que conducía al despacho. El despacho tenía una puerta que llevaba a su cuarto. ¿Tomaba el camino largo, o el corto? Si tomaba el de la sala, podría cerciorarse de que no estuviera en el despacho. Si entraba en el despacho de manera directa, podría toparse cara a cara con él. ¿Pero estaría despierto a esas horas? No... Pero de todas formas se fue por el aula. La inscripción de "Profesor Severus Snape" le daba un miedo espantoso. Era como si dijera “Asesino en Serie”.
El aula, como era de esperarse, estaba abierta. El despacho estaba con llave. Sacó el manojo de llave del bolsillo y comenzó a mirarlas. A simple vista, todas eran iguales, y le llevaría horas estar probando cuál era cuál. Pero, por suerte, existía un fácil hechizo que le había enseñado Dumbledore.
—Revelium —susurró apuntando la llave, y luego enlazando el rayo naranjo, a la puerta. Una llave pujó por salir de la multitud, y quedó así hasta que Merlina la tomó. La introdujo en la cerradura, la giró dos veces, y la puerta se abrió.
Adentro estaba helado, pero el aire era más respirable que el de los pasillos. Cerró con cuidado la puerta, sin meter ruido. Ésta produjo un leve chasquido. ¿Tendría alarma? No. Ya habría sonado, y por ahora, él no tenía razones para sospechar que ella fuera a entrar al despacho. Se guardó las llaves en la túnica, y luego se la sacó, iluminando la silla de su escritorio para dejarla colgada. Iluminó lo demás. Había más de veinte vitrinas repleta de sustancias repugnantes y libros. Un solo sillón verde botella con una mesa para los pies, cambiaba un poco la monótona decoración. "Mi despacho es mejor",pensó.
Se puso el gorro, sin dejarse ningún mechón de pelo afuera, se sacó las zapatillas y se puso los guantes de goma. Extrajo los productos a ocupar del bolsillo de la túnica colgada y fue a la puerta semi oculta. Apagó la luz de la varita y se la metió en el bolsillo. Giró el picaporte, esperando que esta se atascara y no se abriera. Pero se llevó una sorpresa: estaba sin llave.
No cerró la puerta por completo. Quizá, en cualquier caso extremo tendría que salir corriendo. Se acercó lo más sigilosamente posible, guiándose por la luz de la luna que entraba por una rejilla a la altura del techo, oyendo una suave respiración, y fue hasta la cama. Cuando ya estuvo a treinta centímetros del lecho, vio cómo estaba Snape. De espaldas, con la mano derecha puesta más abajo del pecho, y la otra encima de la almohada al lado de su cabeza; así yacía el profesor. Su boca estaba ligeramente abierta, los ojos como pegados con cola, y una camisa negra estaba en cuatro botones desabrochadas, dejando ver parte de su pálido pecho, que con la luz de la luna se veía peor aún.
Merlina sacó los frascos de la bolsa de tela, y los depositó en la mesa de noche, donde estaba la varita de Severus, y tomó el de polvo de sueño. Lo abrió lejos de su cara, tomó una pisca con el pulgar y el índice, soltándolos en la boca entreabierta, nariz y párpados de la víctima. Al instante, la respiración de Snape se hizo mucho más profunda y prolongada, y ella apenas respiraba.
Con cuidado le tomó la mano derecha y la puso de la misma manera que la otra. Le bajó la frazada hasta donde terminaba la camisa, y se la terminó de desabotonar. Decidiéndose a no ser más cuidadosa, le palmeó la cara. Lo único que hizo fue abrir más la boca.
—No pasa nada... —susurró a sí misma, y con un toque de la varita prendió la vela del velador.
Tomó la crema, y se la aplicó en la mano. Le corrió el pelo de la cara y se la echó, esparciéndosela hasta el lugar más recóndito. Las orejas, la mandíbula, los párpados, y luego bajó al cuello y al torso.
Llegó a pensar que eso era relajante. La crema era aceitosa, incolora e inodora, y el ver a Snape tan vulnerable, le daba una satisfacción inusitada.
Llegó hasta el borde del pantalón de pijama, negro también, y no se atrevió a meter mano por zonas extrañas, así que lo dejó hasta allí.
Lo bueno que tenía esa crema, era que la persona que lo aplicaba no se manchaba, lo mismo que las ropas de la cama, así que por eso, sentó a Snape con mucho esfuerzo —era como un peso muerto, contando que él era más alto y corpulento que ella —, y le apoyó la cabeza contra su hombro —que quedó, después de un rato, ligeramente babeado—. Los brazos quedaron colgando.
Abrazándolo prácticamente, Merlina aplicó en toda la espalda y en los costados. Cuando terminó esas partes, lo recostó otra vez, y continuó con los brazos. Cuando llegó a la zona de la axila, agradeció haber tenido guantes, aunque debía reconocer que no sentía ningún hedor, solo una suave estela a perfume.
Se apresuró a ir a su baño —de mármol negro—, pero no se entretuvo mucho mirando, porque el tiempo lo tenía contado. Se sacó la crema y regresó rápidamente a aplicarle el acondicionador para el pelo, también transparente. Le levantó la cabeza y le masajeó hasta el último maldito cabello grasiento de su cabezota.
—Uff —suspiró, y guardó rápidamente las cosas en la bolsa de trapo. Le volvió a colocar la camisa a Severus, nuevamente con esfuerzo, lo acostó, le dejó los cuatro botones desabrochados, le puso la mano en el pecho y la otra en la almohada.
Iba a pararse de su lado, pero algo le detuvo. Una forma negra se apreciaba en el antebrazo. Acercó lentamente el dedo, aún cubierto con el guante, pero un suspiró de Severus, más similar a un gruñido, la sobresaltó. Se puso en pie, tomó la bolsa, y dijo:
— Una hora y quedarás listo. Dulces sueños, Severus...
Dejó la habitación, se colocó sus zapatillas, la túnica, dejó el despacho con llave, fue a dejar las cosas a su habitación, y continuó con la ronda nocturna, feliz de que todo hubiese terminado. Faltaban unas cuantas horas para que todo el mundo estuviera en pie, y aquél día de seis de Septiembre, sería el más feliz de su vida.
Como era día sábado, solo los profesores se levantaron temprano, excepto los alumnos, y por suerte, Snape. Quizá se le había pasado la mano con el polvo de los sueños, pero al menos así se aseguraba que llegaría más tarde que todos.
Merlina se pasó todo el tiempo antes del almuerzo, dedicando dulces sonrisas a todo el mundo. Cuando les dirigió una a Harry, Ron y Hermione, éstos comprendieron que todo había marchado bien, y que se mantuvieran al margen de todo.
No tenía nada de sueño, y por primera vez, en el desayuno, estuvo muy despierta. El asiento de Snape lo esperaba tan ansioso como ella, mientras comía un plato de leche con cereales.
Sucedería de un momento a otro, a las nueve quince minutos, los estudiantes habían comenzado a llegar, y a las nueve y media, estaban todos, y conversando muy alegremente. Y los profesores también lo estaban.
Merlina se echó una cucharada de leche a la boca, en el momento que las puertas del Gran Comedor se abrían. El chorro de leche se le devolvió al plato, ensuciándose la barbilla, pero nadie le prestó atención.
Hubo, más o menos, tres segundos en que todos señalaron hacia la entrada, y otros tres de profundo silencio, en que todos se miraron entre sí, y volvieron a observar quién había entrado. Un ser..., o tal vez una persona, había penetrado con paso firme al lugar, sin presentar ningún cambio de personalidad, pero sí, de aspecto.
Snape tenía las partes de cuerpo visible —manos, cara, y obviamente el pelo —, completamente verdes, pero de un tono alienígena y pegajoso.
Finalmente, el día viernes en la tarde, a la hora que dormía, le llegó el pedido de Sortilegios Weasley, la tienda de los hermanos de Ron. Ahora que tenía ahí presente los objetos a utilizar, se sentía mucho más nerviosa que nunca, porque era completamente diferente imaginárselo a que vivirlo directamente. Pero cuando vio a Snape a la hora de la cena, se le pasó todo, y se prometió que saldría todo bien. Y en realidad, no había motivo para que no resultara. La pomada y el acondicionador estaban bajo siete llaves, y con Sprout se había conseguido un poco de polvos de sueño, que lo producían unas plantas bastante raras en el invernadero. Por eso eran siempre importantes las buenas relaciones con los demás profesores.
—Bien —suspiró cuando eran las dos de la mañana —, falta una hora, una hora... —susurró mientras vigilaba el sexto piso, de aquí allá, luego subiendo al séptimo, vigilando las torres... Las cosas las tenía guardada en el bolsillo, junto con un gorro y unos guantes de goma, para no dejar ningún rastro sospechoso.
La hora pasaba lenta. Peeves la había sorprendido, pero ya no le asustaba. Se encontró con un elfo estrafalario, que vestía ropa de todo tipo, muchos gorros sobre la cabeza, y sobre todo, calcetines. Se entretuvo tarareando canciones, saltando escalones de uno en uno, metiendo la pata en un escalón falso, cayéndose al suelo cuando logró salirse, y por último, bajando a las mazmorras sobándose una rodilla.
Llegó frente a la puerta del aula de Pociones y reflexionó atentamente. Al lado estaba el despacho de Snape. El aula tenía una puerta que conducía al despacho. El despacho tenía una puerta que llevaba a su cuarto. ¿Tomaba el camino largo, o el corto? Si tomaba el de la sala, podría cerciorarse de que no estuviera en el despacho. Si entraba en el despacho de manera directa, podría toparse cara a cara con él. ¿Pero estaría despierto a esas horas? No... Pero de todas formas se fue por el aula. La inscripción de "Profesor Severus Snape" le daba un miedo espantoso. Era como si dijera “Asesino en Serie”.
El aula, como era de esperarse, estaba abierta. El despacho estaba con llave. Sacó el manojo de llave del bolsillo y comenzó a mirarlas. A simple vista, todas eran iguales, y le llevaría horas estar probando cuál era cuál. Pero, por suerte, existía un fácil hechizo que le había enseñado Dumbledore.
—Revelium —susurró apuntando la llave, y luego enlazando el rayo naranjo, a la puerta. Una llave pujó por salir de la multitud, y quedó así hasta que Merlina la tomó. La introdujo en la cerradura, la giró dos veces, y la puerta se abrió.
Adentro estaba helado, pero el aire era más respirable que el de los pasillos. Cerró con cuidado la puerta, sin meter ruido. Ésta produjo un leve chasquido. ¿Tendría alarma? No. Ya habría sonado, y por ahora, él no tenía razones para sospechar que ella fuera a entrar al despacho. Se guardó las llaves en la túnica, y luego se la sacó, iluminando la silla de su escritorio para dejarla colgada. Iluminó lo demás. Había más de veinte vitrinas repleta de sustancias repugnantes y libros. Un solo sillón verde botella con una mesa para los pies, cambiaba un poco la monótona decoración. "Mi despacho es mejor",pensó.
Se puso el gorro, sin dejarse ningún mechón de pelo afuera, se sacó las zapatillas y se puso los guantes de goma. Extrajo los productos a ocupar del bolsillo de la túnica colgada y fue a la puerta semi oculta. Apagó la luz de la varita y se la metió en el bolsillo. Giró el picaporte, esperando que esta se atascara y no se abriera. Pero se llevó una sorpresa: estaba sin llave.
No cerró la puerta por completo. Quizá, en cualquier caso extremo tendría que salir corriendo. Se acercó lo más sigilosamente posible, guiándose por la luz de la luna que entraba por una rejilla a la altura del techo, oyendo una suave respiración, y fue hasta la cama. Cuando ya estuvo a treinta centímetros del lecho, vio cómo estaba Snape. De espaldas, con la mano derecha puesta más abajo del pecho, y la otra encima de la almohada al lado de su cabeza; así yacía el profesor. Su boca estaba ligeramente abierta, los ojos como pegados con cola, y una camisa negra estaba en cuatro botones desabrochadas, dejando ver parte de su pálido pecho, que con la luz de la luna se veía peor aún.
Merlina sacó los frascos de la bolsa de tela, y los depositó en la mesa de noche, donde estaba la varita de Severus, y tomó el de polvo de sueño. Lo abrió lejos de su cara, tomó una pisca con el pulgar y el índice, soltándolos en la boca entreabierta, nariz y párpados de la víctima. Al instante, la respiración de Snape se hizo mucho más profunda y prolongada, y ella apenas respiraba.
Con cuidado le tomó la mano derecha y la puso de la misma manera que la otra. Le bajó la frazada hasta donde terminaba la camisa, y se la terminó de desabotonar. Decidiéndose a no ser más cuidadosa, le palmeó la cara. Lo único que hizo fue abrir más la boca.
—No pasa nada... —susurró a sí misma, y con un toque de la varita prendió la vela del velador.
Tomó la crema, y se la aplicó en la mano. Le corrió el pelo de la cara y se la echó, esparciéndosela hasta el lugar más recóndito. Las orejas, la mandíbula, los párpados, y luego bajó al cuello y al torso.
Llegó a pensar que eso era relajante. La crema era aceitosa, incolora e inodora, y el ver a Snape tan vulnerable, le daba una satisfacción inusitada.
Llegó hasta el borde del pantalón de pijama, negro también, y no se atrevió a meter mano por zonas extrañas, así que lo dejó hasta allí.
Lo bueno que tenía esa crema, era que la persona que lo aplicaba no se manchaba, lo mismo que las ropas de la cama, así que por eso, sentó a Snape con mucho esfuerzo —era como un peso muerto, contando que él era más alto y corpulento que ella —, y le apoyó la cabeza contra su hombro —que quedó, después de un rato, ligeramente babeado—. Los brazos quedaron colgando.
Abrazándolo prácticamente, Merlina aplicó en toda la espalda y en los costados. Cuando terminó esas partes, lo recostó otra vez, y continuó con los brazos. Cuando llegó a la zona de la axila, agradeció haber tenido guantes, aunque debía reconocer que no sentía ningún hedor, solo una suave estela a perfume.
Se apresuró a ir a su baño —de mármol negro—, pero no se entretuvo mucho mirando, porque el tiempo lo tenía contado. Se sacó la crema y regresó rápidamente a aplicarle el acondicionador para el pelo, también transparente. Le levantó la cabeza y le masajeó hasta el último maldito cabello grasiento de su cabezota.
—Uff —suspiró, y guardó rápidamente las cosas en la bolsa de trapo. Le volvió a colocar la camisa a Severus, nuevamente con esfuerzo, lo acostó, le dejó los cuatro botones desabrochados, le puso la mano en el pecho y la otra en la almohada.
Iba a pararse de su lado, pero algo le detuvo. Una forma negra se apreciaba en el antebrazo. Acercó lentamente el dedo, aún cubierto con el guante, pero un suspiró de Severus, más similar a un gruñido, la sobresaltó. Se puso en pie, tomó la bolsa, y dijo:
— Una hora y quedarás listo. Dulces sueños, Severus...
Dejó la habitación, se colocó sus zapatillas, la túnica, dejó el despacho con llave, fue a dejar las cosas a su habitación, y continuó con la ronda nocturna, feliz de que todo hubiese terminado. Faltaban unas cuantas horas para que todo el mundo estuviera en pie, y aquél día de seis de Septiembre, sería el más feliz de su vida.
Como era día sábado, solo los profesores se levantaron temprano, excepto los alumnos, y por suerte, Snape. Quizá se le había pasado la mano con el polvo de los sueños, pero al menos así se aseguraba que llegaría más tarde que todos.
Merlina se pasó todo el tiempo antes del almuerzo, dedicando dulces sonrisas a todo el mundo. Cuando les dirigió una a Harry, Ron y Hermione, éstos comprendieron que todo había marchado bien, y que se mantuvieran al margen de todo.
No tenía nada de sueño, y por primera vez, en el desayuno, estuvo muy despierta. El asiento de Snape lo esperaba tan ansioso como ella, mientras comía un plato de leche con cereales.
Sucedería de un momento a otro, a las nueve quince minutos, los estudiantes habían comenzado a llegar, y a las nueve y media, estaban todos, y conversando muy alegremente. Y los profesores también lo estaban.
Merlina se echó una cucharada de leche a la boca, en el momento que las puertas del Gran Comedor se abrían. El chorro de leche se le devolvió al plato, ensuciándose la barbilla, pero nadie le prestó atención.
Hubo, más o menos, tres segundos en que todos señalaron hacia la entrada, y otros tres de profundo silencio, en que todos se miraron entre sí, y volvieron a observar quién había entrado. Un ser..., o tal vez una persona, había penetrado con paso firme al lugar, sin presentar ningún cambio de personalidad, pero sí, de aspecto.
Snape tenía las partes de cuerpo visible —manos, cara, y obviamente el pelo —, completamente verdes, pero de un tono alienígena y pegajoso.
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Re: En pie de guerra
Capítulo 7: “¡Yo no lo dije!”
Estallaron todos en risa, hasta los de Slytherin. No hubo excepción aparte de él mismo. Merlina estaba afirmándose el estómago por el dolor que le había provocado la risa (reírse de aquella manera significaba doscientos abdominales seguidos), y a su lado, la profesora Sprout, se tapaba la boca —lo que podía ser por taparse una no muy linda dentadura, porque tenía comida en la boca o para no salpicar saliva). Varios tenían ataque de tos y habían escupido la comida como Merlina, o le habían tenido que golpear en la espalda a los que se ahogaban, a veces, con demasiada violencia. Ron y Harry golpeaban la mesa con el puño, y Hermione estaba escondida entre sus brazos, llorando, pero de risa, junto con Ginny, quien se tapaba los ojos con una mano, y el poco de frente que se le divisaba, se confundía con el inicio de su cabello.
Snape, cuando iba a la mitad, se detuvo de súbito. Miró a su alrededor, y vio como le apuntaban con el dedo con descaro y se reían escandalosamente. Se miró los pies y se tocó el torso lentamente, como esperando encontrar algo extraño en su ser. Se miró la espalda, pero no vio nada. Sus ojos negros pasaron de casa en casa, hasta llegar a la mesa de los profesores. Los ojos se posaron varios segundos en Merlina, que se desternillaba de la risa, hasta más no poder.
— ¡Es E.T! —gritó Dean Thomas.
— ¿Quién? —preguntó Ron, sin entender.
— O "Mi amigo Max" —gritó una muchacha de Hufflepuff.
— ¡Qué más da! —vociferó una chica de Ravenclaw — ¡Parece un extraterrestre de todas formas!
Los ojos de Severus se cerraron al punto de casi no ver, como dos ranuras de alcancía, como si tratara de comprender todos esos disparates sin sentido. Dio media vuelta, y salió trotando del comedor, dejando que la risa descontrolada perdurara cerca de cinco minutos más.
Severus no comprendía que había ocurrido en el Gran Comedor. ¿Por qué se habían burlado así de él? Porque se estaban riendo de él. Que él supiera, no tenía nada de malo y estaba en las mismas condiciones que los días anteriores. Pero no... Si se habían reído, por algo debía ser. Era una trampa, de eso podía estar convencido.
Entró a su despacho dando un portazo y apoyó las manos en el escritorio, pensando qué podía ser...
"Parece un extraterrestre de todas formas" había dicho una chica. Ese término era prácticamente muggle y lo utilizaban para señalar a seres verdes de otros planetas. Generalmente eran verdes y de ojos grandes.
Se tocó los ojos. No los tenía enormes, los sentía del tamaño normal. Sin embargo…
Corrió a su cuarto y fue a mirarse al espejo del baño. Observó cada centímetro de su piel, y no tenía nada malo. A menos que... No, ¿cómo podría ser? Bueno, había que intentarlo, aunque era absurdo, pero el hecho de que él tuviera algo y no lo notara, y los demás sí, quería decir algo. Alzó su varita y apuntó al espejo.
— ¡Encanto Revelio! —exclamó, y la varita expulsó una pelusa blanca que chocó contra el espejo y se extendió como un brillo intenso.
Rápidamente el espejo dejó al descubierto al verdadero Severus Snape, el de la cara verde.
La boca se le abrió ligeramente. Se miró las manos, y desesperado desabrochó su camisa, descubriendo que estaba completamente verde. Se levantó el pantalón, pero sus piernas estaban normales.
No sabía qué hacer, se seguía mirando anonadado, y sufriendo la circulación de la sangre hirviendo.
¿Quién había hecho eso, por los mil demonios? ¿Quién había osado a dejarlo como idiota delante de todo el colegio? ¿Quién se había atrevido a avergonzarlo? ¿Quién podría ser la persona que había generado esa estúpida broma? ¡Potter! ¡Potter siempre andaba tramando cosas de ese tipo! ¿Potter? ¿De verdad podría haber sido el cuatro-ojos de Potter? Pero Potter no hacía ese tipo de bromas. Prefería enfrentarlo e insultarlo cara a cara, como su padre. Quizá no fuera él. Tal vez hubiera otra posibilidad, una mejor, una más cuerda, correcta, indicada y predecible...
— Maldita… Ya verás…— susurró con los dientes apretados, con la respiración bastante agitada, como si hubiese luchado con alguien. Hubo un leve destello en sus ojos, y se metió a la ducha para intentar sacarse la pintura.
Estaba muy feliz. ¡Por fin dormiría en paz! Snape había desaparecido hace media hora del Gran Comedor, y ella iba directo a su cama, a tomar un descanso de cuatro horas... Para su mala suerte, los sábados y domingos las horas disminuían, pero no había nada le podía distraer de su felicidad. Bendito el día en que había conocido a los muchachos, porque, sin ellos, no podría haber llevado acabo esa perfecta venganza temporal.
Entró a su cuarto, tarareando una canción de niños, y se sacó las zapatillas y la túnica, e iba a empezar a desabrocharse la blusa púrpura para colocarse el pijama, y alcanzó los dos primeros botones, cuando se oyó un puerta abrirse de golpe. Pegó un salto, sintiendo que la sangre se le agolpaba en la cabeza del puro susto. Luego se abrió la de su propio cuarto y se cerró otra vez. Los muebles retumbaron, y ella también, más fuerte que la primera vez.
Snape acababa de entrar, recién bañado al parecer, por su cabello mojado, y con la misma ropa. Debía tener diez túnicas, camisas y pantalones del mismo color. Todavía estaba verde, aunque de un tono más claro.
— ¿Qué…? ¡Ah!
Snape la había agarrado de las muñecas y la tenía muy de cerca. Casi despedía humo por las orejas y el pelo le estilaba, dejando el piso mojado, y a la joven también. La ropa también la tenía húmeda. Se había vestido sin secarse. Merlina podía apostar que, si estuviera de su color normal, estaría excesivamente rojo.
— Te crees muy lista, ¿no? — le espetó entre dientes.
Merlina cerró la boca y lo miró con su máxima cara de inocencia y desentendimiento.
— ¡No sé a lo que te refieres! ¡Suéltame, alienígena! —y soltó una risita burlesca, pero de inmediato se puso seria.
— No estoy para bromas, Morgan, ¿crees que soy un idiota?
— ¡Sí, porque no te he hecho nada, y si pienso bien, creo que me estás culpando de algo! —chilló — Ahora, déjame, ¡Me haces daño en las muñecas!
Snape la apretó más y se acercó más, juntando su nariz con la de ella. Merlina giró la cara, porque le dio una cosa terrible el mirar a sus ojos de tan cerca. ¿Por qué tenía que acercarse tanto?
— No me mientas, mugrosa —le dijo al oído. A Merlina le producía cosquillas, así que trataba de apoyar la cabeza en su hombro, pero estaba tan apegada a Snape, que nada podía hacer, y no podía tirarse hacia atrás, porque estaba la cama — ¡Sé que fuiste tú! ¿Quién es la que podría tramar algo como esto? ¿Quién más podría entrar a mi despacho con tanta facilidad? ¿Quién tiene todas las llaves? ¡TÚ! ¿O hay alguna posibilidad? ¿No quieres que culpe a Potter y a sus amigos por todo esto, o sí?
Merlina se echó hacia atrás, confiando en que Snape la afirmaría para no caer, y lo miró.
— ¡Harry no tiene nada que ver! ¡No lo culpes a él! ¡Ah! Suéltame.
— ¿O sea, reconoces haber sido tú? —le gritó otra vez a la oreja, porque había vuelta girar la cara.
— ¡Yo no he dicho eso!
Severus la soltó y le tocó el pecho con el dedo, amenazadoramente. Merlina cayó a la cama, pero sentada. Lo miró con expresión ofendida.
—Esto no se va a quedar así, y tú lo sabes.
—Yo no he hecho nada. ¿Es por lo de tu color? —intentó pararse, pero Snape mantuvo su dedo allí para que no se reincorporara.
— ¿De qué otra cosa crees que estoy hablando? ¡Fuiste tú! No vale la pena que lo niegues. Ambos lo sabemos, y no sacas nada con no decirme — se agachó a su altura, le tomó la cara y la obligó a mirarlo a los ojos —. Sé más de lo que tú crees. Y cometiste un error al meterte conmigo.
—Disculpa, pero no puedes hacerme nada, porque ni siquiera estás seguro de...
—Basta con mirarte a los ojos para saber si sí o no —la soltó —. Cada vez que hagas algo en contra de mí, lo sabré. No vale la pena que mientas —reiteró —, además, eso te califica con mayúscula de "inmadura".
—Yo soy madura —rebatió, parándose definitivamente y dando un paso al frente, con la felicidad por el suelo.
—No lo has demostrado. Y ahora, en cualquier momento podrás encontrarte con tu venganza.
—No puedes.
—Sí puedo.
—No es justo, tú partiste todo esto.
—Yo no partí nada. Es tú problema el que te moleste las verdades que te digo. ¿O me negarás que lo que hiciste en la lechucería no fue estúpido?
—No, no fue estúpido —contestó testarudamente, sin rendirse; su orgullo estaba primero.
—Entonces, engañarte será más fácil. Qué pena, no creo que aguantes mucho más...
Dio media vuelta y se acercó a la puerta.
—Espero que no estés pidiéndole ayuda a nadie, porque aquellos se pueden meter en problemas — dijo por lo bajo, mirándola otra vez, pero ella entendió más por el movimiento de sus labios que por sus palabras.
Con desgana, Merlina se puso el pijama, programó el despertador y se durmió. No había resultado como quería. Y ahora tendría que soportarlo por el resto del año. ¿Podría existir alguien más malo que él? Era tan déspota, tan raro, tan cruel, tan oscuro, tan…
Los días pasaron más rápido de lo que había pensado para completar el primer mes, lo que le hizo olvidarse completamente de Craig, y le había escrito solo dos cartas en el mes, muy carentes de noticias importantes, y llenas de palabras de odio hacia una persona. Merlina ya tenía más cosas que hacer, y más situaciones por las que luchar, como precisamente Snape, a quien, al día siguiente de la broma, se le había quitado todo lo verde. Seguro que tenía sus métodos especiales de deshacerse de las pinturas de piel, no era nada de tonto, todo lo contrario, era inteligentísimo. Pero lo raro era que todavía no mostraba su peor cara, o eso parecía ser. Todavía no le pasaba a Merlina algo realmente malo como para querer morirse. Sólo había ocurrido lo normal, lo que quiere decir, unas cuantas peleas de pasillo con él por los insultos que le mandaba, siempre de manera hiriente. Los de Slytherin se las celebraban con aplausos. Y ya ella se estaba ganando bastantes enemigos por eso, y todos, de esa maldita casa. Ron, Harry, Hermione y Ginny siempre le daban palabras de consuelo, más otros de Gryffindor y de las otras casas. Merlina trataba de ser justa y amable, y ya el trabajo se le hacía fácil.
—Bien, aquí está tu primera paga —le dijo Dumbledore el último día de septiembre, entregándole una bolsa con los Galeons.
—Ni siquiera debería darme lo prometido, he estado bastante mal...
—Lo has hecho bien. Y créeme, que con Filch, no era mejor. Al menos tú les agradas a los alumnos.
Merlina se encogió de hombros y evitó mirar a los ojos de Dumbledore.
—Bien, iré a continuar con lo mío...
—Sí, yo debo contestar unas cartas y... ¿Puedes llamar al profesor Snape, Merlina? —Merlina no contestó, y el corazón se le aceleró un poco — Quiero que le avises que, apenas acabe su clase, venga a mi despacho, por favor, y ojalá de manera confidencial. No me gusta que los alumnos se preocupen demasiado...
—Yo... —se topó con su mirada —. Sí, no hay problema, le digo de inmediato.
La joven salió del despacho de Dumbledore, sintiéndose furiosa. Lo que menos quería era dirigirle la palabra a Snape, y Dumbledore le enviaba a hacer eso. Quizá sabía lo que pasaba, y lo hacía adrede. Dumbledore era una persona muy sabia.
Fue hacia la mazmorra, y tocó la puerta del aula.
—Adelante —indicó la voz de Severus. Merlina entró. Todos la miraron, dejando sus humeantes pociones de lado. Los de Slytherin la observaron con una sonrisa de burla en la cara; los Gryffindor, con curiosidad. El último en darse cuenta que era ella, fue él mismo. A Merlina le dio la leve impresión que ya sabía que era ella y que la quería hacer esperar.
— ¿Sí, Morgan?
—Traigo un mensaje del Director.
—Acérquese, por favor —dijo con formalidad irónica.
Merlina cerró la puerta y fue hacia su escritorio. No volaba ni una mosca, todos estaban pendientes de ellos, esperando que se subieran al ring y pelearan.
—Dumbledore dice que vaya después de clases a su despacho —dijo por lo bajo, no muy cerca de Snape.
— No le oigo —declaró Snape.
Merlina tomó aire, exasperada y repitió lo mismo.
—Morgan, si insiste en hablarme así me temo que voy a tener que hacerle un encantamiento a su garganta —eso lo dijo fuerte, así que varios rieron. Merlina no lo encontraba para nada gracioso. Se puso colorada y apretó los dientes — Hágame el favor de aproximarse más.
A Merlina le temblaban las manos. Bajó un poco, se puso a quince centímetros de su cara, y repitió:
— Dumbledore-dice-que-vaya-después-de-clases-a-su-despacho. ¿Entendiste?
— Sí, comprendí, señorita. Bien.
—Era eso —señaló Merlina, y se giró para retirarse de la sala, furiosa, pero antes de que avanzara un paso, Snape la detuvo.
—Aprovechando que se encuentra aquí, Morgan, ¿podría hacerme el favor de traer unos trabajos que tengo en la mesa de mi despacho? Y los libros que se encuentran al lado también.
— ¿Qué?
—Creo que no fui bastante claro, tráigame lo que le pedí. No creo que sea tan sorda. Y si no es mucha la molestia y el esfuerzo. Tal vez se quiebre una mano.
Merlina resopló y se fue por la puerta que conducía al despacho. ¿Él hablando de sordos? ¡Era él el estúpido que no le escuchaba!
En el escritorio había cinco montos de pergamino. Se los llevaría de a dos, porque eran bastante pesados.
—Se le van a caer, se le van a caer —dijo Draco Malfoy a toda boca. Snape hizo caso omiso al comentario, y también al hecho de que ella depositara los trabajos en el escritorio.
Fue por los otros dos, y Malfoy repitió lo mismo, como para ponerla nerviosa. Luego fue por los libros y el último monto de informes.
—Se le caerán, es tan despistada que...
— ¿Por qué no cierras la boca, Malfoy? —le espetó Harry, dejando el tallo de raíz de belladona que estaba cortando. Hermione y Ron lo miraron. Y Snape también.
— ¿Quiere ganarse un cero, Potter? ¡Continúe con lo suyo!
Harry iba a abrir la boca para replicar, pero Merlina se le adelantó.
—Un momento —dijo. Snape volvió a levantar la mirada hacia ella —. ¿Por qué regañas a Potter, y no a Malfoy?
— ¿Malfoy a hecho algo? —preguntó Snape, arqueando las cejas.
—No me digas que no lo escuchaste. Ha estado, desde que llegué, molestándome...
—Yo no he escuchado nada, Morgan. ¿Todavía sufre de alucinaciones? Ya le dije que fuera a San Mungo, y ahora, que está recién pagada, podría hacerse ver.
—Yo no tengo aluci...
—Y si no las tiene —siguió Snape —, entonces no sé qué le afectan a usted las palabras de un muchacho de diecisiete años, a menos que sea lo suficientemente...
— ¡El punto no es ese! —explotó Merlina — ¿Por qué retas a Harry? ¡No ha hecho nada! ¡Por cualquier cosa lo sacas a él, lo dejas en vergüenza!
— ¿Has estado en mis clases, Morgan?
—No, pero...
—Entonces no puedes saber si siempre le dejo en vergüenza.
Merlina no contestó. Con ira dejó los trabajos y con un golpe seco, los libros, que se los entregó al propio Severus, apuntándole al estómago. Severus no se quejó, pero pudo notarse que por unos segundos se quedó sin respiración. Ella se fue lo antes posible de allí.
—Potter, te aconsejo que dejes de buscarte defensoras tan inútiles y te aprendas a defender solo —dijo Snape, jadeante, cuando ella se fue.
Estallaron todos en risa, hasta los de Slytherin. No hubo excepción aparte de él mismo. Merlina estaba afirmándose el estómago por el dolor que le había provocado la risa (reírse de aquella manera significaba doscientos abdominales seguidos), y a su lado, la profesora Sprout, se tapaba la boca —lo que podía ser por taparse una no muy linda dentadura, porque tenía comida en la boca o para no salpicar saliva). Varios tenían ataque de tos y habían escupido la comida como Merlina, o le habían tenido que golpear en la espalda a los que se ahogaban, a veces, con demasiada violencia. Ron y Harry golpeaban la mesa con el puño, y Hermione estaba escondida entre sus brazos, llorando, pero de risa, junto con Ginny, quien se tapaba los ojos con una mano, y el poco de frente que se le divisaba, se confundía con el inicio de su cabello.
Snape, cuando iba a la mitad, se detuvo de súbito. Miró a su alrededor, y vio como le apuntaban con el dedo con descaro y se reían escandalosamente. Se miró los pies y se tocó el torso lentamente, como esperando encontrar algo extraño en su ser. Se miró la espalda, pero no vio nada. Sus ojos negros pasaron de casa en casa, hasta llegar a la mesa de los profesores. Los ojos se posaron varios segundos en Merlina, que se desternillaba de la risa, hasta más no poder.
— ¡Es E.T! —gritó Dean Thomas.
— ¿Quién? —preguntó Ron, sin entender.
— O "Mi amigo Max" —gritó una muchacha de Hufflepuff.
— ¡Qué más da! —vociferó una chica de Ravenclaw — ¡Parece un extraterrestre de todas formas!
Los ojos de Severus se cerraron al punto de casi no ver, como dos ranuras de alcancía, como si tratara de comprender todos esos disparates sin sentido. Dio media vuelta, y salió trotando del comedor, dejando que la risa descontrolada perdurara cerca de cinco minutos más.
Severus no comprendía que había ocurrido en el Gran Comedor. ¿Por qué se habían burlado así de él? Porque se estaban riendo de él. Que él supiera, no tenía nada de malo y estaba en las mismas condiciones que los días anteriores. Pero no... Si se habían reído, por algo debía ser. Era una trampa, de eso podía estar convencido.
Entró a su despacho dando un portazo y apoyó las manos en el escritorio, pensando qué podía ser...
"Parece un extraterrestre de todas formas" había dicho una chica. Ese término era prácticamente muggle y lo utilizaban para señalar a seres verdes de otros planetas. Generalmente eran verdes y de ojos grandes.
Se tocó los ojos. No los tenía enormes, los sentía del tamaño normal. Sin embargo…
Corrió a su cuarto y fue a mirarse al espejo del baño. Observó cada centímetro de su piel, y no tenía nada malo. A menos que... No, ¿cómo podría ser? Bueno, había que intentarlo, aunque era absurdo, pero el hecho de que él tuviera algo y no lo notara, y los demás sí, quería decir algo. Alzó su varita y apuntó al espejo.
— ¡Encanto Revelio! —exclamó, y la varita expulsó una pelusa blanca que chocó contra el espejo y se extendió como un brillo intenso.
Rápidamente el espejo dejó al descubierto al verdadero Severus Snape, el de la cara verde.
La boca se le abrió ligeramente. Se miró las manos, y desesperado desabrochó su camisa, descubriendo que estaba completamente verde. Se levantó el pantalón, pero sus piernas estaban normales.
No sabía qué hacer, se seguía mirando anonadado, y sufriendo la circulación de la sangre hirviendo.
¿Quién había hecho eso, por los mil demonios? ¿Quién había osado a dejarlo como idiota delante de todo el colegio? ¿Quién se había atrevido a avergonzarlo? ¿Quién podría ser la persona que había generado esa estúpida broma? ¡Potter! ¡Potter siempre andaba tramando cosas de ese tipo! ¿Potter? ¿De verdad podría haber sido el cuatro-ojos de Potter? Pero Potter no hacía ese tipo de bromas. Prefería enfrentarlo e insultarlo cara a cara, como su padre. Quizá no fuera él. Tal vez hubiera otra posibilidad, una mejor, una más cuerda, correcta, indicada y predecible...
— Maldita… Ya verás…— susurró con los dientes apretados, con la respiración bastante agitada, como si hubiese luchado con alguien. Hubo un leve destello en sus ojos, y se metió a la ducha para intentar sacarse la pintura.
Estaba muy feliz. ¡Por fin dormiría en paz! Snape había desaparecido hace media hora del Gran Comedor, y ella iba directo a su cama, a tomar un descanso de cuatro horas... Para su mala suerte, los sábados y domingos las horas disminuían, pero no había nada le podía distraer de su felicidad. Bendito el día en que había conocido a los muchachos, porque, sin ellos, no podría haber llevado acabo esa perfecta venganza temporal.
Entró a su cuarto, tarareando una canción de niños, y se sacó las zapatillas y la túnica, e iba a empezar a desabrocharse la blusa púrpura para colocarse el pijama, y alcanzó los dos primeros botones, cuando se oyó un puerta abrirse de golpe. Pegó un salto, sintiendo que la sangre se le agolpaba en la cabeza del puro susto. Luego se abrió la de su propio cuarto y se cerró otra vez. Los muebles retumbaron, y ella también, más fuerte que la primera vez.
Snape acababa de entrar, recién bañado al parecer, por su cabello mojado, y con la misma ropa. Debía tener diez túnicas, camisas y pantalones del mismo color. Todavía estaba verde, aunque de un tono más claro.
— ¿Qué…? ¡Ah!
Snape la había agarrado de las muñecas y la tenía muy de cerca. Casi despedía humo por las orejas y el pelo le estilaba, dejando el piso mojado, y a la joven también. La ropa también la tenía húmeda. Se había vestido sin secarse. Merlina podía apostar que, si estuviera de su color normal, estaría excesivamente rojo.
— Te crees muy lista, ¿no? — le espetó entre dientes.
Merlina cerró la boca y lo miró con su máxima cara de inocencia y desentendimiento.
— ¡No sé a lo que te refieres! ¡Suéltame, alienígena! —y soltó una risita burlesca, pero de inmediato se puso seria.
— No estoy para bromas, Morgan, ¿crees que soy un idiota?
— ¡Sí, porque no te he hecho nada, y si pienso bien, creo que me estás culpando de algo! —chilló — Ahora, déjame, ¡Me haces daño en las muñecas!
Snape la apretó más y se acercó más, juntando su nariz con la de ella. Merlina giró la cara, porque le dio una cosa terrible el mirar a sus ojos de tan cerca. ¿Por qué tenía que acercarse tanto?
— No me mientas, mugrosa —le dijo al oído. A Merlina le producía cosquillas, así que trataba de apoyar la cabeza en su hombro, pero estaba tan apegada a Snape, que nada podía hacer, y no podía tirarse hacia atrás, porque estaba la cama — ¡Sé que fuiste tú! ¿Quién es la que podría tramar algo como esto? ¿Quién más podría entrar a mi despacho con tanta facilidad? ¿Quién tiene todas las llaves? ¡TÚ! ¿O hay alguna posibilidad? ¿No quieres que culpe a Potter y a sus amigos por todo esto, o sí?
Merlina se echó hacia atrás, confiando en que Snape la afirmaría para no caer, y lo miró.
— ¡Harry no tiene nada que ver! ¡No lo culpes a él! ¡Ah! Suéltame.
— ¿O sea, reconoces haber sido tú? —le gritó otra vez a la oreja, porque había vuelta girar la cara.
— ¡Yo no he dicho eso!
Severus la soltó y le tocó el pecho con el dedo, amenazadoramente. Merlina cayó a la cama, pero sentada. Lo miró con expresión ofendida.
—Esto no se va a quedar así, y tú lo sabes.
—Yo no he hecho nada. ¿Es por lo de tu color? —intentó pararse, pero Snape mantuvo su dedo allí para que no se reincorporara.
— ¿De qué otra cosa crees que estoy hablando? ¡Fuiste tú! No vale la pena que lo niegues. Ambos lo sabemos, y no sacas nada con no decirme — se agachó a su altura, le tomó la cara y la obligó a mirarlo a los ojos —. Sé más de lo que tú crees. Y cometiste un error al meterte conmigo.
—Disculpa, pero no puedes hacerme nada, porque ni siquiera estás seguro de...
—Basta con mirarte a los ojos para saber si sí o no —la soltó —. Cada vez que hagas algo en contra de mí, lo sabré. No vale la pena que mientas —reiteró —, además, eso te califica con mayúscula de "inmadura".
—Yo soy madura —rebatió, parándose definitivamente y dando un paso al frente, con la felicidad por el suelo.
—No lo has demostrado. Y ahora, en cualquier momento podrás encontrarte con tu venganza.
—No puedes.
—Sí puedo.
—No es justo, tú partiste todo esto.
—Yo no partí nada. Es tú problema el que te moleste las verdades que te digo. ¿O me negarás que lo que hiciste en la lechucería no fue estúpido?
—No, no fue estúpido —contestó testarudamente, sin rendirse; su orgullo estaba primero.
—Entonces, engañarte será más fácil. Qué pena, no creo que aguantes mucho más...
Dio media vuelta y se acercó a la puerta.
—Espero que no estés pidiéndole ayuda a nadie, porque aquellos se pueden meter en problemas — dijo por lo bajo, mirándola otra vez, pero ella entendió más por el movimiento de sus labios que por sus palabras.
Con desgana, Merlina se puso el pijama, programó el despertador y se durmió. No había resultado como quería. Y ahora tendría que soportarlo por el resto del año. ¿Podría existir alguien más malo que él? Era tan déspota, tan raro, tan cruel, tan oscuro, tan…
Los días pasaron más rápido de lo que había pensado para completar el primer mes, lo que le hizo olvidarse completamente de Craig, y le había escrito solo dos cartas en el mes, muy carentes de noticias importantes, y llenas de palabras de odio hacia una persona. Merlina ya tenía más cosas que hacer, y más situaciones por las que luchar, como precisamente Snape, a quien, al día siguiente de la broma, se le había quitado todo lo verde. Seguro que tenía sus métodos especiales de deshacerse de las pinturas de piel, no era nada de tonto, todo lo contrario, era inteligentísimo. Pero lo raro era que todavía no mostraba su peor cara, o eso parecía ser. Todavía no le pasaba a Merlina algo realmente malo como para querer morirse. Sólo había ocurrido lo normal, lo que quiere decir, unas cuantas peleas de pasillo con él por los insultos que le mandaba, siempre de manera hiriente. Los de Slytherin se las celebraban con aplausos. Y ya ella se estaba ganando bastantes enemigos por eso, y todos, de esa maldita casa. Ron, Harry, Hermione y Ginny siempre le daban palabras de consuelo, más otros de Gryffindor y de las otras casas. Merlina trataba de ser justa y amable, y ya el trabajo se le hacía fácil.
—Bien, aquí está tu primera paga —le dijo Dumbledore el último día de septiembre, entregándole una bolsa con los Galeons.
—Ni siquiera debería darme lo prometido, he estado bastante mal...
—Lo has hecho bien. Y créeme, que con Filch, no era mejor. Al menos tú les agradas a los alumnos.
Merlina se encogió de hombros y evitó mirar a los ojos de Dumbledore.
—Bien, iré a continuar con lo mío...
—Sí, yo debo contestar unas cartas y... ¿Puedes llamar al profesor Snape, Merlina? —Merlina no contestó, y el corazón se le aceleró un poco — Quiero que le avises que, apenas acabe su clase, venga a mi despacho, por favor, y ojalá de manera confidencial. No me gusta que los alumnos se preocupen demasiado...
—Yo... —se topó con su mirada —. Sí, no hay problema, le digo de inmediato.
La joven salió del despacho de Dumbledore, sintiéndose furiosa. Lo que menos quería era dirigirle la palabra a Snape, y Dumbledore le enviaba a hacer eso. Quizá sabía lo que pasaba, y lo hacía adrede. Dumbledore era una persona muy sabia.
Fue hacia la mazmorra, y tocó la puerta del aula.
—Adelante —indicó la voz de Severus. Merlina entró. Todos la miraron, dejando sus humeantes pociones de lado. Los de Slytherin la observaron con una sonrisa de burla en la cara; los Gryffindor, con curiosidad. El último en darse cuenta que era ella, fue él mismo. A Merlina le dio la leve impresión que ya sabía que era ella y que la quería hacer esperar.
— ¿Sí, Morgan?
—Traigo un mensaje del Director.
—Acérquese, por favor —dijo con formalidad irónica.
Merlina cerró la puerta y fue hacia su escritorio. No volaba ni una mosca, todos estaban pendientes de ellos, esperando que se subieran al ring y pelearan.
—Dumbledore dice que vaya después de clases a su despacho —dijo por lo bajo, no muy cerca de Snape.
— No le oigo —declaró Snape.
Merlina tomó aire, exasperada y repitió lo mismo.
—Morgan, si insiste en hablarme así me temo que voy a tener que hacerle un encantamiento a su garganta —eso lo dijo fuerte, así que varios rieron. Merlina no lo encontraba para nada gracioso. Se puso colorada y apretó los dientes — Hágame el favor de aproximarse más.
A Merlina le temblaban las manos. Bajó un poco, se puso a quince centímetros de su cara, y repitió:
— Dumbledore-dice-que-vaya-después-de-clases-a-su-despacho. ¿Entendiste?
— Sí, comprendí, señorita. Bien.
—Era eso —señaló Merlina, y se giró para retirarse de la sala, furiosa, pero antes de que avanzara un paso, Snape la detuvo.
—Aprovechando que se encuentra aquí, Morgan, ¿podría hacerme el favor de traer unos trabajos que tengo en la mesa de mi despacho? Y los libros que se encuentran al lado también.
— ¿Qué?
—Creo que no fui bastante claro, tráigame lo que le pedí. No creo que sea tan sorda. Y si no es mucha la molestia y el esfuerzo. Tal vez se quiebre una mano.
Merlina resopló y se fue por la puerta que conducía al despacho. ¿Él hablando de sordos? ¡Era él el estúpido que no le escuchaba!
En el escritorio había cinco montos de pergamino. Se los llevaría de a dos, porque eran bastante pesados.
—Se le van a caer, se le van a caer —dijo Draco Malfoy a toda boca. Snape hizo caso omiso al comentario, y también al hecho de que ella depositara los trabajos en el escritorio.
Fue por los otros dos, y Malfoy repitió lo mismo, como para ponerla nerviosa. Luego fue por los libros y el último monto de informes.
—Se le caerán, es tan despistada que...
— ¿Por qué no cierras la boca, Malfoy? —le espetó Harry, dejando el tallo de raíz de belladona que estaba cortando. Hermione y Ron lo miraron. Y Snape también.
— ¿Quiere ganarse un cero, Potter? ¡Continúe con lo suyo!
Harry iba a abrir la boca para replicar, pero Merlina se le adelantó.
—Un momento —dijo. Snape volvió a levantar la mirada hacia ella —. ¿Por qué regañas a Potter, y no a Malfoy?
— ¿Malfoy a hecho algo? —preguntó Snape, arqueando las cejas.
—No me digas que no lo escuchaste. Ha estado, desde que llegué, molestándome...
—Yo no he escuchado nada, Morgan. ¿Todavía sufre de alucinaciones? Ya le dije que fuera a San Mungo, y ahora, que está recién pagada, podría hacerse ver.
—Yo no tengo aluci...
—Y si no las tiene —siguió Snape —, entonces no sé qué le afectan a usted las palabras de un muchacho de diecisiete años, a menos que sea lo suficientemente...
— ¡El punto no es ese! —explotó Merlina — ¿Por qué retas a Harry? ¡No ha hecho nada! ¡Por cualquier cosa lo sacas a él, lo dejas en vergüenza!
— ¿Has estado en mis clases, Morgan?
—No, pero...
—Entonces no puedes saber si siempre le dejo en vergüenza.
Merlina no contestó. Con ira dejó los trabajos y con un golpe seco, los libros, que se los entregó al propio Severus, apuntándole al estómago. Severus no se quejó, pero pudo notarse que por unos segundos se quedó sin respiración. Ella se fue lo antes posible de allí.
—Potter, te aconsejo que dejes de buscarte defensoras tan inútiles y te aprendas a defender solo —dijo Snape, jadeante, cuando ella se fue.
Continúa...
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Fecha de inscripción : 19/04/2008
Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 7:
— ¿Qué pasó?
— ¡Snape nos quitó cincuenta puntos! — ¡gritó Ron!
— ¿Pero porqué? Si ustedes no hicieron nada...
—Me los quitaron a mí —aclaro Harry, malhumorado, apoyando un brazo en la muralla. Merlina estaba en el séptimo piso, intentando cazar a Peeves, quien ya se había escapado.
—No entiendo, de todas formas tú no hiciste nada...
—Lo que pasó fue que —continuó Hermione, ya que Harry y Ron estaban demasiado furiosos como para hablar — Snape continuó insultándolos, a ti y a Harry, y Harry le contestó que alejara su nariz de tus asuntos y los suyos, y que el cobarde era él y no Harry...
Merlina no dijo nada. ¿Con qué moral le diría a Harry "deberías no haber dicho nada"?
—Lo siento mucho —se limitó a contestar —. Snape es un idiota —Hermione hizo un movimiento con la mano—, ya aprenderá que...
— ¿Voy a aprender qué, Morgan?
Merlina se dio vuelta, y vio a Snape al final del pasillo.
— ¿Qué haces acá? —preguntó bruscamente.
—Voy donde Dumbledore, tal como me pediste. Pero no te desvíes. ¿Voy a aprender qué? —la miró intensamente.
Merlina se trabó.
—Nada, nada.
—Mmhh... ¿Fraternizando con estudiantes? ¿Quieres que le quite puntos a Gryffindor, Morgan? El trío de la suerte ya ha perdido cincuenta puntos...
Merlina se volteó.
—Váyanse, ahora.
Ninguno se atrevió a rebatir y doblaron la esquina.
—Eres un injusto, Snape. Le quitas puntos, todo porque te caen mal y...
—He sido bastante justo —interrumpió, yendo hacia ella —, ya que todavía no hecho lo prometido.
—No te atreverás a hacerme nada, ni siquiera se te ha ocurrido alguna idea, sino no habrías tardado tanto...
—Estaba esperando que me dijeras algo así para decidirlo. Pero tranquila, tienes tiempo para estar libre.
— ¿Qué planeas?
Severus sonrió con ironía y no contestó. Se limitó a pasar por su lado y pegarle con el hombro. Merlina se sobó el hombro. En un acto de desesperación, sacó su varita y corrió hacia él. Lo tomó del brazo, lo empujó contra la pared y le puso la varita en el cuello. Realmente tenía miedo a que él le hiciera algo malo…
Snape sonrió, sin moverse. Eso es lo que piso ver Merlina, porque no lo miraba directamente. Simplemente no podía.
— ¿Me quieres hechizar? ¿Encantar? ¿Amenazar? ¿Asesinar? ¿Mmh?
La barbilla de Merlina tembló. No contestó. No podía luchar contra él…
Snape le tomó la mano y se la bajó, haciendo que metiera la varita a su bolsillo.
— No te voy a matar, Morgan, créeme.
Se alejó, dejando a Merlina de cara contra la pared. ¿Tan débil era ella como para no poder enfrentarlo sin temores?
Y Merlina aguardó, nerviosa, fijándose todos los días si había algo en ella de extraño, pero jamás se lo logró descubrir. El final de octubre llegó rápido, al igual que el de septiembre, y los chicos se preparaban para la fiesta de Halloween que era de disfraces, exceptuando para los profesores. Ya se estaban preocupando de adornar el Gran Comedor, Hagrid era el encargado y había colocado enormes calabazas con caras maliciosas, iluminadas por dentro. Los murciélagos volaban por el cielo raso de un lado a otro, y la cena se acentuaba más deliciosa que nunca.
Cuando llegó la noche, Merlina se cambió su ropa normal por una túnica azul oscuro de satén y se peinó con una media cola, especialmente para lucir pulcra alguna vez en su vida.
Cuando bajó al Gran Comedor se topó a Snape —iba con su mejor túnica negra, de terciopelo y broche plateado — que se devolvía a las mazmorras, o eso parecía. Tenía una extraña sonrisa en la cara, lo que no era nada habitual en él. ¿Su broma estaría lista? Mejor no pensaría en eso.
El Gran Comedor estaba abarrotado de unos duendecillos vestidos de negro con naranjo que cantaban unas alegres y a la vez, tenebrosas canciones de Halloween para acompañar el ambiente. Las velas tenían formas de calavera y despedían una luz mucho más sutil que de costumbre
Los profesores también estaban con sus mejores galas, y Dumbledore era uno de los que resaltaba más con su túnica azul marino llena de estrellas doradas.
No pudo distinguir a los chicos, porque en ese alboroto de disfraces, sería imposible distinguirlos. Pero sí pudo rescatar a muchos diablos, diablas, monjes, ángeles, esqueletos, banshees, duendes, hadas, animales, espectros, muggles, muertos, insectos gigantes como Doxys y zancudos, y un montón de cosas extrañas como los superhéroes muggles.
Snape no apareció hasta un rato después, con la sonrisa más definida que nunca.
Le dio mucha satisfacción la mirada que le dirigió cuando lo vio pasar. De seguro temía que algo planeaba, pero jamás se imaginaría qué. Bajó a las cocinas con la pequeña botella verde fuertemente apretada en el bolsillo. Le hizo cosquillas al frutero y giró el pomo que apareció. Los elfos le miraron con atención cuando entró, y uno que otro se acercó a preguntarle qué deseaba.
—No, estoy bajo las órdenes del director —mintió Severus.
Fue hacia la mesa de los profesores, donde los platos aguardaban con un humeante pastel de calabaza, lo que era tradición comerlo. Fue hasta el lugar de Morgan y vertió unas cuantas gotas, que fueron absorbidas de inmediato.
—Bien, bien... veamos quién es el que sufre esta vez —susurró y subió con los demás.
Snape había entrado por la puerta lateral. Merlina lo miró con desconfianza, y éste no vaciló y siguió con la sonrisa. Ocupó su puesto habitual y se cruzó de brazos.
Dumbledore se puso en pie y atrajo la atención de todos. Hasta los duendecillos cantarines se callaron.
— A todos los presentes esta noche —dijo, sonriendo —, les deseo una feliz noche. Una noche en que puedan relajarse y olvidarse por un momento del colegio, donde puedan reír y divertirse. Espero que sea una velada que todos podamos disfrutar por igual. ¡Al ataque!
Los enanos reanudaron el sutil canto y los platos de pastel de calabaza aparecieron, más todos los de comida variada, como ensaladas, carnes, masas, panes, jugos, bebidas...
Merlina sacó con la cuchara un nada mezquino trozo de pastel y se lo echó a la boca. Lo disfrutó a tal punto, que se sintió hasta relajada y más animada. Con ganas de hablar, de compartir... Pero primero se terminó su pastel.
Pensaba decirle a Sprout "Delicioso, ¿no cree?", pero de su boca salieron otras palabras.
— ¿Una verdadera porquería, no?
Sprout la miró sorprendida.
— ¿Qué dices, Merlina?
Merlina se tapó la boca. ¿Había escuchado mal? No, ella no había dicho eso, ella no... Lo intentó de nuevo.
—Dije que esto es una verdadera mierda —Merlina se cubrió la boca con la mano.
— ¡Por las mandrágoras! —exclamó Pomona.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Hagrid, que estaba al lado de la maestra de herbología.
"Yo no dije eso" pensaba decir Merlina. Pero ocurrió de nuevo.
— ¿Qué te metes tú, cerebro de rata?
— ¿Eh?
"Oh Dios mío, juro que no he dicho eso"
— ¡Mierda! ¿Están sordos o qué? ¡La comida es un asco! ¡Está mal cocida, y de seguro el condimento especial es sudor de elfo! —gritó, parándose y tapándose la boca otra vez.
El silencio se hizo en menos de dos segundos. Todas las caras se giraron automáticamente hacia ella.
"Es mentira, ¡la comida es rica!"
— ¡Y se los digo en serio, parece comida de cerdos!
Merlina estaba aterrada, no podía controlarse. Bajó los escalones de la tarima de la mesa alta, seguida por cientos de pares de ojos sorprendidos. Todos tenían la boca abierta. Albus tenía una expresión de particular interés en su cara.
"No puedo manejar lo que digo, ¡perdónenme!"
— ¡Y todos ustedes son unos cerdos! ¡Se irán al infierno, pecadores malditos!
Los de Slytherin empezaban a reír. Algunos profesores se cubrían la cara con las manos por la vergüenza ajena.
Y entonces, cayó en la cuenta. Miró hacia Snape, quien estaba con los dedos entrelazados, disfrutando plácidamente de la escena.
"¡Tú!"
— ¡Eres una mierda, Snape!
"¡Fue él quien me hizo esto!"
— ¡Y dejen de mirarme como si tuviera un moco en la cara!
“Sé que pusiste algo en mi comida”
— ¡Es como si alguien se hubiese orinado en mi comida!
"¡Reconócelo, Snape, no seas injusto!"
— ¡Te mataré, Snape, te meteré una sonda por el...!
Merlina se cubrió la boca e intentó ahogar la palabra que iba a salir, y lo logró, pero mordiéndose la lengua. Todos estallaron en carcajadas, excepto los profesores, aunque Dumbledore tenía una disimulada sonrisa y no parecía nada molesto.
Evitó gritar por si salía otra palabra no deseada, y se fue corriendo por las grandes puertas.
"Lo mataré, lo mataré, lo mataré"
— ¡Corre que te pilla la polilla! —le dijo Peeves, apareciendo súbitamente de un armario.
— ¡Vete a joder a otro lado, Peeves!
Peeves la miró con sus ojillos maléficos, y Merlina agarró el vuelo otra vez. Cerró la puerta de su despacho con fuerza.
— ¿Qué pasó?
— ¡Snape nos quitó cincuenta puntos! — ¡gritó Ron!
— ¿Pero porqué? Si ustedes no hicieron nada...
—Me los quitaron a mí —aclaro Harry, malhumorado, apoyando un brazo en la muralla. Merlina estaba en el séptimo piso, intentando cazar a Peeves, quien ya se había escapado.
—No entiendo, de todas formas tú no hiciste nada...
—Lo que pasó fue que —continuó Hermione, ya que Harry y Ron estaban demasiado furiosos como para hablar — Snape continuó insultándolos, a ti y a Harry, y Harry le contestó que alejara su nariz de tus asuntos y los suyos, y que el cobarde era él y no Harry...
Merlina no dijo nada. ¿Con qué moral le diría a Harry "deberías no haber dicho nada"?
—Lo siento mucho —se limitó a contestar —. Snape es un idiota —Hermione hizo un movimiento con la mano—, ya aprenderá que...
— ¿Voy a aprender qué, Morgan?
Merlina se dio vuelta, y vio a Snape al final del pasillo.
— ¿Qué haces acá? —preguntó bruscamente.
—Voy donde Dumbledore, tal como me pediste. Pero no te desvíes. ¿Voy a aprender qué? —la miró intensamente.
Merlina se trabó.
—Nada, nada.
—Mmhh... ¿Fraternizando con estudiantes? ¿Quieres que le quite puntos a Gryffindor, Morgan? El trío de la suerte ya ha perdido cincuenta puntos...
Merlina se volteó.
—Váyanse, ahora.
Ninguno se atrevió a rebatir y doblaron la esquina.
—Eres un injusto, Snape. Le quitas puntos, todo porque te caen mal y...
—He sido bastante justo —interrumpió, yendo hacia ella —, ya que todavía no hecho lo prometido.
—No te atreverás a hacerme nada, ni siquiera se te ha ocurrido alguna idea, sino no habrías tardado tanto...
—Estaba esperando que me dijeras algo así para decidirlo. Pero tranquila, tienes tiempo para estar libre.
— ¿Qué planeas?
Severus sonrió con ironía y no contestó. Se limitó a pasar por su lado y pegarle con el hombro. Merlina se sobó el hombro. En un acto de desesperación, sacó su varita y corrió hacia él. Lo tomó del brazo, lo empujó contra la pared y le puso la varita en el cuello. Realmente tenía miedo a que él le hiciera algo malo…
Snape sonrió, sin moverse. Eso es lo que piso ver Merlina, porque no lo miraba directamente. Simplemente no podía.
— ¿Me quieres hechizar? ¿Encantar? ¿Amenazar? ¿Asesinar? ¿Mmh?
La barbilla de Merlina tembló. No contestó. No podía luchar contra él…
Snape le tomó la mano y se la bajó, haciendo que metiera la varita a su bolsillo.
— No te voy a matar, Morgan, créeme.
Se alejó, dejando a Merlina de cara contra la pared. ¿Tan débil era ella como para no poder enfrentarlo sin temores?
Y Merlina aguardó, nerviosa, fijándose todos los días si había algo en ella de extraño, pero jamás se lo logró descubrir. El final de octubre llegó rápido, al igual que el de septiembre, y los chicos se preparaban para la fiesta de Halloween que era de disfraces, exceptuando para los profesores. Ya se estaban preocupando de adornar el Gran Comedor, Hagrid era el encargado y había colocado enormes calabazas con caras maliciosas, iluminadas por dentro. Los murciélagos volaban por el cielo raso de un lado a otro, y la cena se acentuaba más deliciosa que nunca.
Cuando llegó la noche, Merlina se cambió su ropa normal por una túnica azul oscuro de satén y se peinó con una media cola, especialmente para lucir pulcra alguna vez en su vida.
Cuando bajó al Gran Comedor se topó a Snape —iba con su mejor túnica negra, de terciopelo y broche plateado — que se devolvía a las mazmorras, o eso parecía. Tenía una extraña sonrisa en la cara, lo que no era nada habitual en él. ¿Su broma estaría lista? Mejor no pensaría en eso.
El Gran Comedor estaba abarrotado de unos duendecillos vestidos de negro con naranjo que cantaban unas alegres y a la vez, tenebrosas canciones de Halloween para acompañar el ambiente. Las velas tenían formas de calavera y despedían una luz mucho más sutil que de costumbre
Los profesores también estaban con sus mejores galas, y Dumbledore era uno de los que resaltaba más con su túnica azul marino llena de estrellas doradas.
No pudo distinguir a los chicos, porque en ese alboroto de disfraces, sería imposible distinguirlos. Pero sí pudo rescatar a muchos diablos, diablas, monjes, ángeles, esqueletos, banshees, duendes, hadas, animales, espectros, muggles, muertos, insectos gigantes como Doxys y zancudos, y un montón de cosas extrañas como los superhéroes muggles.
Snape no apareció hasta un rato después, con la sonrisa más definida que nunca.
Le dio mucha satisfacción la mirada que le dirigió cuando lo vio pasar. De seguro temía que algo planeaba, pero jamás se imaginaría qué. Bajó a las cocinas con la pequeña botella verde fuertemente apretada en el bolsillo. Le hizo cosquillas al frutero y giró el pomo que apareció. Los elfos le miraron con atención cuando entró, y uno que otro se acercó a preguntarle qué deseaba.
—No, estoy bajo las órdenes del director —mintió Severus.
Fue hacia la mesa de los profesores, donde los platos aguardaban con un humeante pastel de calabaza, lo que era tradición comerlo. Fue hasta el lugar de Morgan y vertió unas cuantas gotas, que fueron absorbidas de inmediato.
—Bien, bien... veamos quién es el que sufre esta vez —susurró y subió con los demás.
Snape había entrado por la puerta lateral. Merlina lo miró con desconfianza, y éste no vaciló y siguió con la sonrisa. Ocupó su puesto habitual y se cruzó de brazos.
Dumbledore se puso en pie y atrajo la atención de todos. Hasta los duendecillos cantarines se callaron.
— A todos los presentes esta noche —dijo, sonriendo —, les deseo una feliz noche. Una noche en que puedan relajarse y olvidarse por un momento del colegio, donde puedan reír y divertirse. Espero que sea una velada que todos podamos disfrutar por igual. ¡Al ataque!
Los enanos reanudaron el sutil canto y los platos de pastel de calabaza aparecieron, más todos los de comida variada, como ensaladas, carnes, masas, panes, jugos, bebidas...
Merlina sacó con la cuchara un nada mezquino trozo de pastel y se lo echó a la boca. Lo disfrutó a tal punto, que se sintió hasta relajada y más animada. Con ganas de hablar, de compartir... Pero primero se terminó su pastel.
Pensaba decirle a Sprout "Delicioso, ¿no cree?", pero de su boca salieron otras palabras.
— ¿Una verdadera porquería, no?
Sprout la miró sorprendida.
— ¿Qué dices, Merlina?
Merlina se tapó la boca. ¿Había escuchado mal? No, ella no había dicho eso, ella no... Lo intentó de nuevo.
—Dije que esto es una verdadera mierda —Merlina se cubrió la boca con la mano.
— ¡Por las mandrágoras! —exclamó Pomona.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Hagrid, que estaba al lado de la maestra de herbología.
"Yo no dije eso" pensaba decir Merlina. Pero ocurrió de nuevo.
— ¿Qué te metes tú, cerebro de rata?
— ¿Eh?
"Oh Dios mío, juro que no he dicho eso"
— ¡Mierda! ¿Están sordos o qué? ¡La comida es un asco! ¡Está mal cocida, y de seguro el condimento especial es sudor de elfo! —gritó, parándose y tapándose la boca otra vez.
El silencio se hizo en menos de dos segundos. Todas las caras se giraron automáticamente hacia ella.
"Es mentira, ¡la comida es rica!"
— ¡Y se los digo en serio, parece comida de cerdos!
Merlina estaba aterrada, no podía controlarse. Bajó los escalones de la tarima de la mesa alta, seguida por cientos de pares de ojos sorprendidos. Todos tenían la boca abierta. Albus tenía una expresión de particular interés en su cara.
"No puedo manejar lo que digo, ¡perdónenme!"
— ¡Y todos ustedes son unos cerdos! ¡Se irán al infierno, pecadores malditos!
Los de Slytherin empezaban a reír. Algunos profesores se cubrían la cara con las manos por la vergüenza ajena.
Y entonces, cayó en la cuenta. Miró hacia Snape, quien estaba con los dedos entrelazados, disfrutando plácidamente de la escena.
"¡Tú!"
— ¡Eres una mierda, Snape!
"¡Fue él quien me hizo esto!"
— ¡Y dejen de mirarme como si tuviera un moco en la cara!
“Sé que pusiste algo en mi comida”
— ¡Es como si alguien se hubiese orinado en mi comida!
"¡Reconócelo, Snape, no seas injusto!"
— ¡Te mataré, Snape, te meteré una sonda por el...!
Merlina se cubrió la boca e intentó ahogar la palabra que iba a salir, y lo logró, pero mordiéndose la lengua. Todos estallaron en carcajadas, excepto los profesores, aunque Dumbledore tenía una disimulada sonrisa y no parecía nada molesto.
Evitó gritar por si salía otra palabra no deseada, y se fue corriendo por las grandes puertas.
"Lo mataré, lo mataré, lo mataré"
— ¡Corre que te pilla la polilla! —le dijo Peeves, apareciendo súbitamente de un armario.
— ¡Vete a joder a otro lado, Peeves!
Peeves la miró con sus ojillos maléficos, y Merlina agarró el vuelo otra vez. Cerró la puerta de su despacho con fuerza.
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Re: En pie de guerra
Capítulo 8: Premeditando la revancha
— ¡AAAAAAAAAAAAAAHHH! —gritó, y se sintió mucho más aliviada, porque al menos el gritar no tergiversaba sus palabras — ¡AAAAHH! —volvió a aullar, fuera de sí, y pateó con todas sus fuerzas el escritorio. Eso fue una muy mala idea, porque le dolió mucho más a ella que al mueble.
Se agarró de las mechas y se agachó. No quería habla porque, ¿qué sacaba si no iba a poder expresar lo que realmente sentía, toda esa ira que le estaba inundando? Era absurdo, terminaría ofendiéndose a sí misma y se enfurecería el doble. Dejó pasar unos minutos, en esa posición, haciendo ruidos bastante extraños. Mejor lo intentaría, quizá sola, no surtiría efecto el hechizo.
"Maldita sea, ¡todo me ocurre a mí! Maldito Snape."
— ¡Soy una basura humana, nada comparado con el perfecto Snape! —se tapó los oídos, enfadada y se reincorporó; no podía controlar su lengua, ni aunque se la apretara con pinzas— ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH! —gritó otra vez. Era como una maldición, si hablaba de ella, era de mala forma, si hablaba sobre el vecino, también; daba lo mismo a quién se refiriera, siempre iba a ser con odio.
— ¿Perfecto? —dijo una voz engreída desde el umbral de la puerta. Snape estaba con los brazos cruzados y con esa maldita sonrisa hipócrita en la cara.
"¡No lo dije yo!"
— ¡No, bestia verde asquerosa, no eres perfecto!"
¡Uf! Suerte. Al menos algo era cierto, así que no procuró taparse la boca.
—Cerdita parlanchina —dijo Snape, entrando, y cerrando la puerta —, eso es lo que eres ahora.
"¡Quítame este hechizo!"
— ¡Golpéame y tírame por la ventana!
— ¿Sí? ¿Eso quieres? —comenzó a aproximarse lentamente, como un leopardo en busca de su presa.
Merlina negó enfáticamente con la cabeza, y se alejó, estirando las manos, chocando con el escritorio.
— ¿No quieres eso?
Merlina volvió a negar, apretando los ojos, la boca y puños. Cuando abrió los ojos, Snape la tenía, por segunda vez, acorralada. No perdía momento para acosarla de esa manera.
— ¿No?
"¡NO!"
— ¡Sí, quiero eso!" —apenas pronunció las palabras, volvió a negar, acongojada.
—Entonces, ¿qué demonios quieres?
Merlina sacó su varita, la señaló, se apuntó a sí misma con una mano e hizo un gesto negativo con el dedo índice.
"Quiero que me saques el hechizó" —pensó, con todas sus ganas, mirándolo a los ojos, y repitió la mímica.
— ¿Quieres que te saque el hechizo? —Merlina asintió, y Snape metió la mano en su bolsillo —. El problema, es que no es un hechizo —extrajo algo que no era una varita, sino que una botella diminuta y se la mostró —. Es una poción... Y este —movió la botella —, es el antídoto.
Merlina subió el brazo para intentar agarrarla, pero Snape fue más rápido, la escondió detrás de su espalda y retrocedió. Pero Merlina lo siguió, rodeándolo con los brazos para tratar de quitarle la botella.
— ¡Aaah! —chilló pateando el suelo, desesperada, desistiendo.
—Sí, es mejor que te rindas —dijo Snape y guardó la botella en su bolsillo —. Creo que será mejor que esperes a que se te pase el efecto. Luego tendrás que ir a dar las explicaciones correspondientes a los profesores. Y tal vez a los elfos. Qué terribles insultos osaste a decir, Cerdita parlanchina.
Merlina miró el suelo, abatida. Snape se dio vuelta, y se propuso a salir del despacho. Merlina corrió para alcanzarlo y sacarle la botella del bolsillo, pero, al parecer Snape tenía ojos en la nuca, porque se dio un cuarto de vuelta, y le tomó la mano que iba a usar para sacar la botella. Con un brusco movimiento le tomó la otra mano y la obligó a sentarse en el sillón.
—Te quedarás aquí, sino quieres pasar más vergüenza ni arruinar las cosas —aconsejó con voz de persona hablándole a otra de menor capacidad mental —. Y no intentes nada. —concluyó.
— ¡AAAAAAAAAAAAHH! —volvió a gritar cuando Snape dejó su despacho, plantó la cara en sus rodillas, e intentó llorar para desahogarse, pero aún así, no pudo.
No supo cuanto tiempo estuvo así, porque se había quedado dormida. Miró por la ventana del despacho y vio que ya estaba el alba. Iba a amanecer. No había cumplido sus labores nocturnas, y de seguro tendría que ir a darle las explicaciones a Dumbledore en un rato más. Se frotó los ojos con desgana y se fue a dar una ducha. Estaba triste, pero no podía expresarlo con palabras.
"Si pudiera hablar como quiero... podría dar explicaciones"
—Si pudiera hablar como quiero...podría dar explicaciones —dijo mientras se peinaba frente al espejo. Su cara de tristeza cambió a una de asombro —. ¿Puedo hablar? ¡Puedo hablar! —pegó un salto y le sonrió a su reflejo —. Merlina Morgan odia a Severus Snape y se ama a sí misma —citó —. ¡Sí, puedo hablar!
E hizo un movimiento tan brusco, producto de la felicidad, que terminó aullando por golpearse terriblemente en el codo derecho.
El momento en que Merlina pudo volver a hablar, le retornó toda la alegría, que nuevamente, duró muy poco. Pudo disculparse con los profesores y les explicó que alguien le había gastado una broma con alguna poción "Malhablante" —ya lo había averiguado con un libro de la biblioteca, y si de algo servía esa lección, era aprender todo sobre las pociones — y que nada de lo que había dicho había sido cierto o con intención. Todos se mostraron muy comprensivos. Hagrid confesó que le había dado mucha risa y que había estado toda la noche riéndose a carcajadas. Según él que nadie le había dicho un insulto tan estúpido como el de ella. Dumbledore le dijo que lo había sospechado y que no se preocupara, que jamás pensaría que ella diría cosas como esas. Pero, por ejemplo, Peeves no se lo perdonó tan fácil y una semana completa le estuvo tirando bombitas de agua. La semana siguiente le dio por asustarla apareciéndose tras los tapices, la otra por hacerle tropezar con la alfombra. No obstante, él no era el único que hacía bromas de ese estilo, sino que los de Slytherin habían tomado la mala costumbre de gritarle cosas ordinarias cuando la veían, sobre todo Draco Malfoy, que era el cabecilla de todo ese movimiento Anti-Merlina. Snape hacía caso omiso a las molestias que le provocaba a Merlina, y solía llamarla "Cerda Parlanchina" delante de los alumnos. Pero al menos, no estaba sola. Harry, Ron y Hermione habían procurado crear su propio club, y cuando podían, defendían a Merlina, agarrándose a duelos con las Serpientes. Merlina, por otro lado, trataba de mantener el orden lo más que podía, pero con todo ese desorden, era casi imposible. Al menos, hasta ese punto jamás le habían regañado por no cumplir de manera correcta su trabajo, y a ninguno de los estudiantes le convenía acusarla por ello, porque tanto los de Gryffindor como los de Slytherin se meterían en problemas, y ya varias noches, Merlina, había pillado a uno que otro Hufflepuff o Ravenclaw merodeando con sus parejas a altas horas de la noche. Todos esos factores habían hecho que Merlina se rindiera a tal punto con respecto a Snape, que ya no se le ocurrían ideas para fastidiarlo y tampoco quería aceptar la ayuda de los chicos. Sentía que odiaba a Snape, pero sabía, en el fondo, que jamás podría vencerlo. O quizá era el pensamiento de una muchacha alicaída y no el de una persona normal.
Sin embargo, la iluminación del Señor llegó una semana antes de Navidad. Fue maravilloso, como si un ángel le hubiese dicho al oído lo que tenía que hacer.
Se hallaba colgando unos muérdagos en un pasillo, cuando Harry apareció furioso por milésima vez, de una esquina, maldiciendo a diestra y siniestra.
— ¿Qué ocurre, Harry?
—Snape me echó de la clase —contestó, calmándose un poco al verla.
—No me sorprende, de todas formas, falta poco para el recreo ¿qué hiciste?
—Nada, según él que yo le rompí el frasco de la poción de Malfoy.
— ¿Y qué poción era?
—Multijugos.
— ¿Multijugos? ¿Esa que te hace cambiar de apariencia cuando te la bebes?
—Sí, pero yo no fui, y si es que lo hice, no lo hice con querer...
Merlina ya no escuchaba. "Multijugos". Una serie de ideas locas comenzaban a rondar en su cabeza.
— ¿Harry?
— ¿Sí?
— ¿Snape se deja las botellas de poción?
—Sí, las va a revisar, pero se deja las mejores, de seguro la de Hermione está allí.
— ¿Tienen los nombres de los que la preparan?
—Sí —Harry la miró con desconfianza — ¿por qué?
Merlina sonrió, como no lo hacía en semanas.
—Bueno... ¿Has oído que el dicho de "el que ríe último, ríe mejor”?
Harry arqueó las cejas, mientras Merlina reía pérfidamente.
Procesó muchas veces el plan. Hizo las cosas con mucho cuidado, y el primer paso era robar la poción. Esperó unos días, hasta que los muchachos se enteraran de su calificación para ir a sacarla, sino, Hermione —de ella pensaba sacar la poción —tendría un cero, y Snape estaría fascinado en hacerlo. Fue un poco más difícil, ya que Severus, desde que ella había entrado, dejaba la puerta del despacho cerrado. Pero, por suerte, eso era solo de noche, así que tuvo que aguardar a que estuviera en una clase particularmente concienzuda y entrar a hurtadillas, buscar la botellita que dijera "H. Granger" en una de las vitrinas, y sacarla. Y tenía que robar precisamente esa, porque no confiaba en nadie más ¿Y si sacaba la de Goyle y resultaba mal lo planeado? El problema era el cabello. ¿Cómo lo iba a conseguir? No había manera de poder entrar a su cuarto, ni de día ni de noche, y no se atrevería jamás a forzar una cerradura para sacar algo tan insignificante como un pelo. Así que en eso se hallaba ahora, en el plan de sacarle un mechón de la cabeza, con la mirada perdida en el cielo, en el tercer piso, en una enorme ventana. Y faltaban dos días para Navidad. Lo mejor de todo era que la mayoría se iba a quedar en Hogwarts para esa fecha, así que la broma se apreciaría de mejor manera.
¡Paff!
Una explosión de varias bombas fétidas en su cabeza le derrumbó sus pensamientos. Varios estallaron a carcajadas tras ella. Se giró, con la cabeza humeando y emanando un olor asqueroso a huevos podridos, y a unos cuantos metros estaba Draco Malfoy con Goyle, Crabbe, la muchacha con cara de perro llamada Pansy Parkinson, más una bestia gorda y peluda denominada Millicent Bulstrode, que equivalían a dos Merlinas, y tal vez, un poco más.
— ¿Qué demonios les pasa? ¿Acaso les van a dar puntos por darme en la cabeza, mocosos de porquería? —gritó, avanzando amenazadoramente.
—No es mala idea, Morgan —dijo la voz de Snape a la derecha, quien acababa de aparecer detrás de un tapiz de un paisaje nocturno.
— ¿Qué? ¡Por qué siempre te me apareces tú para empeorarlo todo! —gritó aún más fuerte, cuando Snape estuvo cerca.
—Bueno, generalmente apestas, y ahora lo haces el doble, ¿cómo no saber dónde estás? —se burló con crueldad Snape.
—Fueron ellos —gruñó Merlina entre dientes, señalando al grupito —. Lo sabes perfectamente, sabes que hace tiempo están haciendo cosas para que yo me enfade, para que me cueste más el trabajo, para que me despidan o yo renuncie y...
—Y es una pena que no lo hayan conseguido —interrumpió Severus, coreado por una carcajada de parte de los Slytherins —. Ahora, es mejor que limpies el desastre que está allí y que vayas a ducharte, porque tu olor es insoportable —se dirigió a los de su casa —, y ustedes, vayan a hacer sus deberes.
Les dio la espalda, y entonces, otra vez, la luz de hizo en la cabeza de Merlina.
— ¡Nooooooooooo! —gritó, y se abalanzó contra su espalda, subiéndose como un mono, con piernas y manos, y agarrándolo del pelo, fingiendo estar furiosa, aunque no necesitaba actuar demasiado, porque lo estaba de verdad. Malfoy y su grupo observaban con la boca abierta, anonadados.
Snape gritó también e intentó sacársela de encima, y cuando lo logró, Merlina ya había arrancado varios pelos y se los había logrado meter en el bolsillo.
— ¡Fuera! —gritó Snape a sus estudiantes, enojado y tomó a Merlina del brazo con brusquedad y la hizo entrar en un cuarto de cosas de limpieza que estaba polvoriento y desordenado.
Resoplando por la nariz, la soltó, y le volvió a hablar.
— ¿Con quién crees que tratas?
—Tú...
—No me interesa nada de lo que tengas que decir. Ya te advertí, asume las consecuencias.
— ¿Enserio? —dijo Merlina, sonriendo.
Snape la miró un par de segundos a los ojos.
—Cualquier cosa que estés tramando... No me quedaré tranquilo—titubeó —, ya sabes que...
—Tranquilo, Severus —le dio unas palmadas en el hombro —, no hay nada que vaya a hacer contra ti...
Y fue ella quien lo dejó solo en confusión.
Sacarse el olor de las bombas fétidas fue más complicado de lo que parecía, por ende, estuvo todo el resto del día en la tina refregándose la cabeza hasta con las uñas, pero eso no le impidió pasar a la parte dos de la planificación: buscar la ropa de Snape. Simplemente se dirigió a la lavandería y sacó una tenida limpia.
Al otro día pidió permiso a Dumbledore para ir a visitar Hogsmeade y comprar una "cosas importantes", segun ella. Así que allí, en el pueblo, en una tienda de ropa, compró los zapatos, y por supuesto, el traje maestro: unos calzoncillos apretados de color rojo pasión, junto con una sudadera musculosa plateada llena de brillantes y un sombrero negro de copa. Y también aprovechó de comprarles un regalo a los chicos, a Dumbledore, y por supuesto, también a Snape, olvidándose completamente de Craig. A Hermione le compró un libro de Alquimia, a Harry y a Ron un perfume de distinto aroma a cada uno. A Dumbledore le compró unos bombones de chocolates finos, y a Snape un oso de peluche que decía "Púdrete".
—Mmhh... Qué sexy —susurró mirando la ropa, unas horas más tarde, cuando estaba de vuelta en el castillo.
Le quedaba tan solo la última parte: procurar que Snape durmiera toda la cena de Navidad, y eso lo conseguiría poniéndole polvos soporíferos nuevamente, en la comida. Tema fácil, ya que el jamás se esperaría que ella utilizara la misma técnica que había aprovechado él. Sin embargo, había una gran falla. ¿Dónde estaría ella? No importaba que Snape supiera que era ella, pero los demás no tardarían en darse cuenta, y si su puesto estaba vacío a la hora de la cena, sería notorio. Necesitaba ayuda.
Cuando vio salir a Harry, Ron y Hermione del Gran Comedor, no tardó en ir tras ellos, y procuró alcanzarlo en el tercer piso, donde nadie podía ser testigo de sus planes.
— ¡Muchachos! — llamó.
Los tres se voltearon y fueron hacia ella.
—Necesito su ayuda, urgente.
Hermione sonrió.
—Eso esperábamos, Harry nos mencionó que tenías otra idea en mente.
— ¿Cómo no nos ibas a contar? —agregó Ron.
— Buenoo... lo siento. Ahora les digo. Vamos a mi despacho, quedan veinte minutos para que la cena acabe.
Fueron a su despacho y Merlina les narró su plan, que les encantó a los chicos.
— ¿Y en qué quieres que te ayudemos? —indagó Harry.
—En realidad, ahora que lo pienso, creo que necesito la ayuda de Hermione.
— ¿Por qué? —preguntó Hermione, alarmada.
—No quiero meterte en problemas, pero... bueno, eres mujer, eres la indicada —contestó en tono de súplica —. Necesito que te hagas pasar por mí mañana, con la poción multijugos, por una hora.
—Pero, Merlina...
—Te juro que no tendrás que hacer nada. Solo reír, y ser educada con los profesores si alguien te habla —explicó —. Tengo que estar allí, me deben ver para que se testifique que no hice nada. Snape no podrá hacer ninguna cosa si cientos de ojos afirman que estuve allí —hizo una pausa —. Tú puedes estar en la enfermería, o en la sala común, o en la biblioteca haciendo tareas. Nadie lo sospecharía.
Hermione miró el suelo y luego asintió.
—Está bien, lo haré, pero, si se cumple el plazo de una hora...
—No ocurrirá nada, porque yo estaré al tanto. Saldrá bien, lo sé. Snape ni siquiera ha sospechado, y eso se traduce a que, mi plan, es prácticamente perfecto.
— ¡AAAAAAAAAAAAAAHHH! —gritó, y se sintió mucho más aliviada, porque al menos el gritar no tergiversaba sus palabras — ¡AAAAHH! —volvió a aullar, fuera de sí, y pateó con todas sus fuerzas el escritorio. Eso fue una muy mala idea, porque le dolió mucho más a ella que al mueble.
Se agarró de las mechas y se agachó. No quería habla porque, ¿qué sacaba si no iba a poder expresar lo que realmente sentía, toda esa ira que le estaba inundando? Era absurdo, terminaría ofendiéndose a sí misma y se enfurecería el doble. Dejó pasar unos minutos, en esa posición, haciendo ruidos bastante extraños. Mejor lo intentaría, quizá sola, no surtiría efecto el hechizo.
"Maldita sea, ¡todo me ocurre a mí! Maldito Snape."
— ¡Soy una basura humana, nada comparado con el perfecto Snape! —se tapó los oídos, enfadada y se reincorporó; no podía controlar su lengua, ni aunque se la apretara con pinzas— ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH! —gritó otra vez. Era como una maldición, si hablaba de ella, era de mala forma, si hablaba sobre el vecino, también; daba lo mismo a quién se refiriera, siempre iba a ser con odio.
— ¿Perfecto? —dijo una voz engreída desde el umbral de la puerta. Snape estaba con los brazos cruzados y con esa maldita sonrisa hipócrita en la cara.
"¡No lo dije yo!"
— ¡No, bestia verde asquerosa, no eres perfecto!"
¡Uf! Suerte. Al menos algo era cierto, así que no procuró taparse la boca.
—Cerdita parlanchina —dijo Snape, entrando, y cerrando la puerta —, eso es lo que eres ahora.
"¡Quítame este hechizo!"
— ¡Golpéame y tírame por la ventana!
— ¿Sí? ¿Eso quieres? —comenzó a aproximarse lentamente, como un leopardo en busca de su presa.
Merlina negó enfáticamente con la cabeza, y se alejó, estirando las manos, chocando con el escritorio.
— ¿No quieres eso?
Merlina volvió a negar, apretando los ojos, la boca y puños. Cuando abrió los ojos, Snape la tenía, por segunda vez, acorralada. No perdía momento para acosarla de esa manera.
— ¿No?
"¡NO!"
— ¡Sí, quiero eso!" —apenas pronunció las palabras, volvió a negar, acongojada.
—Entonces, ¿qué demonios quieres?
Merlina sacó su varita, la señaló, se apuntó a sí misma con una mano e hizo un gesto negativo con el dedo índice.
"Quiero que me saques el hechizó" —pensó, con todas sus ganas, mirándolo a los ojos, y repitió la mímica.
— ¿Quieres que te saque el hechizo? —Merlina asintió, y Snape metió la mano en su bolsillo —. El problema, es que no es un hechizo —extrajo algo que no era una varita, sino que una botella diminuta y se la mostró —. Es una poción... Y este —movió la botella —, es el antídoto.
Merlina subió el brazo para intentar agarrarla, pero Snape fue más rápido, la escondió detrás de su espalda y retrocedió. Pero Merlina lo siguió, rodeándolo con los brazos para tratar de quitarle la botella.
— ¡Aaah! —chilló pateando el suelo, desesperada, desistiendo.
—Sí, es mejor que te rindas —dijo Snape y guardó la botella en su bolsillo —. Creo que será mejor que esperes a que se te pase el efecto. Luego tendrás que ir a dar las explicaciones correspondientes a los profesores. Y tal vez a los elfos. Qué terribles insultos osaste a decir, Cerdita parlanchina.
Merlina miró el suelo, abatida. Snape se dio vuelta, y se propuso a salir del despacho. Merlina corrió para alcanzarlo y sacarle la botella del bolsillo, pero, al parecer Snape tenía ojos en la nuca, porque se dio un cuarto de vuelta, y le tomó la mano que iba a usar para sacar la botella. Con un brusco movimiento le tomó la otra mano y la obligó a sentarse en el sillón.
—Te quedarás aquí, sino quieres pasar más vergüenza ni arruinar las cosas —aconsejó con voz de persona hablándole a otra de menor capacidad mental —. Y no intentes nada. —concluyó.
— ¡AAAAAAAAAAAAHH! —volvió a gritar cuando Snape dejó su despacho, plantó la cara en sus rodillas, e intentó llorar para desahogarse, pero aún así, no pudo.
No supo cuanto tiempo estuvo así, porque se había quedado dormida. Miró por la ventana del despacho y vio que ya estaba el alba. Iba a amanecer. No había cumplido sus labores nocturnas, y de seguro tendría que ir a darle las explicaciones a Dumbledore en un rato más. Se frotó los ojos con desgana y se fue a dar una ducha. Estaba triste, pero no podía expresarlo con palabras.
"Si pudiera hablar como quiero... podría dar explicaciones"
—Si pudiera hablar como quiero...podría dar explicaciones —dijo mientras se peinaba frente al espejo. Su cara de tristeza cambió a una de asombro —. ¿Puedo hablar? ¡Puedo hablar! —pegó un salto y le sonrió a su reflejo —. Merlina Morgan odia a Severus Snape y se ama a sí misma —citó —. ¡Sí, puedo hablar!
E hizo un movimiento tan brusco, producto de la felicidad, que terminó aullando por golpearse terriblemente en el codo derecho.
El momento en que Merlina pudo volver a hablar, le retornó toda la alegría, que nuevamente, duró muy poco. Pudo disculparse con los profesores y les explicó que alguien le había gastado una broma con alguna poción "Malhablante" —ya lo había averiguado con un libro de la biblioteca, y si de algo servía esa lección, era aprender todo sobre las pociones — y que nada de lo que había dicho había sido cierto o con intención. Todos se mostraron muy comprensivos. Hagrid confesó que le había dado mucha risa y que había estado toda la noche riéndose a carcajadas. Según él que nadie le había dicho un insulto tan estúpido como el de ella. Dumbledore le dijo que lo había sospechado y que no se preocupara, que jamás pensaría que ella diría cosas como esas. Pero, por ejemplo, Peeves no se lo perdonó tan fácil y una semana completa le estuvo tirando bombitas de agua. La semana siguiente le dio por asustarla apareciéndose tras los tapices, la otra por hacerle tropezar con la alfombra. No obstante, él no era el único que hacía bromas de ese estilo, sino que los de Slytherin habían tomado la mala costumbre de gritarle cosas ordinarias cuando la veían, sobre todo Draco Malfoy, que era el cabecilla de todo ese movimiento Anti-Merlina. Snape hacía caso omiso a las molestias que le provocaba a Merlina, y solía llamarla "Cerda Parlanchina" delante de los alumnos. Pero al menos, no estaba sola. Harry, Ron y Hermione habían procurado crear su propio club, y cuando podían, defendían a Merlina, agarrándose a duelos con las Serpientes. Merlina, por otro lado, trataba de mantener el orden lo más que podía, pero con todo ese desorden, era casi imposible. Al menos, hasta ese punto jamás le habían regañado por no cumplir de manera correcta su trabajo, y a ninguno de los estudiantes le convenía acusarla por ello, porque tanto los de Gryffindor como los de Slytherin se meterían en problemas, y ya varias noches, Merlina, había pillado a uno que otro Hufflepuff o Ravenclaw merodeando con sus parejas a altas horas de la noche. Todos esos factores habían hecho que Merlina se rindiera a tal punto con respecto a Snape, que ya no se le ocurrían ideas para fastidiarlo y tampoco quería aceptar la ayuda de los chicos. Sentía que odiaba a Snape, pero sabía, en el fondo, que jamás podría vencerlo. O quizá era el pensamiento de una muchacha alicaída y no el de una persona normal.
Sin embargo, la iluminación del Señor llegó una semana antes de Navidad. Fue maravilloso, como si un ángel le hubiese dicho al oído lo que tenía que hacer.
Se hallaba colgando unos muérdagos en un pasillo, cuando Harry apareció furioso por milésima vez, de una esquina, maldiciendo a diestra y siniestra.
— ¿Qué ocurre, Harry?
—Snape me echó de la clase —contestó, calmándose un poco al verla.
—No me sorprende, de todas formas, falta poco para el recreo ¿qué hiciste?
—Nada, según él que yo le rompí el frasco de la poción de Malfoy.
— ¿Y qué poción era?
—Multijugos.
— ¿Multijugos? ¿Esa que te hace cambiar de apariencia cuando te la bebes?
—Sí, pero yo no fui, y si es que lo hice, no lo hice con querer...
Merlina ya no escuchaba. "Multijugos". Una serie de ideas locas comenzaban a rondar en su cabeza.
— ¿Harry?
— ¿Sí?
— ¿Snape se deja las botellas de poción?
—Sí, las va a revisar, pero se deja las mejores, de seguro la de Hermione está allí.
— ¿Tienen los nombres de los que la preparan?
—Sí —Harry la miró con desconfianza — ¿por qué?
Merlina sonrió, como no lo hacía en semanas.
—Bueno... ¿Has oído que el dicho de "el que ríe último, ríe mejor”?
Harry arqueó las cejas, mientras Merlina reía pérfidamente.
Procesó muchas veces el plan. Hizo las cosas con mucho cuidado, y el primer paso era robar la poción. Esperó unos días, hasta que los muchachos se enteraran de su calificación para ir a sacarla, sino, Hermione —de ella pensaba sacar la poción —tendría un cero, y Snape estaría fascinado en hacerlo. Fue un poco más difícil, ya que Severus, desde que ella había entrado, dejaba la puerta del despacho cerrado. Pero, por suerte, eso era solo de noche, así que tuvo que aguardar a que estuviera en una clase particularmente concienzuda y entrar a hurtadillas, buscar la botellita que dijera "H. Granger" en una de las vitrinas, y sacarla. Y tenía que robar precisamente esa, porque no confiaba en nadie más ¿Y si sacaba la de Goyle y resultaba mal lo planeado? El problema era el cabello. ¿Cómo lo iba a conseguir? No había manera de poder entrar a su cuarto, ni de día ni de noche, y no se atrevería jamás a forzar una cerradura para sacar algo tan insignificante como un pelo. Así que en eso se hallaba ahora, en el plan de sacarle un mechón de la cabeza, con la mirada perdida en el cielo, en el tercer piso, en una enorme ventana. Y faltaban dos días para Navidad. Lo mejor de todo era que la mayoría se iba a quedar en Hogwarts para esa fecha, así que la broma se apreciaría de mejor manera.
¡Paff!
Una explosión de varias bombas fétidas en su cabeza le derrumbó sus pensamientos. Varios estallaron a carcajadas tras ella. Se giró, con la cabeza humeando y emanando un olor asqueroso a huevos podridos, y a unos cuantos metros estaba Draco Malfoy con Goyle, Crabbe, la muchacha con cara de perro llamada Pansy Parkinson, más una bestia gorda y peluda denominada Millicent Bulstrode, que equivalían a dos Merlinas, y tal vez, un poco más.
— ¿Qué demonios les pasa? ¿Acaso les van a dar puntos por darme en la cabeza, mocosos de porquería? —gritó, avanzando amenazadoramente.
—No es mala idea, Morgan —dijo la voz de Snape a la derecha, quien acababa de aparecer detrás de un tapiz de un paisaje nocturno.
— ¿Qué? ¡Por qué siempre te me apareces tú para empeorarlo todo! —gritó aún más fuerte, cuando Snape estuvo cerca.
—Bueno, generalmente apestas, y ahora lo haces el doble, ¿cómo no saber dónde estás? —se burló con crueldad Snape.
—Fueron ellos —gruñó Merlina entre dientes, señalando al grupito —. Lo sabes perfectamente, sabes que hace tiempo están haciendo cosas para que yo me enfade, para que me cueste más el trabajo, para que me despidan o yo renuncie y...
—Y es una pena que no lo hayan conseguido —interrumpió Severus, coreado por una carcajada de parte de los Slytherins —. Ahora, es mejor que limpies el desastre que está allí y que vayas a ducharte, porque tu olor es insoportable —se dirigió a los de su casa —, y ustedes, vayan a hacer sus deberes.
Les dio la espalda, y entonces, otra vez, la luz de hizo en la cabeza de Merlina.
— ¡Nooooooooooo! —gritó, y se abalanzó contra su espalda, subiéndose como un mono, con piernas y manos, y agarrándolo del pelo, fingiendo estar furiosa, aunque no necesitaba actuar demasiado, porque lo estaba de verdad. Malfoy y su grupo observaban con la boca abierta, anonadados.
Snape gritó también e intentó sacársela de encima, y cuando lo logró, Merlina ya había arrancado varios pelos y se los había logrado meter en el bolsillo.
— ¡Fuera! —gritó Snape a sus estudiantes, enojado y tomó a Merlina del brazo con brusquedad y la hizo entrar en un cuarto de cosas de limpieza que estaba polvoriento y desordenado.
Resoplando por la nariz, la soltó, y le volvió a hablar.
— ¿Con quién crees que tratas?
—Tú...
—No me interesa nada de lo que tengas que decir. Ya te advertí, asume las consecuencias.
— ¿Enserio? —dijo Merlina, sonriendo.
Snape la miró un par de segundos a los ojos.
—Cualquier cosa que estés tramando... No me quedaré tranquilo—titubeó —, ya sabes que...
—Tranquilo, Severus —le dio unas palmadas en el hombro —, no hay nada que vaya a hacer contra ti...
Y fue ella quien lo dejó solo en confusión.
Sacarse el olor de las bombas fétidas fue más complicado de lo que parecía, por ende, estuvo todo el resto del día en la tina refregándose la cabeza hasta con las uñas, pero eso no le impidió pasar a la parte dos de la planificación: buscar la ropa de Snape. Simplemente se dirigió a la lavandería y sacó una tenida limpia.
Al otro día pidió permiso a Dumbledore para ir a visitar Hogsmeade y comprar una "cosas importantes", segun ella. Así que allí, en el pueblo, en una tienda de ropa, compró los zapatos, y por supuesto, el traje maestro: unos calzoncillos apretados de color rojo pasión, junto con una sudadera musculosa plateada llena de brillantes y un sombrero negro de copa. Y también aprovechó de comprarles un regalo a los chicos, a Dumbledore, y por supuesto, también a Snape, olvidándose completamente de Craig. A Hermione le compró un libro de Alquimia, a Harry y a Ron un perfume de distinto aroma a cada uno. A Dumbledore le compró unos bombones de chocolates finos, y a Snape un oso de peluche que decía "Púdrete".
—Mmhh... Qué sexy —susurró mirando la ropa, unas horas más tarde, cuando estaba de vuelta en el castillo.
Le quedaba tan solo la última parte: procurar que Snape durmiera toda la cena de Navidad, y eso lo conseguiría poniéndole polvos soporíferos nuevamente, en la comida. Tema fácil, ya que el jamás se esperaría que ella utilizara la misma técnica que había aprovechado él. Sin embargo, había una gran falla. ¿Dónde estaría ella? No importaba que Snape supiera que era ella, pero los demás no tardarían en darse cuenta, y si su puesto estaba vacío a la hora de la cena, sería notorio. Necesitaba ayuda.
Cuando vio salir a Harry, Ron y Hermione del Gran Comedor, no tardó en ir tras ellos, y procuró alcanzarlo en el tercer piso, donde nadie podía ser testigo de sus planes.
— ¡Muchachos! — llamó.
Los tres se voltearon y fueron hacia ella.
—Necesito su ayuda, urgente.
Hermione sonrió.
—Eso esperábamos, Harry nos mencionó que tenías otra idea en mente.
— ¿Cómo no nos ibas a contar? —agregó Ron.
— Buenoo... lo siento. Ahora les digo. Vamos a mi despacho, quedan veinte minutos para que la cena acabe.
Fueron a su despacho y Merlina les narró su plan, que les encantó a los chicos.
— ¿Y en qué quieres que te ayudemos? —indagó Harry.
—En realidad, ahora que lo pienso, creo que necesito la ayuda de Hermione.
— ¿Por qué? —preguntó Hermione, alarmada.
—No quiero meterte en problemas, pero... bueno, eres mujer, eres la indicada —contestó en tono de súplica —. Necesito que te hagas pasar por mí mañana, con la poción multijugos, por una hora.
—Pero, Merlina...
—Te juro que no tendrás que hacer nada. Solo reír, y ser educada con los profesores si alguien te habla —explicó —. Tengo que estar allí, me deben ver para que se testifique que no hice nada. Snape no podrá hacer ninguna cosa si cientos de ojos afirman que estuve allí —hizo una pausa —. Tú puedes estar en la enfermería, o en la sala común, o en la biblioteca haciendo tareas. Nadie lo sospecharía.
Hermione miró el suelo y luego asintió.
—Está bien, lo haré, pero, si se cumple el plazo de una hora...
—No ocurrirá nada, porque yo estaré al tanto. Saldrá bien, lo sé. Snape ni siquiera ha sospechado, y eso se traduce a que, mi plan, es prácticamente perfecto.
Continúa...
Última edición por F_J__Slytherin el Sáb 28 Jun 2008, 10:21 pm, editado 1 vez
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 8:
Pero el resto de la noche, y al día siguiente, estuvo bastante intranquila, pero fue producto de varios factores. El primero llegó en la mañana, a la hora de abrir sus regalos, y ver que Craig le había enviado una tarjeta Navideña escrita con bastante enojo junto con un vestido que estaba segura de que jamás se pondría, y no porque fuera feo, sino porque simplemente no le gustaba, y él lo sabía. Dumbledore también le envió algo: una botella de Amaretto de la mejor marca. Ron le envió una serie de pasteles caseros hechos por su madre, Hermione le regaló una chaqueta negra que le fascinó, y Harry un cuadro de un paisaje muy bonito para que colgara en su cuarto.
El segundo factor fue que Snape no la dejó de mirar en el desayuno. Podría atribuirlo quizá a la fatal derrota de Slytherin en el partido contra Gryffindor, pero no era enojo lo que se reflejaba. Casi no pestañeaba y tenía las cejas muy juntas, como si estuviera en constante pensamiento. Y eso le ponía nerviosa, y seguía sin saber el porqué de la terrible sensación que le causaba. ¿Era miedo? No, porque sino jamás osaría a hacer lo que tenía en mente. Quizá... el también fuera a hacer algo. Quizá se vengaría por haberle tirado el pelo. ¿Quién era el inmaduro ahora? ¡Já!
Durante el almuerzo fue a echar los polvos de sueño en la comida, y lo hizo en grandes cantidades, para que durmiera las doce horas siguientes. Ron se encargó de vigilar desde su puesto de que engullera toda la comida, y así lo hizo, sin dar muestras de sospechas. Cerca del final, Merlina se dio cuenta de que bostezó y empezó a cabecear, así que salió por la puerta oculta, caminando débilmente. Luego se aseguró de que no hubiese quedado tirado por allí, pero Harry vio en un mapa especial que tenía, que estaba muy en su despacho, durmiendo.
Hermione llegó media hora antes de que comenzara la cena, a su despacho. Merlina le tenía preparada la ropa encima de su cama, y la suya estaba en el baño.
—Bien, vístete tranquila, y espera a que yo salga, para que separemos la poción y la bebamos a nuestra salud... —dijo Merlina, y entró al baño.
Se sacó toda la ropa y se puso los calzoncillos rojos apretados —a ella le quedaban algo más apretados de las caderas —, al igual que la sudadera musculosa, que sí le quedaba volando. Encima se puso la camisa y el pantalón de color negro, y por último, la capa. Se guardó el sombrero en el bolsillo y con un hechizo se quitó el bulto que hacía.
—Hermione, ¿Estás lista?
—Sí
—Ya —avisó Merlina, y salió del baño.
— ¡Vaya, estabas más que lista! —exclamó la chiquilla, admirando la preparación de Merlina.
—Por supuesto. Listo, veamos, quedan diez minutos, lo preciso para llegar justo.
Sacó dos copas y de la botella separó la poción. Quedaron rebosando.
—Toma —le hizo entrega de unos cuantos cabellos de su cabeza, haciendo una mueca antes, y ella tomó los de Snape. Cada una lo echó en la copa correspondiente.
— ¡Qué lindo color! —exclamó Hermione, admirando el azul noche brillante — Es algo espeso.
—Sí, mira el de Snape —dijo Merlina, señalando su copa —, negro como su alma, y es como agua... no tiene consistencia. Bueno, así me lo trago con más facilidad.
— ¿A la cuenta de tres?
—Sí. Uno, dos, tres.
Merlina y Hermione se bebieron a tres tragos sus respectivas sustancias. Merlina se apretó la nariz, aguantando el sabor amargo de la poción multijugos. Cada una tuvo que soltar la copa. Se estrellaron contra el suelo y se hicieron añicos.
De pronto, Merlina, sintió como si las tripas se le apretaran y se le soltaran. El ritmo cardíaco se le aceleró, y el estómago y el cerebro le empezaron a bombear, produciéndole un dolor horrible. Los hombros se le ensancharon dolorosamente y las caderas se le aplanaron de igual manera que el torso. Creció unos cuantos centímetros y el cabello se le entró por el cuero cabelludo, causándole cosquillas. Luego de treinta segundos, aproximadamente, la transformación estaba acabada. Severus Snape y Merlina Morgan se sonreían de oreja a oreja.
— ¡Fantástico! —anunció Merlina con la voz de Snape, y luego se puso seria—. ¡Diez puntos menos para Gryffindor, Señorita Granger!
Hermione, o más bien, Merlina abrió los ojos como platos, pero luego se largaron a reír.
—Qué raro es todo esto —dijo Hermione.
—Sí, mira, Snape riendo, jajajá, eso sí que es raro —miró la hora —. Es hora, faltan cinco minutos. Vete ahora mismo, yo bajaré en diez minutos, a lo que todos estén abajo.
Hermione-Merlina hizo un gesto con la mano y se marchó. Merlina se fue a mirar al espejo del baño mientras tanto.
—Vaya, en realidad sí que es raro todo esto —susurró, y luego sonrió —. ¡Pero si no se ve tan mal sonriendo! Debería intentarlo de vez en cuando —luego frunció el entrecejo como solía hacerlo Snape —. Qué asco de cabello... Creo que debería haberle regalado un set de champús antigrasa...
Y el resto de los minutos se pasó practicando lo que iba a hacer, mentalmente. Todo sería improvisación, pero saldría de maravillas, y sí que haría disfrutar a los presentes. Sería, una cena, bastante agradable.
Se miró al espejo con los ojos de Snape, pero no sintió el típico cosquilleo. Aunque uno utilizara una poción, jamás podría remplazar a otro. Los ojos eran el reflejo del alma, y por supuesto, se estaba mirando a ella.
Pero el resto de la noche, y al día siguiente, estuvo bastante intranquila, pero fue producto de varios factores. El primero llegó en la mañana, a la hora de abrir sus regalos, y ver que Craig le había enviado una tarjeta Navideña escrita con bastante enojo junto con un vestido que estaba segura de que jamás se pondría, y no porque fuera feo, sino porque simplemente no le gustaba, y él lo sabía. Dumbledore también le envió algo: una botella de Amaretto de la mejor marca. Ron le envió una serie de pasteles caseros hechos por su madre, Hermione le regaló una chaqueta negra que le fascinó, y Harry un cuadro de un paisaje muy bonito para que colgara en su cuarto.
El segundo factor fue que Snape no la dejó de mirar en el desayuno. Podría atribuirlo quizá a la fatal derrota de Slytherin en el partido contra Gryffindor, pero no era enojo lo que se reflejaba. Casi no pestañeaba y tenía las cejas muy juntas, como si estuviera en constante pensamiento. Y eso le ponía nerviosa, y seguía sin saber el porqué de la terrible sensación que le causaba. ¿Era miedo? No, porque sino jamás osaría a hacer lo que tenía en mente. Quizá... el también fuera a hacer algo. Quizá se vengaría por haberle tirado el pelo. ¿Quién era el inmaduro ahora? ¡Já!
Durante el almuerzo fue a echar los polvos de sueño en la comida, y lo hizo en grandes cantidades, para que durmiera las doce horas siguientes. Ron se encargó de vigilar desde su puesto de que engullera toda la comida, y así lo hizo, sin dar muestras de sospechas. Cerca del final, Merlina se dio cuenta de que bostezó y empezó a cabecear, así que salió por la puerta oculta, caminando débilmente. Luego se aseguró de que no hubiese quedado tirado por allí, pero Harry vio en un mapa especial que tenía, que estaba muy en su despacho, durmiendo.
Hermione llegó media hora antes de que comenzara la cena, a su despacho. Merlina le tenía preparada la ropa encima de su cama, y la suya estaba en el baño.
—Bien, vístete tranquila, y espera a que yo salga, para que separemos la poción y la bebamos a nuestra salud... —dijo Merlina, y entró al baño.
Se sacó toda la ropa y se puso los calzoncillos rojos apretados —a ella le quedaban algo más apretados de las caderas —, al igual que la sudadera musculosa, que sí le quedaba volando. Encima se puso la camisa y el pantalón de color negro, y por último, la capa. Se guardó el sombrero en el bolsillo y con un hechizo se quitó el bulto que hacía.
—Hermione, ¿Estás lista?
—Sí
—Ya —avisó Merlina, y salió del baño.
— ¡Vaya, estabas más que lista! —exclamó la chiquilla, admirando la preparación de Merlina.
—Por supuesto. Listo, veamos, quedan diez minutos, lo preciso para llegar justo.
Sacó dos copas y de la botella separó la poción. Quedaron rebosando.
—Toma —le hizo entrega de unos cuantos cabellos de su cabeza, haciendo una mueca antes, y ella tomó los de Snape. Cada una lo echó en la copa correspondiente.
— ¡Qué lindo color! —exclamó Hermione, admirando el azul noche brillante — Es algo espeso.
—Sí, mira el de Snape —dijo Merlina, señalando su copa —, negro como su alma, y es como agua... no tiene consistencia. Bueno, así me lo trago con más facilidad.
— ¿A la cuenta de tres?
—Sí. Uno, dos, tres.
Merlina y Hermione se bebieron a tres tragos sus respectivas sustancias. Merlina se apretó la nariz, aguantando el sabor amargo de la poción multijugos. Cada una tuvo que soltar la copa. Se estrellaron contra el suelo y se hicieron añicos.
De pronto, Merlina, sintió como si las tripas se le apretaran y se le soltaran. El ritmo cardíaco se le aceleró, y el estómago y el cerebro le empezaron a bombear, produciéndole un dolor horrible. Los hombros se le ensancharon dolorosamente y las caderas se le aplanaron de igual manera que el torso. Creció unos cuantos centímetros y el cabello se le entró por el cuero cabelludo, causándole cosquillas. Luego de treinta segundos, aproximadamente, la transformación estaba acabada. Severus Snape y Merlina Morgan se sonreían de oreja a oreja.
— ¡Fantástico! —anunció Merlina con la voz de Snape, y luego se puso seria—. ¡Diez puntos menos para Gryffindor, Señorita Granger!
Hermione, o más bien, Merlina abrió los ojos como platos, pero luego se largaron a reír.
—Qué raro es todo esto —dijo Hermione.
—Sí, mira, Snape riendo, jajajá, eso sí que es raro —miró la hora —. Es hora, faltan cinco minutos. Vete ahora mismo, yo bajaré en diez minutos, a lo que todos estén abajo.
Hermione-Merlina hizo un gesto con la mano y se marchó. Merlina se fue a mirar al espejo del baño mientras tanto.
—Vaya, en realidad sí que es raro todo esto —susurró, y luego sonrió —. ¡Pero si no se ve tan mal sonriendo! Debería intentarlo de vez en cuando —luego frunció el entrecejo como solía hacerlo Snape —. Qué asco de cabello... Creo que debería haberle regalado un set de champús antigrasa...
Y el resto de los minutos se pasó practicando lo que iba a hacer, mentalmente. Todo sería improvisación, pero saldría de maravillas, y sí que haría disfrutar a los presentes. Sería, una cena, bastante agradable.
Se miró al espejo con los ojos de Snape, pero no sintió el típico cosquilleo. Aunque uno utilizara una poción, jamás podría remplazar a otro. Los ojos eran el reflejo del alma, y por supuesto, se estaba mirando a ella.
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Re: En pie de guerra
Capítulo 9: La revancha
Se dirigió hacia el Gran Comedor tal como lo hacía él: con su capa ondeando, como si tuviera vida propia. Los pasillos estaban completamente desolado, solo faltaban las estepas de desierto. Los muchachos ya debían estar sentados, comenzando a comer, agradecidos de las cortas frases de Dumbledore.
Llegó ante las puertas. Puso las manos en ambas y las abrió de golpe, y lo hizo tan fuerte — ¡tenía fuerza!—, que rebotaron en la pared, produciendo un gran estrépito. Todos los ojos se giraron hacia él... bueno, ella.
Entró a paso normal, pero se detuvo a mitad de camino. En la mesa de profesores estaba su falso yo, y el puesto de Snape, vacío. Eso quería decir que el plan había resultado a la perfección.
—Señor director —dijo con amabilidad, y Dumbledore lo miró con cara de signo interrogatorio, mientras dejaba el tenedor y el cuchillo sobre la mesa —, con todo el respeto, le digo que no me ha esperado para dar mi discurso de Navidad.
Dumbledore hizo un gesto indefinido con las manos, y abrió la boca unos segundos. Luego la cerró, y la volvió a abrir.
—Adelante, Severus, di lo que tengas que contarnos —indicó, dándose cuenta de que no quedaba otro remedio.
Todos soltaron sus cubiertos y miraron asombrados. Harry y Ron eran los únicos que tenían la sonrisa pegada en la cara. Los demás se miraban de soslayo con caras de terror, como si Snape les fuera a lanzar una maldición en cualquier momento.
Merlina se devolvió hasta las puertas y las cerró. Todos los ojos la habían seguido.
—A todos los presentes —dijo, con voz potente, cosa que a todos les impresionó, porque Snape, la mayoría de las veces, hablaba en susurros —, quiero desearles una feliz Navidad, y un feliz año nuevo también.
Ante esas palabras, todos comenzaron a murmurar cosas como: "¿está loco?" "¿qué bicho le ha picado?" "¿lo poseyó un demonio?" "llévenlo a San Mungo".
—No pierdan la calma —dijo con suavidad —. No se asusten. Ésta vez no vengo a maldecirles, sino que todo lo contrario —sonrió.
Todos colocaron ojos de pescado. Preferían que Snape les gritara a que actuara de esa manera.
—Por favor —continuó —, les pido que aprecien este bonito número que les he preparado con mucho aprecio.
"'Bonito', dijo 'bonito', ¿lo oyeron?"
— ¡Las luces, por favor! —anunció y dio dos aplausos.
Estaba todo fríamente calculado: Hermione estaría utilizando la varita, y ella sería la que haría los cambios necesarios al lugar. Nadie le estaría prestando atención y ella era experta en embrujos. Merlina terminaría inundando el Gran Salón si tratara de hacer algo.
Dos círculos blancos la iluminaron de la nada. “Lo” o “la”, daba igual. Era Snape, era Merlina.
— ¡La música! —dio otro aplauso, y el sonido de un lindo piano se comenzó a oír.
Se aclaró la garganta y dio un último aplauso.
Unos escalones dorados aparecieron de la nada, conectados a una delgada mesa del mismo color en el centro de las respectivas mesas de las casas que estaban en el medio.
Subió la escalerilla, seguida por las luces de forma circular. Se cruzó de brazos, y giró sobre sus talones rápidamente. Cuando terminó de dar la vuelta, ya no estaba con esa capa negra y lúgubre, sino que con la alegre sudadera musculosa, plateada brillante, y con su calzoncillo rojo pasión. Se puso el sombrero de copa sobre la cabeza, seguido por una exclamación de asombro. Y comenzó a cantar, tratando de parecer sensual, al ritmo de las trompetas, y todas las melodías que habían estallado.
"En esta navidad...
Vamos a celebrar
Con mucha felicidad...
Y no vamos a llorar
Mientras cantaba iba dando saltos e intentando de hacer complicadas piruetas, que terminaban siendo pasos bastante raros. Luego, comenzó a jugar con el sombrero. Ahora, el Gran Salón, se había convertido en un lugar de risas y sonrisas.
"En esta navidad
Vamos a cantar
Vamos a bailar
A reír y a gozar.
"¡En la navidad
Se presenta Santa Claus!
Y nos va a obsequiar
A besar y a premiar
"Y el que se portó mal
Nada recibirá
A cambio un regaño
De su mami llegará"
"Pero les vengo a contar
Que lo que importa más
Es la solidaridad
El amor y la paz"
"Por eso les aclaro
Que Santa es un bizarro
Que no viene a gran Inglaterra
Que pertenece a otra tierra"
"Y como nada obtendremos
Yo haré el regalo
No me importa declararlo
Porque ustedes son mis alumnos
Y yo los quiero mucho"
"¡Así que a vuelta de vacaciones
No quiero caras tristes
Quiero alegría
Porque las tareas que les di
Han quedado suspendidas!"
En el aire apareció un bastón de un metro de largo —cortesía de Hermione — y Merlina lo agarró en el acto. Lo tomó por cerca de los extremos, y comenzó a marchar y a cantar otra vez:
"Los quiero mucho
Y no les miento
Yo los quiero mucho"
"Son mis alumnos
Y yo los quiero mucho
Cómo no haceeerlooo"
"Los quiero mucho
Y por eso yo les hago un regalo
Una "E" todos se han ganado
Los deberes han terminaaadoooo"
No hubo necesidad de pedir aplausos. Solos se hicieron. Todos silbaban y gritaban cosas. Pero la mayoría se burlaba, no eran palabras de alabanza las que lanzaban. Y eso era lo que precisamente pretendía Merlina. Hizo reverencias pronunciadas, mostrándoles el trasero a todos, poniendo cara de solemnidad.
— ¿Una canción más? —preguntó, y todos asintieron, muertos de risas.
Todavía quedaba media hora, así que podría aprovechar unos quince minutos más.
El resto del tiempo se la pasó cantando y haciendo bailes ridículos. Era realmente asombroso, hasta McGonagall reía con lágrimas en los ojos. ¿Nadie quería a Snape? Sólo Dumbledore, al parecer, pero él también se reía, aunque no con la maldad de los demás.
Cuando ya faltaban diez minutos para cumplir la hora de tiempo, Merlina terminó el baile, y dijo:
—Ahora, debo hablar a solas con la señorita Morgan — bajó las escaleras y corrió hacia ella.
—Yo no tengo nada que hablar contigo, Severus —dijo Hermione con voz temblorosa.
— ¡Oh, claro que lo hará, y nos pegaremos un bailecito! —gritó con locura.
Rápidamente tomó por la cintura a su yo falso, y se la colgó al hombro.
— ¡Un gusto haberles hecho este show!
— ¡Bájame de aquí! —gritó Hermione, pegándole en la espalda, no demasiado fuerte. Era todo parte de la comedia.
Y Merlina salió corriendo de allí, por la puerta trasera, para acortar camino, y fue lo más rápido posible hacia su despacho. Hermione lanzaba suspiros de desesperación, pero ya le había dejado de golpear en la espalda.
Llegó en el momento justo. Cerró la puerta con llave y con el hechizo. Dejó a Hermione en el suelo mientras sus manos iban adquiriendo su tamaño y forma normal, al igual que el resto de su cuerpo. Hermione estaba sufriendo las mismas transformaciones. El cabello negro perteneciente a Merlina, había retomado el color castaño y el volumen del pelo de Hermione.
Cuando volvieron a ser completamente ellas mismas, Merlinas miró inquisitiva a Hermione.
— ¿Y? ¿Qué tal? —preguntó nerviosa.
Hermione tensó los labios, y luego se largó a reír.
— ¡Estuviste perfecta! Estaba muerta de la risa, e intenté reírme lo más fuerte que podía, para imitarte a ti —contestó al fin.
Merlina sonrió de oreja a oreja.
—Pues bien, me alegro de que haya resultado bien, además, es fácil hacer las cosas cuando sabes que no eres tú. Snape me va a querer matar cuando mañana se entere de lo ocurrido.
— ¿Y qué le dirás?
—Ojo por ojo, diente por diente.
— ¿Te vas a delatar?
—No, era una broma —aseguró Merlina —, pero me matará de todas maneras, porque no hallará mejor excusa que echarme la culpa a mí, te lo aseguro.
—Sería injusto —insistió Hermione.
—Sí, porque él comenzó todo —corroboró Merlina —. Pero haga lo que haga, no me voy a rendir, te lo aseguro.
—Bueno, es mejor que me vaya... Iré a la sala Común —avisó Hermione —. Un gusto haberte ayudado, y espero que no me delates.
— ¿Qué? Nunca, prefiero que me expulsen. Buenas noches.
Merlina se quedó deambulando toda la noche por los pasillos, vigilando, de un excelente humor, con la sonrisa pegada como con cola. Sin embargo, esta vez estaba completamente segura que Snape iría a despotricar contra ella una vez que se enterara de lo ocurrido, y dado esas circunstancias, tenía que aprovechar al máximo su alegría, antes de que el murciélago humano la esfumara. Pero estaba ansiosa por saber lo que ocurriría. Quería ver a Snape muerto de vergüenza, mordiéndose los nudillos y...
—...pero, señor director, no lo comprendo, no puedo haber estado en dos lugares al mismo tiempo... —decía una voz. Merlina estaba llegando al tercer piso; estaba dando su última ronda y bajaría a desayunar. Se escondió detrás de una armadura, escuchando atentamente las palabras de los dos docentes.
—No estoy diciendo eso, Severus —corrigió la voz de Dumbledore —, lo que trato de decir es que quizá tuviste un acceso, quizá te enfermaste y...
—No lo creo, lo que sí sé es que me sentía especialmente soñoliento antes de ayer y me fui a dormir. Llegué a mi despacho y me tendí en la cama. Y luego caí dormido.
—Quizá tuviste un proceso de sonambulismo, Severus...
—No, Albus, lo repito, sé que no me levanté de la cama, y lo extraño es que desperté hoy... nunca... nunca en mi vida había dormido tanto. Es raro, es imposible...
— ¿No ves, Severus? Estoy seguro que pasó algo, quizá tomaste alguna poción. Tiene que haber una explicación.
—Entonces, ¿bajé al Gran Comedor? ¿Pero, cómo?
—No lo sé, pero parecías consciente. ¿No recuerdas absolutamente nada?
—No... ¿Y qué hice? ¿Comí, bebí?
Dumbledore pareció reflexionar.
—Ni lo uno ni lo otro —terminó respondiendo.
— ¿Entonces, a qué bajé?
—Es mejor que lo dejemos hasta aquí Severus. Vamos a desayunar...
— ¿Me está ocultando algo, Dumbledore?
— A veces es mejor callar, Severus, sobre todo con personas como tú, totalmente predecibles en la forma de actuar —contestó Dumbledore. Merlina retrocedió por dónde había aparecido y se encaminó hacia ellos como si nada.
— ¡Buenos días, Dumbledore! —miró a Severus — Hola, Severus, ¡buen número el de anoche! ¿Bajan a desayunar?
—Claro, Merlina, claro, vamos.
Severus se quedó con la boca abierta. "Buen número el de anoche". ¿Qué significaba eso? Los siguió a distancia, con un mal presentimiento.
Entraron al Gran Comedor por la puerta oculta y se fueron a sus respectivos asientos. Los pocos alumnos que estaban allí quedaron mirando al profesor de Pociones con caras burlescas, y comenzaban a cuchichear entre ellos. Minerva no tenía con quien comentar, pero sus ojos se desorbitaron al verlo. Severus no se dio cuenta de inmediato, por lo que pudo captar Merlina, no obstante, cuando una masa de Gryffindors entró por la puerta y los profesores llegaron, la situación se hizo mucho más notoria. Bastantes risas resonaban por el Gran Comedor.
Merlina se estaba mordiendo la mano para no estallar en carcajadas. ¡Y había sido ella, eso era lo mejor! Miró a Snape una vez más, y sus ojos se clavaron en los suyos. Se obligó a mantener la conexión y sonrió algo tímida, mordiéndose la lengua y alzando las cejas. Snape giró la cabeza haciéndole un desprecio, pero al segundo la volvió a mirar, como si hubiese captado algo. Luego, los bailes de unas muchachas de Hufflepuff lo distrajeron. Hacían unos pasos bastante especiales, y lo miraban con descaro. Resopló por la nariz.
Los alumnos, durante el transcurso del desayuno, continuaron haciendo cosas raras y riendo en susurros, y comentando cosas en voz baja, cantando canciones, mirando directamente a Snape, quien ya sabía que algo pasaba y había optado por no hacerles caso. Ninguno, de todas maneras, se atrevía a decir algo a toda boca, porque sabían que Snape había vuelto a ser el de antes. Y en realidad, los únicos que se hallaban menos burlescos eran los de Slytherin, que miraban a Snape como si estuviera loco.
Merlina acabó su desayuno, se despidió de Sprout con un gesto de la mano, y salió por la puerta oculta, para ir a dormir las horas que le correspondían. Sin embargo, alguien la adelantó y le cerró el paso.
Se dirigió hacia el Gran Comedor tal como lo hacía él: con su capa ondeando, como si tuviera vida propia. Los pasillos estaban completamente desolado, solo faltaban las estepas de desierto. Los muchachos ya debían estar sentados, comenzando a comer, agradecidos de las cortas frases de Dumbledore.
Llegó ante las puertas. Puso las manos en ambas y las abrió de golpe, y lo hizo tan fuerte — ¡tenía fuerza!—, que rebotaron en la pared, produciendo un gran estrépito. Todos los ojos se giraron hacia él... bueno, ella.
Entró a paso normal, pero se detuvo a mitad de camino. En la mesa de profesores estaba su falso yo, y el puesto de Snape, vacío. Eso quería decir que el plan había resultado a la perfección.
—Señor director —dijo con amabilidad, y Dumbledore lo miró con cara de signo interrogatorio, mientras dejaba el tenedor y el cuchillo sobre la mesa —, con todo el respeto, le digo que no me ha esperado para dar mi discurso de Navidad.
Dumbledore hizo un gesto indefinido con las manos, y abrió la boca unos segundos. Luego la cerró, y la volvió a abrir.
—Adelante, Severus, di lo que tengas que contarnos —indicó, dándose cuenta de que no quedaba otro remedio.
Todos soltaron sus cubiertos y miraron asombrados. Harry y Ron eran los únicos que tenían la sonrisa pegada en la cara. Los demás se miraban de soslayo con caras de terror, como si Snape les fuera a lanzar una maldición en cualquier momento.
Merlina se devolvió hasta las puertas y las cerró. Todos los ojos la habían seguido.
—A todos los presentes —dijo, con voz potente, cosa que a todos les impresionó, porque Snape, la mayoría de las veces, hablaba en susurros —, quiero desearles una feliz Navidad, y un feliz año nuevo también.
Ante esas palabras, todos comenzaron a murmurar cosas como: "¿está loco?" "¿qué bicho le ha picado?" "¿lo poseyó un demonio?" "llévenlo a San Mungo".
—No pierdan la calma —dijo con suavidad —. No se asusten. Ésta vez no vengo a maldecirles, sino que todo lo contrario —sonrió.
Todos colocaron ojos de pescado. Preferían que Snape les gritara a que actuara de esa manera.
—Por favor —continuó —, les pido que aprecien este bonito número que les he preparado con mucho aprecio.
"'Bonito', dijo 'bonito', ¿lo oyeron?"
— ¡Las luces, por favor! —anunció y dio dos aplausos.
Estaba todo fríamente calculado: Hermione estaría utilizando la varita, y ella sería la que haría los cambios necesarios al lugar. Nadie le estaría prestando atención y ella era experta en embrujos. Merlina terminaría inundando el Gran Salón si tratara de hacer algo.
Dos círculos blancos la iluminaron de la nada. “Lo” o “la”, daba igual. Era Snape, era Merlina.
— ¡La música! —dio otro aplauso, y el sonido de un lindo piano se comenzó a oír.
Se aclaró la garganta y dio un último aplauso.
Unos escalones dorados aparecieron de la nada, conectados a una delgada mesa del mismo color en el centro de las respectivas mesas de las casas que estaban en el medio.
Subió la escalerilla, seguida por las luces de forma circular. Se cruzó de brazos, y giró sobre sus talones rápidamente. Cuando terminó de dar la vuelta, ya no estaba con esa capa negra y lúgubre, sino que con la alegre sudadera musculosa, plateada brillante, y con su calzoncillo rojo pasión. Se puso el sombrero de copa sobre la cabeza, seguido por una exclamación de asombro. Y comenzó a cantar, tratando de parecer sensual, al ritmo de las trompetas, y todas las melodías que habían estallado.
"En esta navidad...
Vamos a celebrar
Con mucha felicidad...
Y no vamos a llorar
Mientras cantaba iba dando saltos e intentando de hacer complicadas piruetas, que terminaban siendo pasos bastante raros. Luego, comenzó a jugar con el sombrero. Ahora, el Gran Salón, se había convertido en un lugar de risas y sonrisas.
"En esta navidad
Vamos a cantar
Vamos a bailar
A reír y a gozar.
"¡En la navidad
Se presenta Santa Claus!
Y nos va a obsequiar
A besar y a premiar
"Y el que se portó mal
Nada recibirá
A cambio un regaño
De su mami llegará"
"Pero les vengo a contar
Que lo que importa más
Es la solidaridad
El amor y la paz"
"Por eso les aclaro
Que Santa es un bizarro
Que no viene a gran Inglaterra
Que pertenece a otra tierra"
"Y como nada obtendremos
Yo haré el regalo
No me importa declararlo
Porque ustedes son mis alumnos
Y yo los quiero mucho"
"¡Así que a vuelta de vacaciones
No quiero caras tristes
Quiero alegría
Porque las tareas que les di
Han quedado suspendidas!"
En el aire apareció un bastón de un metro de largo —cortesía de Hermione — y Merlina lo agarró en el acto. Lo tomó por cerca de los extremos, y comenzó a marchar y a cantar otra vez:
"Los quiero mucho
Y no les miento
Yo los quiero mucho"
"Son mis alumnos
Y yo los quiero mucho
Cómo no haceeerlooo"
"Los quiero mucho
Y por eso yo les hago un regalo
Una "E" todos se han ganado
Los deberes han terminaaadoooo"
No hubo necesidad de pedir aplausos. Solos se hicieron. Todos silbaban y gritaban cosas. Pero la mayoría se burlaba, no eran palabras de alabanza las que lanzaban. Y eso era lo que precisamente pretendía Merlina. Hizo reverencias pronunciadas, mostrándoles el trasero a todos, poniendo cara de solemnidad.
— ¿Una canción más? —preguntó, y todos asintieron, muertos de risas.
Todavía quedaba media hora, así que podría aprovechar unos quince minutos más.
El resto del tiempo se la pasó cantando y haciendo bailes ridículos. Era realmente asombroso, hasta McGonagall reía con lágrimas en los ojos. ¿Nadie quería a Snape? Sólo Dumbledore, al parecer, pero él también se reía, aunque no con la maldad de los demás.
Cuando ya faltaban diez minutos para cumplir la hora de tiempo, Merlina terminó el baile, y dijo:
—Ahora, debo hablar a solas con la señorita Morgan — bajó las escaleras y corrió hacia ella.
—Yo no tengo nada que hablar contigo, Severus —dijo Hermione con voz temblorosa.
— ¡Oh, claro que lo hará, y nos pegaremos un bailecito! —gritó con locura.
Rápidamente tomó por la cintura a su yo falso, y se la colgó al hombro.
— ¡Un gusto haberles hecho este show!
— ¡Bájame de aquí! —gritó Hermione, pegándole en la espalda, no demasiado fuerte. Era todo parte de la comedia.
Y Merlina salió corriendo de allí, por la puerta trasera, para acortar camino, y fue lo más rápido posible hacia su despacho. Hermione lanzaba suspiros de desesperación, pero ya le había dejado de golpear en la espalda.
Llegó en el momento justo. Cerró la puerta con llave y con el hechizo. Dejó a Hermione en el suelo mientras sus manos iban adquiriendo su tamaño y forma normal, al igual que el resto de su cuerpo. Hermione estaba sufriendo las mismas transformaciones. El cabello negro perteneciente a Merlina, había retomado el color castaño y el volumen del pelo de Hermione.
Cuando volvieron a ser completamente ellas mismas, Merlinas miró inquisitiva a Hermione.
— ¿Y? ¿Qué tal? —preguntó nerviosa.
Hermione tensó los labios, y luego se largó a reír.
— ¡Estuviste perfecta! Estaba muerta de la risa, e intenté reírme lo más fuerte que podía, para imitarte a ti —contestó al fin.
Merlina sonrió de oreja a oreja.
—Pues bien, me alegro de que haya resultado bien, además, es fácil hacer las cosas cuando sabes que no eres tú. Snape me va a querer matar cuando mañana se entere de lo ocurrido.
— ¿Y qué le dirás?
—Ojo por ojo, diente por diente.
— ¿Te vas a delatar?
—No, era una broma —aseguró Merlina —, pero me matará de todas maneras, porque no hallará mejor excusa que echarme la culpa a mí, te lo aseguro.
—Sería injusto —insistió Hermione.
—Sí, porque él comenzó todo —corroboró Merlina —. Pero haga lo que haga, no me voy a rendir, te lo aseguro.
—Bueno, es mejor que me vaya... Iré a la sala Común —avisó Hermione —. Un gusto haberte ayudado, y espero que no me delates.
— ¿Qué? Nunca, prefiero que me expulsen. Buenas noches.
Merlina se quedó deambulando toda la noche por los pasillos, vigilando, de un excelente humor, con la sonrisa pegada como con cola. Sin embargo, esta vez estaba completamente segura que Snape iría a despotricar contra ella una vez que se enterara de lo ocurrido, y dado esas circunstancias, tenía que aprovechar al máximo su alegría, antes de que el murciélago humano la esfumara. Pero estaba ansiosa por saber lo que ocurriría. Quería ver a Snape muerto de vergüenza, mordiéndose los nudillos y...
—...pero, señor director, no lo comprendo, no puedo haber estado en dos lugares al mismo tiempo... —decía una voz. Merlina estaba llegando al tercer piso; estaba dando su última ronda y bajaría a desayunar. Se escondió detrás de una armadura, escuchando atentamente las palabras de los dos docentes.
—No estoy diciendo eso, Severus —corrigió la voz de Dumbledore —, lo que trato de decir es que quizá tuviste un acceso, quizá te enfermaste y...
—No lo creo, lo que sí sé es que me sentía especialmente soñoliento antes de ayer y me fui a dormir. Llegué a mi despacho y me tendí en la cama. Y luego caí dormido.
—Quizá tuviste un proceso de sonambulismo, Severus...
—No, Albus, lo repito, sé que no me levanté de la cama, y lo extraño es que desperté hoy... nunca... nunca en mi vida había dormido tanto. Es raro, es imposible...
— ¿No ves, Severus? Estoy seguro que pasó algo, quizá tomaste alguna poción. Tiene que haber una explicación.
—Entonces, ¿bajé al Gran Comedor? ¿Pero, cómo?
—No lo sé, pero parecías consciente. ¿No recuerdas absolutamente nada?
—No... ¿Y qué hice? ¿Comí, bebí?
Dumbledore pareció reflexionar.
—Ni lo uno ni lo otro —terminó respondiendo.
— ¿Entonces, a qué bajé?
—Es mejor que lo dejemos hasta aquí Severus. Vamos a desayunar...
— ¿Me está ocultando algo, Dumbledore?
— A veces es mejor callar, Severus, sobre todo con personas como tú, totalmente predecibles en la forma de actuar —contestó Dumbledore. Merlina retrocedió por dónde había aparecido y se encaminó hacia ellos como si nada.
— ¡Buenos días, Dumbledore! —miró a Severus — Hola, Severus, ¡buen número el de anoche! ¿Bajan a desayunar?
—Claro, Merlina, claro, vamos.
Severus se quedó con la boca abierta. "Buen número el de anoche". ¿Qué significaba eso? Los siguió a distancia, con un mal presentimiento.
Entraron al Gran Comedor por la puerta oculta y se fueron a sus respectivos asientos. Los pocos alumnos que estaban allí quedaron mirando al profesor de Pociones con caras burlescas, y comenzaban a cuchichear entre ellos. Minerva no tenía con quien comentar, pero sus ojos se desorbitaron al verlo. Severus no se dio cuenta de inmediato, por lo que pudo captar Merlina, no obstante, cuando una masa de Gryffindors entró por la puerta y los profesores llegaron, la situación se hizo mucho más notoria. Bastantes risas resonaban por el Gran Comedor.
Merlina se estaba mordiendo la mano para no estallar en carcajadas. ¡Y había sido ella, eso era lo mejor! Miró a Snape una vez más, y sus ojos se clavaron en los suyos. Se obligó a mantener la conexión y sonrió algo tímida, mordiéndose la lengua y alzando las cejas. Snape giró la cabeza haciéndole un desprecio, pero al segundo la volvió a mirar, como si hubiese captado algo. Luego, los bailes de unas muchachas de Hufflepuff lo distrajeron. Hacían unos pasos bastante especiales, y lo miraban con descaro. Resopló por la nariz.
Los alumnos, durante el transcurso del desayuno, continuaron haciendo cosas raras y riendo en susurros, y comentando cosas en voz baja, cantando canciones, mirando directamente a Snape, quien ya sabía que algo pasaba y había optado por no hacerles caso. Ninguno, de todas maneras, se atrevía a decir algo a toda boca, porque sabían que Snape había vuelto a ser el de antes. Y en realidad, los únicos que se hallaban menos burlescos eran los de Slytherin, que miraban a Snape como si estuviera loco.
Merlina acabó su desayuno, se despidió de Sprout con un gesto de la mano, y salió por la puerta oculta, para ir a dormir las horas que le correspondían. Sin embargo, alguien la adelantó y le cerró el paso.
Continúa...
F_J__Slytherin-
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 9:
— ¿Puedo preguntar qué hiciste? —murmuró, apena moviendo los labios, y mirándola amenazadoramente.
Merlina intentó mantener una sonrisa.
— Bueno, lo acabas de hacer, si no te has dado cuenta... —se calló, Snape puso un brazo en la pared, por encima de su cabeza. Por el simple susto de su movimiento súbito, se golpeó en la cabeza.
—No-te-hagas-la-graciosa —dijo con la mandíbula apretada.
—Mira, Severus —aclaró, escabulléndose, y colocándose a distancia, acariciándose el lugar afectado —, no te he hecho nada, así que no veo el porqué de tu violencia.
—No te hice nada —la atajó Severus.
—Bueno, no me gusta la manera en que me miras, y ahora, por tu culpa, me acabo de pegar —declaró Merlina, con total sinceridad.
— ¿Y cómo quieres que te mire? —, dijo, haciendo caso omiso por el golpe. Merlina había agachado la cara, y se había puesto seria. Estaban solos en el oscuro corredor escondido, y se estaba empezando a poner nerviosa. Toda la felicidad se había desaparecido, tal como lo predijo.
—De ninguna manera.
—Cómo, ¿así? —y se acercó a ella para levantarle la cara, con la mano en su barbilla.
Merlina le dio un manotazo, y se echó para atrás.
—Como me entere —dijo estirando el dedo índice — que me ha ocurrido algo, ya sabes que serás tú la perjudicada.
—Yo no te he hecho nada —replicó Merlina, mirando un punto fijo —, y al contrario, yo debería estar muy enojada, porque en el papelón que hiciste anoche, me tomaste en brazos y me pusiste de cabeza, fuiste al vestíbulo y me dejaste tirada allí, y luego escapaste a tu despacho —dijo, lo cual era totalmente mentira.
— ¿Ah, así? ¿Y porqué no lo recuerdo?
—Eso no lo sé. Tomaste algo, comiste algo, no sé.
— Ahá... —se cruzó de brazos —, asumes que le colocaste algo a mi comida.
—No he dicho nada de eso.
—A ver, anda, mírame, y podré saber si dices la verdad o no. Si no me miras, lo tomaré como que tú hiciste... lo que sea que hayas hecho.
—No —dijo Merlina con rotundidad. Y no era porque no quería que supiera la verdad, total, Snape sabía que era ella; lo que no quería hacer era mirarlo, porque sino, podría desmayarse. No sabía, no sabía porqué...
—Bien, como quieras. Tú te lo buscaste y... ¿Dónde vas? No he acabado —pero Merlina ya había desaparecido por la esquina, y había comenzado a correr.
No estaba bien. Ella no estaba bien con Snape. Bueno, eso estaba más claro que el agua, pero había algo raro. ¿Y si...? No. Imposible, eso era imposible... Una locura. Era miedo. Simple, cobarde e irónico como el miedo.
La semana de vacaciones Navideñas pasó volando. Los pocos estudiantes que habían regresado de sus vacaciones, lo hicieron de manera feliz, repletos de novedades, tanto de regalos como de noticias. Merlina había tenido más tiempo de conversar con Harry, Ron y Hermione, que seguían alabándola por su proeza contra Snape.
Snape, por otra parte, se había enterado de todo lo que había hecho mediante la loca boca del profesor Flitwick, quedando en vergüenza en toda la sala de profesores, donde, por suerte, se hallaba ella sacando unas túnicas sucias del armario, para llevarlas a la lavandería. Todos pensaban que había sido él, bajo un hechizo, y Snape no había querido desmentirlo, tampoco. Sabía que no valdría la pena luchar contra eso y decir que Merlina había sido. Pero, el último día de vacaciones, tenía la prueba perfecta, aunque tampoco la delató; quería continuar la guerra.
—Desapareció la botella de poción Multijugos de Granger —le dijo a Merlina, con la que se había topado en el pasillo del tercer piso —. Y sé que fuiste tú, Merlina, no sigas con...
—Snape, piensa lo que quieras... —dio media vuelta, cansinamente.
—Espera, sólo una cosa, ¿cuál es la cosa viviente a la que más temes?
—Las Ara... —se quedó callada al ver la sonrisa de Snape — ¿para qué quieres saberlo?
—Bueno, me gusta conocer bien a mis colegas. Qué tenga una buena mañana.
Cuando se alejó, Merlina le gritó:
— ¡ODIO CUANDO ME TRATAS DE "USTED"!
— ¡Bueno, Cerdita Parlanchina!
—Grrrr.
Pero luego de eso, no ocurrió nada especial. Salvo que Snape les colocó un cero a todos por no cumplir con sus deberes. Los estudiantes comenzaron a alegarle de que él lo había dicho en su canción cantada en navidad. Él se excusó diciendo que estaba hechizado, y que jamás había querido decir eso. Los demás seguían alegando, y repitiendo las frases de su canción, hasta que él se cansó, y a los pocos que tenían el trabajo hecho —Hermione lo había hecho por si las moscas —, no tuvieron oportunidad, y también les puso un cero. “¡Pero usted nos prometió ponernos una “E”!”, protestaban; bueno, la E, nunca llegó. Y como todavía no se vengaba de Merlina, su humor andaba a flor de piel.
Enero, febrero y marzo transcurrieron como balas, pero fueron unos meses intensivos, tanto para los profesores como para los estudiantes. Los alumnos estaban en el clímax de los deberes y exámenes, y los profesores igual que ellos, pero revisando trabajos. No había profesor que durmiera más que Merlina, lo mismo que los chicos. Harry y Ron estaban apunto de la conmoción, mientras tanto, Hermione estaba con los nervios de punta porque siempre decía que le iba mal. Merlina, no se salvaba. Más deberes para los docentes y estudiantes, más cosas que hacer para ella. Los brazos los tenía muy agarrotados, y eso que siempre se ayudaba con magia. La espalda la tenía tensa, y lo más que necesitaba eran unos buenos masajes.
Pero todo aquello, no era nada con las nuevas cosas que habían ocurrido en esos tres meses. Desde que Snape se había enterado de eso, la insultaba con el doble de frecuencia, y sin importarle quién estuviera adelante, pero seguía exceptuando a los profesores, lo que demostraba que hacia lo que le convenía. Lo peor, no era eso, sino que los de Slytherin habían tomado cartas en el asunto, y cada vez le hacían bromas peores a Merlina, que era lo que la tenía más cansada, ojerosa y sin fuerzas de nada. Aparte de ensuciar las aulas adrede, destruir el mobiliario, y ponerse a jugar en los pasillos con objetos de Zonko, la empujaban, le hacían zancadillas, le echaban maldiciones y le decían groserías. Nada todavía la desesperaba, porque contaba con apoyo: los Gryffindors, aunque eso también le ponía la piel de gallina. Ella, junto con los de ambas casas eran los que más concurrían la enfermería. La cosa estaba así: Merlina contra Snape, Snape y los de Slytherin contra ella, y los de Gryffindor contra los de Slytherin. De cualquier forma, ella era la que tenía más enemigos. A Snape no lo enfrentaban. Y dentro de todo, la situación estaba aún bajo control, aunque los puntos en las casas habían bajado considerablemente. Ninguna casa tenía más de ciento cincuenta puntos; los profesores daban cinco en las clases, y quitaban veinte en los recreos. Por suerte, nadie la culpaba de ello. Todos asumían que los de Slytherin habían visto a Merlina como una persona débil y que había que hacer lo posible para ayudarla, y los de Gryffindor hacían lo posible para mantener a raya la situación. Y Snape se seguía zafando del problema.
No obstante, a pesar de todo, el ambiente estaba demasiado tranquilo, pensaba Merlina. Había pasado tanto tiempo para que Snape se vengara. Pero ella no sabía que Snape estaba esperando el partido de Quidditch Ravenclaw contra Hufflepuff, antes de las vacaciones de Semana santa, para lo que faltaba poquísimo. Para ser exactos, una semana.
Él lo tenía preparado. Gracias a su respuesta de "tenerle temor a las arañas", lo tenía todo, y por eso, esos duros tres meses, en los que se había esforzado el tripe en la docencia, también lo había hecho en una poción Alucinatoria. Era una poción que tardaba tres lunas llenas en hacerse, y de la cual se requería una meticulosidad especial, porque un solo fallo, podría producir la muerte o la locura, y no querría eso. Quería algo de diversión. Esa poción sería potente. Y sólo tenía que pillarla en el instante preciso, cuando se metiera a la ducha... Y lo bueno de esa poción era que no era necesario beberla para surtir efecto. Con solo respirar el vapor que despedía, o echárselo en la piel en contacto directo, sería perfecto. Y resultaría perfecto. Ya vería Merlina.
— ¿Puedo preguntar qué hiciste? —murmuró, apena moviendo los labios, y mirándola amenazadoramente.
Merlina intentó mantener una sonrisa.
— Bueno, lo acabas de hacer, si no te has dado cuenta... —se calló, Snape puso un brazo en la pared, por encima de su cabeza. Por el simple susto de su movimiento súbito, se golpeó en la cabeza.
—No-te-hagas-la-graciosa —dijo con la mandíbula apretada.
—Mira, Severus —aclaró, escabulléndose, y colocándose a distancia, acariciándose el lugar afectado —, no te he hecho nada, así que no veo el porqué de tu violencia.
—No te hice nada —la atajó Severus.
—Bueno, no me gusta la manera en que me miras, y ahora, por tu culpa, me acabo de pegar —declaró Merlina, con total sinceridad.
— ¿Y cómo quieres que te mire? —, dijo, haciendo caso omiso por el golpe. Merlina había agachado la cara, y se había puesto seria. Estaban solos en el oscuro corredor escondido, y se estaba empezando a poner nerviosa. Toda la felicidad se había desaparecido, tal como lo predijo.
—De ninguna manera.
—Cómo, ¿así? —y se acercó a ella para levantarle la cara, con la mano en su barbilla.
Merlina le dio un manotazo, y se echó para atrás.
—Como me entere —dijo estirando el dedo índice — que me ha ocurrido algo, ya sabes que serás tú la perjudicada.
—Yo no te he hecho nada —replicó Merlina, mirando un punto fijo —, y al contrario, yo debería estar muy enojada, porque en el papelón que hiciste anoche, me tomaste en brazos y me pusiste de cabeza, fuiste al vestíbulo y me dejaste tirada allí, y luego escapaste a tu despacho —dijo, lo cual era totalmente mentira.
— ¿Ah, así? ¿Y porqué no lo recuerdo?
—Eso no lo sé. Tomaste algo, comiste algo, no sé.
— Ahá... —se cruzó de brazos —, asumes que le colocaste algo a mi comida.
—No he dicho nada de eso.
—A ver, anda, mírame, y podré saber si dices la verdad o no. Si no me miras, lo tomaré como que tú hiciste... lo que sea que hayas hecho.
—No —dijo Merlina con rotundidad. Y no era porque no quería que supiera la verdad, total, Snape sabía que era ella; lo que no quería hacer era mirarlo, porque sino, podría desmayarse. No sabía, no sabía porqué...
—Bien, como quieras. Tú te lo buscaste y... ¿Dónde vas? No he acabado —pero Merlina ya había desaparecido por la esquina, y había comenzado a correr.
No estaba bien. Ella no estaba bien con Snape. Bueno, eso estaba más claro que el agua, pero había algo raro. ¿Y si...? No. Imposible, eso era imposible... Una locura. Era miedo. Simple, cobarde e irónico como el miedo.
La semana de vacaciones Navideñas pasó volando. Los pocos estudiantes que habían regresado de sus vacaciones, lo hicieron de manera feliz, repletos de novedades, tanto de regalos como de noticias. Merlina había tenido más tiempo de conversar con Harry, Ron y Hermione, que seguían alabándola por su proeza contra Snape.
Snape, por otra parte, se había enterado de todo lo que había hecho mediante la loca boca del profesor Flitwick, quedando en vergüenza en toda la sala de profesores, donde, por suerte, se hallaba ella sacando unas túnicas sucias del armario, para llevarlas a la lavandería. Todos pensaban que había sido él, bajo un hechizo, y Snape no había querido desmentirlo, tampoco. Sabía que no valdría la pena luchar contra eso y decir que Merlina había sido. Pero, el último día de vacaciones, tenía la prueba perfecta, aunque tampoco la delató; quería continuar la guerra.
—Desapareció la botella de poción Multijugos de Granger —le dijo a Merlina, con la que se había topado en el pasillo del tercer piso —. Y sé que fuiste tú, Merlina, no sigas con...
—Snape, piensa lo que quieras... —dio media vuelta, cansinamente.
—Espera, sólo una cosa, ¿cuál es la cosa viviente a la que más temes?
—Las Ara... —se quedó callada al ver la sonrisa de Snape — ¿para qué quieres saberlo?
—Bueno, me gusta conocer bien a mis colegas. Qué tenga una buena mañana.
Cuando se alejó, Merlina le gritó:
— ¡ODIO CUANDO ME TRATAS DE "USTED"!
— ¡Bueno, Cerdita Parlanchina!
—Grrrr.
Pero luego de eso, no ocurrió nada especial. Salvo que Snape les colocó un cero a todos por no cumplir con sus deberes. Los estudiantes comenzaron a alegarle de que él lo había dicho en su canción cantada en navidad. Él se excusó diciendo que estaba hechizado, y que jamás había querido decir eso. Los demás seguían alegando, y repitiendo las frases de su canción, hasta que él se cansó, y a los pocos que tenían el trabajo hecho —Hermione lo había hecho por si las moscas —, no tuvieron oportunidad, y también les puso un cero. “¡Pero usted nos prometió ponernos una “E”!”, protestaban; bueno, la E, nunca llegó. Y como todavía no se vengaba de Merlina, su humor andaba a flor de piel.
Enero, febrero y marzo transcurrieron como balas, pero fueron unos meses intensivos, tanto para los profesores como para los estudiantes. Los alumnos estaban en el clímax de los deberes y exámenes, y los profesores igual que ellos, pero revisando trabajos. No había profesor que durmiera más que Merlina, lo mismo que los chicos. Harry y Ron estaban apunto de la conmoción, mientras tanto, Hermione estaba con los nervios de punta porque siempre decía que le iba mal. Merlina, no se salvaba. Más deberes para los docentes y estudiantes, más cosas que hacer para ella. Los brazos los tenía muy agarrotados, y eso que siempre se ayudaba con magia. La espalda la tenía tensa, y lo más que necesitaba eran unos buenos masajes.
Pero todo aquello, no era nada con las nuevas cosas que habían ocurrido en esos tres meses. Desde que Snape se había enterado de eso, la insultaba con el doble de frecuencia, y sin importarle quién estuviera adelante, pero seguía exceptuando a los profesores, lo que demostraba que hacia lo que le convenía. Lo peor, no era eso, sino que los de Slytherin habían tomado cartas en el asunto, y cada vez le hacían bromas peores a Merlina, que era lo que la tenía más cansada, ojerosa y sin fuerzas de nada. Aparte de ensuciar las aulas adrede, destruir el mobiliario, y ponerse a jugar en los pasillos con objetos de Zonko, la empujaban, le hacían zancadillas, le echaban maldiciones y le decían groserías. Nada todavía la desesperaba, porque contaba con apoyo: los Gryffindors, aunque eso también le ponía la piel de gallina. Ella, junto con los de ambas casas eran los que más concurrían la enfermería. La cosa estaba así: Merlina contra Snape, Snape y los de Slytherin contra ella, y los de Gryffindor contra los de Slytherin. De cualquier forma, ella era la que tenía más enemigos. A Snape no lo enfrentaban. Y dentro de todo, la situación estaba aún bajo control, aunque los puntos en las casas habían bajado considerablemente. Ninguna casa tenía más de ciento cincuenta puntos; los profesores daban cinco en las clases, y quitaban veinte en los recreos. Por suerte, nadie la culpaba de ello. Todos asumían que los de Slytherin habían visto a Merlina como una persona débil y que había que hacer lo posible para ayudarla, y los de Gryffindor hacían lo posible para mantener a raya la situación. Y Snape se seguía zafando del problema.
No obstante, a pesar de todo, el ambiente estaba demasiado tranquilo, pensaba Merlina. Había pasado tanto tiempo para que Snape se vengara. Pero ella no sabía que Snape estaba esperando el partido de Quidditch Ravenclaw contra Hufflepuff, antes de las vacaciones de Semana santa, para lo que faltaba poquísimo. Para ser exactos, una semana.
Él lo tenía preparado. Gracias a su respuesta de "tenerle temor a las arañas", lo tenía todo, y por eso, esos duros tres meses, en los que se había esforzado el tripe en la docencia, también lo había hecho en una poción Alucinatoria. Era una poción que tardaba tres lunas llenas en hacerse, y de la cual se requería una meticulosidad especial, porque un solo fallo, podría producir la muerte o la locura, y no querría eso. Quería algo de diversión. Esa poción sería potente. Y sólo tenía que pillarla en el instante preciso, cuando se metiera a la ducha... Y lo bueno de esa poción era que no era necesario beberla para surtir efecto. Con solo respirar el vapor que despedía, o echárselo en la piel en contacto directo, sería perfecto. Y resultaría perfecto. Ya vería Merlina.
oOo
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Re: En pie de guerra
Capítulo 10: Invasión arácnida
—Mira, mira, ahí viene... —susurró alguien que le sonaba familiar.
Merlina se devolvió y miró por la puerta del aula de donde provenía la voz. Resopló por la nariz, como una yegua furiosa, y entró decidida.
— ¿Qué están tramando?
Draco la miró con cara de perro arrepentido y sus dos gorilones lo imitaron.
—Te he hecho una pregunta —insistió Merlina, mirándole los brazos, que los tenía detrás de su espalda.
—No estamos tramando nada, tía Merlina —contestó Draco.
—Yo diría que sí. Además, son las nueve y media —miró a cada uno —. Deberían estar en sus salas comunes. Y no me hace gracia lo de “tía”.
—No teníamos sueño —contestó Goyle con su voz de idiota.
—Miren ustedes tres —refunfuñó —, ya estoy cansada de sus estupideces. Yo no les hecho nada a ustedes, y no veo el porqué de estar ayudando a Snape con sus bromas pesadas...
—Nosotros actuamos por cuenta propia —se le adelantó Draco —. No nos gustan las sangres sucias como tú.
— A ver, ¿perdón? Soy una autoridad, ¿con quién crees que hablas, enclenque?
—Con nadie —dijo Draco desafiante.
—Pásame lo que tienes en la mano —dijo Merlina arrejuntando paciencia y estirando la mano y agarrando con firmeza la varita.
—No quiero.
—Entrégame eso, si no quieres salir perjudicado.
— Oh, vamos —se burló Draco, cansinamente —, aquí el único que saldrá perjudicado eres tú.
— Una vez más —respiró hondo —, pásame lo que tienes en la mano.
— ¿En serio quieres lo que tengo aquí?
—Sí, ahora, ¡ya!
— ¡Perfecto! —gritó Draco.
Alargó la mano. Allí tenía una especie de revólver de color rojo. Apretó el gatillo, disparó.
— ¿Qué...?
No, una bala no salió, así que no hubo cabeza reventada ni tórax atravesado. Lo que sí salió fue un hilillo negro muy fino, que a medida que era expulsado, se expandía por todos lados. Cuando estuvo a medio metro de Merlina se abrió y resultó ser una malla, la cual le cayó encima, y de una manera u otra logró envolverla. Y todo esto ocurrió en una fracción de segundos.
— ¡Eh, Malfoy! ¿Qué estás...? ¡Aaaaah!
Uno de los hilos se había ido hacia el techo, y por arte de magia, se adhirió allí. Luego se encogió, y dejó a Merlina a dos metros del suelo, atrapada en la red.
— ¡Después de todos, los hermanos de Weasley no son unos idiotas! Su tienda de chascos es perfecta —dijo Draco, entre risas, coreado por sus amigos.
— ¡Bájame de inmediato! —gritó Merlina, sacando el brazo por un espacio y apuntándolo con la varita.
— Mm... No lo creo —negó Draco — ¡Accio varita! —invocó.
La varita de Merlina se le fue de la mano, y fue a parar a la de Draco.
—Creo que pasará la noche aquí, señorita Morgan —susurró, irónicamente, y dejó la varita a los pies de ella —. Dulces sueños.
Y se fue.
—No... —gimió Merlina, agarrándose de la red y apoyando la cabeza en ella —. No puede ser... esto es injusto...
Se sentó como pudo, y al final terminó como en una hamaca. La luz de la antorcha del aula iluminaba poco, y amenazaba con apagarse. Donde no se movía, le estaba entrando frío. Tenía que salir de allí. ¿Pero cómo? Y mañana era el partido de Quidditch de Hufflepuff contra Ravenclaw. Tenía que ir, ¡era el partido contra su casa!, no se podía quedar toda la noche allí. Se paró y empezó a saltar. La cuerda rechinaba, y rebotaba muy poco, porque prácticamente no era elástica. Saltó, saltó, saltó. Brincó durante media hora, sin parar, un record mundial para ella, que jamás en su vida había hecho ejercicios. Se terminó por rendir y se volvió a acostar. Se quedó mirando el techo por un montón de tiempo, pensando en que, hace unos cuantos meses estaba contentísima por regresar a Hogwarts, jurando que no tendría problemas de ningún tipo, que sería amiga de todos los alumnos, los profesores... El sueño ya le estaba comenzando a vencer. No... No se podía quedar dormida tampoco, tenía que...
—Lalari, lalara, a la vieja tonta le gusta por... ¡Ooooh! ¿Qué es eso? ¿Una mosquita atrapada en una telaraña?
— ¡Peeves! —Merlina se sintió más despierta, y se acomodó. Se acarró de la malla y trató de sacar la cabeza. Miró al poltergeist que había llegado al aula, y había tomado una tiza para escribir en la pizarra —Ayúdame por favor, Peeves.
— ¡Nooo! —hizo una fuerte pedorreta y empezó a cantar.
La mosquita muerta pide ayuda
Pero a Peeves le cae mal
Todos le aconsejan que huya
Porque yo la puedo maltratar
Gime y gime la mosca
Muerta de miedo
Pidiendo misericordia
Mostrándome el dedo…
— ¡Peeves, por favor! —le espetó Merlina — Por lo que más quieras... dejaré que mañana le hagas lo que sea a los Slytherin, pero por favor, sácame de aquí.
El poltergeist echó la tiza al cubo de la basura y se aproximó dando tumbos en el aire. La miró con sus pequeños y traviesos ojos.
—En serio, mañana, si quieres, haces picadillos a los de Slytherin.
— ¿A los de Slytherin? ¿Por qué mejor no a todos los estudiantes?
—No, a los de Slytherin —insistió ella.
—Entonces, no te ayudo —decidió y le dio la espalda.
— ¡Está bien, está bien! A los que quieras, pero sácame de aquí... Pero despacio, por favor —rogó.
Peeves ascendió, tomó el hilo del que colgaba la red y lo tiró con fuerza. Merlina ya estaba preparada para darse contra el suelo, pero Peeves la bajó hasta el suelo.
—Si me has dicho una mentirilla, te prometo que quedarás hecha tortilla —la amenazó Peeves.
Merlina recogió su varita que estaba en el suelo, y le sonrió, abrumada.
—Mañana harás lo que quieras... no intervendré...
El poltergeist se fue del aula, y Merlina salió de allí no mucho después.
Suspiró. En el problema que se había metido: todo tenía un costo. Mañana iba a ser un día guerrillero. Si Peeves comenzaba a hacer desorden, la culpa la tendría ella, y quizá esta vez no podría escabullirse del castigo. Y lo peor era que no serían unos pocos... sino que los de todas las casas. Aunque a primera hora tenían el partido, quizá se salvaran, pero en la tarde... No quería ni imaginárselo. Miró la hora: eran las tres de la mañana. Eso significaba que había estado un montón de tiempo en la malla. Maldito Malfoy. No sabía a quién odiaba más: a Snape o a ese bastardo. Al principio todo resultaba muy gracioso, sí, cuando la lucha era entre Snape y ella, pero ahora con la ensalada de serpientes y leones, la cuestión era complicada. Quizá debiera...
De pronto escuchó un leve ruido, cuando había llegado al pasillo de su oficina.
—Lumos —dijo y apuntó hacia el fondo— ¿Hay alguien ahí? No se veía nada, y nadie respondió. Solo las armaduras rechinaban, los cuadros dormían. Pero no había sido ese el ruido que había oído. Se encogió de hombros, al momento que le rugía el estómago.
Decidió bajar a las cocinas para ver si podía conseguir algo de comer.
Su capa hacía demasiado ruido, pero eso no le impidió escuchar los pasos de Merlina. Se escondió en un hueco de la pared. No mucho después una franja de luz alumbró en esa dirección.
— ¿Hay alguien ahí?
Sí, era Merlina. Intentó no respirar, hasta que sus pasos se alejaron. Salió de allí y fue a su despacho. Entró con cuidado, y por suerte no tenía ninguna de sus puertas con llave. ¡Qué descuidada era! Pensaba que él no cobraría venganza.
Entró a su cuarto, y luego al cuarto de baño. Era de mármol blanco, mucho más bien cuidado y elegante que el de él. Prendió las luces y buscó en el aparador la botella de champú. Lo tomó y vació todo su contenido por el drenaje de la tina, que era más grande, y lo que quedaba lo limpió con magia. De su túnica extrajo el frasco de poción Alucinatoria y lo vertió todo. Pesaba mucho menos que con el champú, pero Morgan era tan tonta que no sospecharía por eso.
Cerró la botella y la dejó donde estaba. Se guardó el frasco en el bolsillo nuevamente, apagó las luces, y salió de allí rápidamente.
Finalmente, se acostó en su cama, muy contento, porque de día, Merlina tendría pesadillas.
Cuando llegó a la cocina, se dio cuenta que estaba más hambrienta de lo normal, así que estuvo unas cuantas horas probando los bocados que los elfos le ofrecían muy amablemente y con toda devoción. Sabía que no debería estar allí sentada, y disfrutando, pero se lo merecía por tener a medio mundo en contra de ella. A final de cuentas, cuando volvió, cerca de las seis, a dar sus vueltas y a realizar una que otra limpieza, se dio cuenta que todo estaba en orden. A las ocho todos estaban ya levantando, dirigiéndose a desayunar, ya que a las nueve comenzaba el partido. Ella no tenía hambre, así que se iría a su despacho, pero antes de dar un paso hacia esa dirección, Harry, Ron y Hermione la alcanzaron; iban corriendo.
— ¡Hola! ¿Cómo están?
— Muy bien, aunque tuvimos que esquivar a Peeves, que estaba lanzando babosas por el aire—contestó Ron.
— Y desenroscando una de las lámparas —agregó Harry.
— Y tirando las alfombras para que los estudiantes caigan mientras caminan sobre ella ¿Quieres desayunar con nosotros, Merlina? —invitó Hermione.
—Mmm... Ya comí, pero les haré compañía unos minutos.
Entró con ellos al Gran comedor y se sentó, intentando pasar desapercibida, en la mesa de Gryffindor.
— ¿Por qué Snape te mira con tanta atención? —indagó Harry —. Parece enojado.
Merlina prefirió no dirigir sus ojos hacia allá.
— Harry —dijo —, ¿desde cuándo Snape me mira con ojos de ternura? Siempre está enojado. Y quizá lo esté por lo que me pasó anoche.
— ¿Qué cosa?
—Bueno, ni se lo imaginan; Draco me tendió una trampa —y explicó lo ocurrido con su banda y con Peeves —. Así que es mi culpa que Peeves esté haciendo de las suyas. Pero estoy segura que Snape está detrás de todo eso, no sé, maneja como quiere a los de Slytherin, y quizá esperara que me quedara atrapada en la red para siempre.
— ¿Y qué hiciste respecto a Malfoy?
— Nada, ¿qué saco con hacer algo ahora? Da igual, Hermione —dijo Merlina, abatida —. Esto va a seguir así hasta fin de año. Menos mal que no falta tanto. ¿Qué hora es?
Hermione miró su reloj de pulsera.
—Son quince para las nueve.
— ¡Oh! Es mejor que me vaya, quiero darme un baño antes de bajar a ver el partido —se puso en pie —. ¡Los veo en las gradas!
Corrió hasta su oficina. No quería perderse detalle. Ya había visto los partidos anteriores, pero más le emocionaba que jugara Ravenclaw.
Entró al baño, y mientras se desvestía, llenaba la tina con agua tibia. Se metió y se remojó un par de minutos. Tomó la botella de champú.
—Vaya... —susurró —. Pensé que me quedaba más.
Lo destapó, cerró los ojos —por costumbre, para que no le entrara a los globos oculares —, y puso la botella boca abajo y vació el contenido, que se fue de golpe a la cabeza.
"¡A esta cosa le entró agua!" pensó, porque pensó que estaba, más que líquida. Se puso las manos en la cabeza y se comenzó a restregar, pero algo no marchaba bien: no hacía espuma.
Sin abrir los ojos todavía, se sumergió en el agua y se sacó lo que tenía en la cabeza. Volvió a salir a superficie y abrió los ojos.
Ni siquiera tuvo el ánimo de gritar. Lo que veía era tan espantoso, que se le fueron todas las fuerzas. Su ritmo cardíaco había ascendido en una fracción de segundos. El agua estaba llena de arañas muertas, y algunas no tan muertas que pataleaban. Se paró, desmayada, y salió de la tina, resbalando. Sintió que sus pies pisaban más arañas. Su respiración se entrecortaba. Agarró la toalla blanca sin mirarla para no comprobar si tenía de estos bichejos, y se la envolvió en el cuerpo. Miró las paredes. Todas tenían telarañas llenas de arañas repugnantes, peludas...
—Auxilio... —susurró, sintiendo que sus piernas flaqueaban.
Tenía que buscar ayuda. Tenía que irse de allí. Salió del cuarto de baño, y fue peor. Su cama estaba repleta de más arañas, y el suelo también, en realidad, todo. Se echó hacia atrás, chocando con la pared, con ganas de llorar, pero lágrimas no le salían. En su espalda se reventaron unas cuantas.
— ¡Aaaah! —gritó con un poco más de fuerza, y se despegó de allí, sintiendo que en cualquier momento le daría una taquicardia.
Corrió con los pies descalzos, traspasando la puerta de su habitación y la de su oficina, de la que pudo rescatar que estaba tan llena de arañas como los otros lugares.
Los pasillos... No, eso debía ser una pesadilla. Era imposible estar en un lugar tan repleto de arañas. Tenía que ser pesadilla, pero de las peores que había tenido. De todas maneras, se dedicó a seguir corriendo.
Tropezó tres veces, quedando llena de arañas que le picaban el cuerpo. Sus rodillas estaban llenas de sangre producto del rasmillón, y su respiración era entrecortada. Se puso en pie y siguió corriendo.
De pronto sintió un ruido de pinzas. Miró hacia arriba y vio una araña gigante que volaba. ¿Volaba? Eso era ridículo, pero esa cosa estaba chasqueando las pinzas y se acercaba hacia ella.
—No..., vete... —susurró, casi sin voz.
Llegó al vestíbulo, bajó las escaleras, y abrió la puerta de roble como pudo. Los terrenos, ¡todo!, lleno de arañas.
—No, por favor... quiero despertar... —dijo al aire.
Si eso era un sueño, daba lo mismo lo que hiciera. Ni siquiera sentía el frío que hacía, y solo la toalla la tapaba, pero sus hombros estaban desnudos. Todavía sentía que le caminaban éstas por su cuerpo.
Volvió a correr hacia el estadio, donde se escuchaban... Se escuchaban... No, no podía ser. Corrió, desesperada, sintiendo como las plantas de sus pies pisaban arañas, tropezando por cuarta vez y volviendo a incorporarse, rogando para que ninguna le picara.
Llegó al estadio, entró por la puerta, y corrió hacia la cancha. Y esa sí que fue la peor visión de su vida. Qué pesadilla más espantosa. No se había equivocado, eran ruidos de pinzas los que había escuchado. Cada asiento de las gradas estaba ocupado por una acromántula, y todas se movían con brío, chasqueando las patas, las pinzas, todo. Sus ojos rojos se dirigían hacia ella. Miró hacia el cielo. Catorce arañas sobre escobas, que se pasaban una araña más pequeña de un lado a otro y la metían por un aro de gol. Pero pronto dejaron de jugar, y la araña-quaffle cayó a su lado. Las arañas estaban excitadas, se movían desesperadas... Y ella ya no dio más. Se cayó al suelo, quedando inconsciente.
—Mira, mira, ahí viene... —susurró alguien que le sonaba familiar.
Merlina se devolvió y miró por la puerta del aula de donde provenía la voz. Resopló por la nariz, como una yegua furiosa, y entró decidida.
— ¿Qué están tramando?
Draco la miró con cara de perro arrepentido y sus dos gorilones lo imitaron.
—Te he hecho una pregunta —insistió Merlina, mirándole los brazos, que los tenía detrás de su espalda.
—No estamos tramando nada, tía Merlina —contestó Draco.
—Yo diría que sí. Además, son las nueve y media —miró a cada uno —. Deberían estar en sus salas comunes. Y no me hace gracia lo de “tía”.
—No teníamos sueño —contestó Goyle con su voz de idiota.
—Miren ustedes tres —refunfuñó —, ya estoy cansada de sus estupideces. Yo no les hecho nada a ustedes, y no veo el porqué de estar ayudando a Snape con sus bromas pesadas...
—Nosotros actuamos por cuenta propia —se le adelantó Draco —. No nos gustan las sangres sucias como tú.
— A ver, ¿perdón? Soy una autoridad, ¿con quién crees que hablas, enclenque?
—Con nadie —dijo Draco desafiante.
—Pásame lo que tienes en la mano —dijo Merlina arrejuntando paciencia y estirando la mano y agarrando con firmeza la varita.
—No quiero.
—Entrégame eso, si no quieres salir perjudicado.
— Oh, vamos —se burló Draco, cansinamente —, aquí el único que saldrá perjudicado eres tú.
— Una vez más —respiró hondo —, pásame lo que tienes en la mano.
— ¿En serio quieres lo que tengo aquí?
—Sí, ahora, ¡ya!
— ¡Perfecto! —gritó Draco.
Alargó la mano. Allí tenía una especie de revólver de color rojo. Apretó el gatillo, disparó.
— ¿Qué...?
No, una bala no salió, así que no hubo cabeza reventada ni tórax atravesado. Lo que sí salió fue un hilillo negro muy fino, que a medida que era expulsado, se expandía por todos lados. Cuando estuvo a medio metro de Merlina se abrió y resultó ser una malla, la cual le cayó encima, y de una manera u otra logró envolverla. Y todo esto ocurrió en una fracción de segundos.
— ¡Eh, Malfoy! ¿Qué estás...? ¡Aaaaah!
Uno de los hilos se había ido hacia el techo, y por arte de magia, se adhirió allí. Luego se encogió, y dejó a Merlina a dos metros del suelo, atrapada en la red.
— ¡Después de todos, los hermanos de Weasley no son unos idiotas! Su tienda de chascos es perfecta —dijo Draco, entre risas, coreado por sus amigos.
— ¡Bájame de inmediato! —gritó Merlina, sacando el brazo por un espacio y apuntándolo con la varita.
— Mm... No lo creo —negó Draco — ¡Accio varita! —invocó.
La varita de Merlina se le fue de la mano, y fue a parar a la de Draco.
—Creo que pasará la noche aquí, señorita Morgan —susurró, irónicamente, y dejó la varita a los pies de ella —. Dulces sueños.
Y se fue.
—No... —gimió Merlina, agarrándose de la red y apoyando la cabeza en ella —. No puede ser... esto es injusto...
Se sentó como pudo, y al final terminó como en una hamaca. La luz de la antorcha del aula iluminaba poco, y amenazaba con apagarse. Donde no se movía, le estaba entrando frío. Tenía que salir de allí. ¿Pero cómo? Y mañana era el partido de Quidditch de Hufflepuff contra Ravenclaw. Tenía que ir, ¡era el partido contra su casa!, no se podía quedar toda la noche allí. Se paró y empezó a saltar. La cuerda rechinaba, y rebotaba muy poco, porque prácticamente no era elástica. Saltó, saltó, saltó. Brincó durante media hora, sin parar, un record mundial para ella, que jamás en su vida había hecho ejercicios. Se terminó por rendir y se volvió a acostar. Se quedó mirando el techo por un montón de tiempo, pensando en que, hace unos cuantos meses estaba contentísima por regresar a Hogwarts, jurando que no tendría problemas de ningún tipo, que sería amiga de todos los alumnos, los profesores... El sueño ya le estaba comenzando a vencer. No... No se podía quedar dormida tampoco, tenía que...
—Lalari, lalara, a la vieja tonta le gusta por... ¡Ooooh! ¿Qué es eso? ¿Una mosquita atrapada en una telaraña?
— ¡Peeves! —Merlina se sintió más despierta, y se acomodó. Se acarró de la malla y trató de sacar la cabeza. Miró al poltergeist que había llegado al aula, y había tomado una tiza para escribir en la pizarra —Ayúdame por favor, Peeves.
— ¡Nooo! —hizo una fuerte pedorreta y empezó a cantar.
La mosquita muerta pide ayuda
Pero a Peeves le cae mal
Todos le aconsejan que huya
Porque yo la puedo maltratar
Gime y gime la mosca
Muerta de miedo
Pidiendo misericordia
Mostrándome el dedo…
— ¡Peeves, por favor! —le espetó Merlina — Por lo que más quieras... dejaré que mañana le hagas lo que sea a los Slytherin, pero por favor, sácame de aquí.
El poltergeist echó la tiza al cubo de la basura y se aproximó dando tumbos en el aire. La miró con sus pequeños y traviesos ojos.
—En serio, mañana, si quieres, haces picadillos a los de Slytherin.
— ¿A los de Slytherin? ¿Por qué mejor no a todos los estudiantes?
—No, a los de Slytherin —insistió ella.
—Entonces, no te ayudo —decidió y le dio la espalda.
— ¡Está bien, está bien! A los que quieras, pero sácame de aquí... Pero despacio, por favor —rogó.
Peeves ascendió, tomó el hilo del que colgaba la red y lo tiró con fuerza. Merlina ya estaba preparada para darse contra el suelo, pero Peeves la bajó hasta el suelo.
—Si me has dicho una mentirilla, te prometo que quedarás hecha tortilla —la amenazó Peeves.
Merlina recogió su varita que estaba en el suelo, y le sonrió, abrumada.
—Mañana harás lo que quieras... no intervendré...
El poltergeist se fue del aula, y Merlina salió de allí no mucho después.
Suspiró. En el problema que se había metido: todo tenía un costo. Mañana iba a ser un día guerrillero. Si Peeves comenzaba a hacer desorden, la culpa la tendría ella, y quizá esta vez no podría escabullirse del castigo. Y lo peor era que no serían unos pocos... sino que los de todas las casas. Aunque a primera hora tenían el partido, quizá se salvaran, pero en la tarde... No quería ni imaginárselo. Miró la hora: eran las tres de la mañana. Eso significaba que había estado un montón de tiempo en la malla. Maldito Malfoy. No sabía a quién odiaba más: a Snape o a ese bastardo. Al principio todo resultaba muy gracioso, sí, cuando la lucha era entre Snape y ella, pero ahora con la ensalada de serpientes y leones, la cuestión era complicada. Quizá debiera...
De pronto escuchó un leve ruido, cuando había llegado al pasillo de su oficina.
—Lumos —dijo y apuntó hacia el fondo— ¿Hay alguien ahí? No se veía nada, y nadie respondió. Solo las armaduras rechinaban, los cuadros dormían. Pero no había sido ese el ruido que había oído. Se encogió de hombros, al momento que le rugía el estómago.
Decidió bajar a las cocinas para ver si podía conseguir algo de comer.
Su capa hacía demasiado ruido, pero eso no le impidió escuchar los pasos de Merlina. Se escondió en un hueco de la pared. No mucho después una franja de luz alumbró en esa dirección.
— ¿Hay alguien ahí?
Sí, era Merlina. Intentó no respirar, hasta que sus pasos se alejaron. Salió de allí y fue a su despacho. Entró con cuidado, y por suerte no tenía ninguna de sus puertas con llave. ¡Qué descuidada era! Pensaba que él no cobraría venganza.
Entró a su cuarto, y luego al cuarto de baño. Era de mármol blanco, mucho más bien cuidado y elegante que el de él. Prendió las luces y buscó en el aparador la botella de champú. Lo tomó y vació todo su contenido por el drenaje de la tina, que era más grande, y lo que quedaba lo limpió con magia. De su túnica extrajo el frasco de poción Alucinatoria y lo vertió todo. Pesaba mucho menos que con el champú, pero Morgan era tan tonta que no sospecharía por eso.
Cerró la botella y la dejó donde estaba. Se guardó el frasco en el bolsillo nuevamente, apagó las luces, y salió de allí rápidamente.
Finalmente, se acostó en su cama, muy contento, porque de día, Merlina tendría pesadillas.
Cuando llegó a la cocina, se dio cuenta que estaba más hambrienta de lo normal, así que estuvo unas cuantas horas probando los bocados que los elfos le ofrecían muy amablemente y con toda devoción. Sabía que no debería estar allí sentada, y disfrutando, pero se lo merecía por tener a medio mundo en contra de ella. A final de cuentas, cuando volvió, cerca de las seis, a dar sus vueltas y a realizar una que otra limpieza, se dio cuenta que todo estaba en orden. A las ocho todos estaban ya levantando, dirigiéndose a desayunar, ya que a las nueve comenzaba el partido. Ella no tenía hambre, así que se iría a su despacho, pero antes de dar un paso hacia esa dirección, Harry, Ron y Hermione la alcanzaron; iban corriendo.
— ¡Hola! ¿Cómo están?
— Muy bien, aunque tuvimos que esquivar a Peeves, que estaba lanzando babosas por el aire—contestó Ron.
— Y desenroscando una de las lámparas —agregó Harry.
— Y tirando las alfombras para que los estudiantes caigan mientras caminan sobre ella ¿Quieres desayunar con nosotros, Merlina? —invitó Hermione.
—Mmm... Ya comí, pero les haré compañía unos minutos.
Entró con ellos al Gran comedor y se sentó, intentando pasar desapercibida, en la mesa de Gryffindor.
— ¿Por qué Snape te mira con tanta atención? —indagó Harry —. Parece enojado.
Merlina prefirió no dirigir sus ojos hacia allá.
— Harry —dijo —, ¿desde cuándo Snape me mira con ojos de ternura? Siempre está enojado. Y quizá lo esté por lo que me pasó anoche.
— ¿Qué cosa?
—Bueno, ni se lo imaginan; Draco me tendió una trampa —y explicó lo ocurrido con su banda y con Peeves —. Así que es mi culpa que Peeves esté haciendo de las suyas. Pero estoy segura que Snape está detrás de todo eso, no sé, maneja como quiere a los de Slytherin, y quizá esperara que me quedara atrapada en la red para siempre.
— ¿Y qué hiciste respecto a Malfoy?
— Nada, ¿qué saco con hacer algo ahora? Da igual, Hermione —dijo Merlina, abatida —. Esto va a seguir así hasta fin de año. Menos mal que no falta tanto. ¿Qué hora es?
Hermione miró su reloj de pulsera.
—Son quince para las nueve.
— ¡Oh! Es mejor que me vaya, quiero darme un baño antes de bajar a ver el partido —se puso en pie —. ¡Los veo en las gradas!
Corrió hasta su oficina. No quería perderse detalle. Ya había visto los partidos anteriores, pero más le emocionaba que jugara Ravenclaw.
Entró al baño, y mientras se desvestía, llenaba la tina con agua tibia. Se metió y se remojó un par de minutos. Tomó la botella de champú.
—Vaya... —susurró —. Pensé que me quedaba más.
Lo destapó, cerró los ojos —por costumbre, para que no le entrara a los globos oculares —, y puso la botella boca abajo y vació el contenido, que se fue de golpe a la cabeza.
"¡A esta cosa le entró agua!" pensó, porque pensó que estaba, más que líquida. Se puso las manos en la cabeza y se comenzó a restregar, pero algo no marchaba bien: no hacía espuma.
Sin abrir los ojos todavía, se sumergió en el agua y se sacó lo que tenía en la cabeza. Volvió a salir a superficie y abrió los ojos.
Ni siquiera tuvo el ánimo de gritar. Lo que veía era tan espantoso, que se le fueron todas las fuerzas. Su ritmo cardíaco había ascendido en una fracción de segundos. El agua estaba llena de arañas muertas, y algunas no tan muertas que pataleaban. Se paró, desmayada, y salió de la tina, resbalando. Sintió que sus pies pisaban más arañas. Su respiración se entrecortaba. Agarró la toalla blanca sin mirarla para no comprobar si tenía de estos bichejos, y se la envolvió en el cuerpo. Miró las paredes. Todas tenían telarañas llenas de arañas repugnantes, peludas...
—Auxilio... —susurró, sintiendo que sus piernas flaqueaban.
Tenía que buscar ayuda. Tenía que irse de allí. Salió del cuarto de baño, y fue peor. Su cama estaba repleta de más arañas, y el suelo también, en realidad, todo. Se echó hacia atrás, chocando con la pared, con ganas de llorar, pero lágrimas no le salían. En su espalda se reventaron unas cuantas.
— ¡Aaaah! —gritó con un poco más de fuerza, y se despegó de allí, sintiendo que en cualquier momento le daría una taquicardia.
Corrió con los pies descalzos, traspasando la puerta de su habitación y la de su oficina, de la que pudo rescatar que estaba tan llena de arañas como los otros lugares.
Los pasillos... No, eso debía ser una pesadilla. Era imposible estar en un lugar tan repleto de arañas. Tenía que ser pesadilla, pero de las peores que había tenido. De todas maneras, se dedicó a seguir corriendo.
Tropezó tres veces, quedando llena de arañas que le picaban el cuerpo. Sus rodillas estaban llenas de sangre producto del rasmillón, y su respiración era entrecortada. Se puso en pie y siguió corriendo.
De pronto sintió un ruido de pinzas. Miró hacia arriba y vio una araña gigante que volaba. ¿Volaba? Eso era ridículo, pero esa cosa estaba chasqueando las pinzas y se acercaba hacia ella.
—No..., vete... —susurró, casi sin voz.
Llegó al vestíbulo, bajó las escaleras, y abrió la puerta de roble como pudo. Los terrenos, ¡todo!, lleno de arañas.
—No, por favor... quiero despertar... —dijo al aire.
Si eso era un sueño, daba lo mismo lo que hiciera. Ni siquiera sentía el frío que hacía, y solo la toalla la tapaba, pero sus hombros estaban desnudos. Todavía sentía que le caminaban éstas por su cuerpo.
Volvió a correr hacia el estadio, donde se escuchaban... Se escuchaban... No, no podía ser. Corrió, desesperada, sintiendo como las plantas de sus pies pisaban arañas, tropezando por cuarta vez y volviendo a incorporarse, rogando para que ninguna le picara.
Llegó al estadio, entró por la puerta, y corrió hacia la cancha. Y esa sí que fue la peor visión de su vida. Qué pesadilla más espantosa. No se había equivocado, eran ruidos de pinzas los que había escuchado. Cada asiento de las gradas estaba ocupado por una acromántula, y todas se movían con brío, chasqueando las patas, las pinzas, todo. Sus ojos rojos se dirigían hacia ella. Miró hacia el cielo. Catorce arañas sobre escobas, que se pasaban una araña más pequeña de un lado a otro y la metían por un aro de gol. Pero pronto dejaron de jugar, y la araña-quaffle cayó a su lado. Las arañas estaban excitadas, se movían desesperadas... Y ella ya no dio más. Se cayó al suelo, quedando inconsciente.
Continúa...
F_J__Slytherin-
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Re: En pie de guerra
Continuación Capítulo 10:
Todos en el estadio estaban gritando cosas, riéndose de Merlina que había aparecido de la nada, con el pelo estilando, y envuelta en una toalla, con cara de terror, y más blanca que un papel. Todos se burlaban, excepto los muchachos y los profesores. Hermione se cubría la boca, horrorizada, y junto con Ron y Hermione bajaban a su encuentro. Dumbledore, junto con Severus —a quien le temblaba un labio y estaba extrañamente pálido— y Minerva, también.
— ¡Merlina, Merlina! —gritaron los chicos, llegando antes que los docentes. Hermione apartó la quaffle que estaba a su lado y la zarandeó del hombro, pero Merlina no despertaba.
—Permítame, Señorita Granger —dijo Dumbledore agachándose a su lado y tomándole el pulso. Estaba viva, pero parecía más débil que nunca. Los labios los tenía morados.
Los jugadores habían descendido de sus escobas, y todos miraban con atención, formando un círculo al rededor del grupo. Los demás estudiantes y profesores bajaban de las gradas, también hacia allá.
— ¿Qué le ha ocurrido, Albus? —preguntó McGonagall, con los labios tensos.
— No lo sé —susurró, abriéndole los párpados para verle los ojos.
—Quizá haya sido hechizada —sugirió Snape —, o simplemente haya llegado acá para llamar la atención, en estas condiciones, semidesnuda...
— Merlina no haría algo así —dijo Minerva, con rotundidad, mirando ceñuda a Snape.
—Bueno, últimamente ha cambiado bastante, Minerva —dijo con ironía.
—Basta —espetó Albus —. Eso lo veremos después. Ahora hay que llevarla a enfermería, tiene la temperatura baja. Severus, hazme el favor de prestarme tu capa.
Snape se sacó la túnica y se la entregó. Dumbledore, con un movimiento de la varita, se la puso a Merlina, y con otro movimiento de varita, hizo aparecer una camilla, y la subió allí.
—Minerva, llévala a enfermería, por favor —ordenó—. Severus, impón orden y reanuda el partido. Pide ayuda a Rolanda. Yo iré a averiguar qué le ocurrió.
Los tres partieron en diferentes direcciones. Snape se puso a hablar con Madame Hooch, y luego ambos empezaron a dirigir a los jugadores y a los espectadores para que recuperaran sus puestos.
Minerva se separó de Dumbledore en el castillo, ella llevó a Merlina hasta la torre de enfermería, y él se dirigió al despacho de la joven.
Minerva depositó a Merlina sobre la camilla y llamó a Poppy, quien la atendió de inmediato.
Lentamente abrió los ojos. Alguien caminaba de aquí allá. Luego le tomaban la mano. Después le tocaban el cuello y le abrían la boca. Le echaron tres gotas de algo muy dulce. Se las tragó, al momento que le abrían el párpado. Movió el ojo, distinguiendo una figura femenina ante ella.
—Por fin despertaste —dijo la voz de Madam Pomfrey. Merlina abrió los dos ojos.
Merlina abrió la boca, pero se dio cuenta que no podía hablar.
—Sí, es mejor que no hables. Llevas aquí una semana.
— ¿Q-Qué? —tartamudeó, apenas, sentándose en la cama.
—Sí, lo que oyes. Por lo que me dijo Dumbledore, algún gracioso te puso una poción Alucinatoria extremadamente fuerte en la botella del champú —narró —. Eso es peligrosísimo —añadió —, tanto el hacer la poción, como la reacción en la persona. El que hizo la poción tuvo suerte de no equivocarse al mezclar los ingredientes, porque podrías haber quedado con secuelas, o simplemente haber muerto. Y te podría haber dado, de todas maneras, un ataque al corazón. Y por eso has estado aquí tanto tiempo, porque sufriste un cansancio mental y físico en muy poco tiempo.
"El que hizo la poción tuvo suerte de no equivocarse al mezclar los ingredientes". Snape. Él había sido. Merlina cerró los ojos con fuerza, evitando estallar allí, para no gastar más fuerza. El corazón le latía con fuerza, y se había puesto colorada.
— ¿Qué ocurre? Dios mío, creo que te ha subido la presión.
Pomfrey le hizo beber agua y una poción para no tener pesadillas. Luego, la obligó a recostarse otra vez.
—Es mejor que descanses. De aquí no saldrás hasta que estés sana —dijo la enfermera con severidad —. Dumbledore querrá que vuelvas a tu trabajo en buenas condiciones.
Merlina asintió, exasperada, pero en seguida se quedó dormida.
La joven salió de la enfermería cuatro días después, completamente sana. En definitiva se había perdido las vacaciones de Semana Santa, y mayo había hecho su llegada con una temperatura un poco más agradable. Todavía andaba un poco paranoica y miraba el suelo y paredes con recelo. Y cuando se había vestido con su propia ropa, también la había revisado meticulosamente. Pero sabía que jamás había sido real. Ni siquiera un sueño, pero era un trauma tremendo. Y tampoco sabía si enfrentar a Snape. Era indescriptible la ira que sentía contra él.
— ¡Merlina! —dijeron unas voces. Miró hacia atrás. Los chicos corrían hacia ella.
—Fuimos a buscarte a enfermería, y Madam Pomfrey nos dijo que ya habías salido —avisó Hermione.
—Sí..., ya era hora. ¿Qué tal las vacaciones?
—Buenas —respondió Harry.
—Las pasamos en mi casa —contó Ron.
—Fantástico. Bueno, muchachos, es mejor que comience mi trabajo, así que... —comenzó a decir desganada.
—No —intervino Harry —. En realidad estamos aquí porque Dumbledore te mandó a llamar.
— ¿Ah así? —indagó, arqueando las cejas.
—Sí —corroboró Ron —. Se veía preocupado...
—Bien. Entonces, voy para allá.
Les dedicó un gesto con la mano, y cruzó hacia el otro extremo del castillo para ir al despacho de Dumbledore.
—Bombones de menta —le dijo a la gárgola con voz desganada, quien le hizo el paso por la escalera de caracol.
Subió y tocó la puerta.
—Adelante.
Merlina entró, y estuvo apunto de devolverse, pero Dumbledore le volvió a hablar.
—Quiero que te sientes, por favor —insistió.
Merlina caminó, alicaída, evitando mirar a Snape, que estaba en el asiento contiguo al que iba a ocupar ella, al frente del de Dumbledore. Ambos parecían incómodos. Dumbledore estaba relajado, aunque algo serio.
—Bien. Supongo que saben porque están aquí.
—Señor director, si me permitiera... —comenzó Severus, dándose aires de superioridad.
—Severus —dijo Albus, en tono de advertencia. Snape se calló.
Merlina miró al director, pero no contestó.
—Vamos, que alguien comience —alentó Dumbledore —. No quiero quedarme hasta la noche intentando sonsacarle alguna información.
—Snape empezó todo —se adelantó Merlina, en voz baja.
—Eso es mentira.
—Es verdad, ese día en la lechucería, cuando yo...
—No tiene nada que ver eso, tú empezaste cuando entraste a mi cuarto para teñirme de verde y...
—Pero tú no tienes pruebas de nada...
—Y tú tampoco, ya...
—Escúchenme los dos —indicó Dumbledore enérgicamente, incorporándose —. Ahora no sacamos nada con discutir quién comenzó primero todo esto. Lo quiero dejarles en claro es que deben dejar estas mañas. Realmente es decepcionante la conducta que han tenido, y han formado muchos revuelos en el colegio. Tú, Merlina, tuviste a Peeves una semana haciéndoles daño a los estudiantes, sacando en cara que tú le habías dicho que “mañana podría hacer lo que quisiera”. Y tú, Severus —hizo una pausa, y Snape miró a Dumbledore, con una rara expresión de debilidad —, casi matas a Merlina.
Ninguno de los dos dijo nada.
—Al principio fue todo gracioso, pero han llegado demasiado lejos. Hay que comenzar de cero, y no le estoy diciendo que dejen atrás su enemistad, sino que dejen congelado lo demás, e intenten llevar una relación decente. Dense la mano, por favor.
Merlina se paró de golpe.
—Yo no voy a darle la mano a él —alegó.
—Lo harás, Merlina —dijo Albus con suavidad, pero en sus ojos se vio un destello.
La muchacha puso los ojos en blanco y miró hacia Severus, que permanecía sentado. Merlina estiró el brazo, y el hombre le cogió la mano. Un segundo duró el apretón, o más bien, el roce de manos.
—Bien. Pueden retirarse.
Todos en el estadio estaban gritando cosas, riéndose de Merlina que había aparecido de la nada, con el pelo estilando, y envuelta en una toalla, con cara de terror, y más blanca que un papel. Todos se burlaban, excepto los muchachos y los profesores. Hermione se cubría la boca, horrorizada, y junto con Ron y Hermione bajaban a su encuentro. Dumbledore, junto con Severus —a quien le temblaba un labio y estaba extrañamente pálido— y Minerva, también.
— ¡Merlina, Merlina! —gritaron los chicos, llegando antes que los docentes. Hermione apartó la quaffle que estaba a su lado y la zarandeó del hombro, pero Merlina no despertaba.
—Permítame, Señorita Granger —dijo Dumbledore agachándose a su lado y tomándole el pulso. Estaba viva, pero parecía más débil que nunca. Los labios los tenía morados.
Los jugadores habían descendido de sus escobas, y todos miraban con atención, formando un círculo al rededor del grupo. Los demás estudiantes y profesores bajaban de las gradas, también hacia allá.
— ¿Qué le ha ocurrido, Albus? —preguntó McGonagall, con los labios tensos.
— No lo sé —susurró, abriéndole los párpados para verle los ojos.
—Quizá haya sido hechizada —sugirió Snape —, o simplemente haya llegado acá para llamar la atención, en estas condiciones, semidesnuda...
— Merlina no haría algo así —dijo Minerva, con rotundidad, mirando ceñuda a Snape.
—Bueno, últimamente ha cambiado bastante, Minerva —dijo con ironía.
—Basta —espetó Albus —. Eso lo veremos después. Ahora hay que llevarla a enfermería, tiene la temperatura baja. Severus, hazme el favor de prestarme tu capa.
Snape se sacó la túnica y se la entregó. Dumbledore, con un movimiento de la varita, se la puso a Merlina, y con otro movimiento de varita, hizo aparecer una camilla, y la subió allí.
—Minerva, llévala a enfermería, por favor —ordenó—. Severus, impón orden y reanuda el partido. Pide ayuda a Rolanda. Yo iré a averiguar qué le ocurrió.
Los tres partieron en diferentes direcciones. Snape se puso a hablar con Madame Hooch, y luego ambos empezaron a dirigir a los jugadores y a los espectadores para que recuperaran sus puestos.
Minerva se separó de Dumbledore en el castillo, ella llevó a Merlina hasta la torre de enfermería, y él se dirigió al despacho de la joven.
Minerva depositó a Merlina sobre la camilla y llamó a Poppy, quien la atendió de inmediato.
Lentamente abrió los ojos. Alguien caminaba de aquí allá. Luego le tomaban la mano. Después le tocaban el cuello y le abrían la boca. Le echaron tres gotas de algo muy dulce. Se las tragó, al momento que le abrían el párpado. Movió el ojo, distinguiendo una figura femenina ante ella.
—Por fin despertaste —dijo la voz de Madam Pomfrey. Merlina abrió los dos ojos.
Merlina abrió la boca, pero se dio cuenta que no podía hablar.
—Sí, es mejor que no hables. Llevas aquí una semana.
— ¿Q-Qué? —tartamudeó, apenas, sentándose en la cama.
—Sí, lo que oyes. Por lo que me dijo Dumbledore, algún gracioso te puso una poción Alucinatoria extremadamente fuerte en la botella del champú —narró —. Eso es peligrosísimo —añadió —, tanto el hacer la poción, como la reacción en la persona. El que hizo la poción tuvo suerte de no equivocarse al mezclar los ingredientes, porque podrías haber quedado con secuelas, o simplemente haber muerto. Y te podría haber dado, de todas maneras, un ataque al corazón. Y por eso has estado aquí tanto tiempo, porque sufriste un cansancio mental y físico en muy poco tiempo.
"El que hizo la poción tuvo suerte de no equivocarse al mezclar los ingredientes". Snape. Él había sido. Merlina cerró los ojos con fuerza, evitando estallar allí, para no gastar más fuerza. El corazón le latía con fuerza, y se había puesto colorada.
— ¿Qué ocurre? Dios mío, creo que te ha subido la presión.
Pomfrey le hizo beber agua y una poción para no tener pesadillas. Luego, la obligó a recostarse otra vez.
—Es mejor que descanses. De aquí no saldrás hasta que estés sana —dijo la enfermera con severidad —. Dumbledore querrá que vuelvas a tu trabajo en buenas condiciones.
Merlina asintió, exasperada, pero en seguida se quedó dormida.
La joven salió de la enfermería cuatro días después, completamente sana. En definitiva se había perdido las vacaciones de Semana Santa, y mayo había hecho su llegada con una temperatura un poco más agradable. Todavía andaba un poco paranoica y miraba el suelo y paredes con recelo. Y cuando se había vestido con su propia ropa, también la había revisado meticulosamente. Pero sabía que jamás había sido real. Ni siquiera un sueño, pero era un trauma tremendo. Y tampoco sabía si enfrentar a Snape. Era indescriptible la ira que sentía contra él.
— ¡Merlina! —dijeron unas voces. Miró hacia atrás. Los chicos corrían hacia ella.
—Fuimos a buscarte a enfermería, y Madam Pomfrey nos dijo que ya habías salido —avisó Hermione.
—Sí..., ya era hora. ¿Qué tal las vacaciones?
—Buenas —respondió Harry.
—Las pasamos en mi casa —contó Ron.
—Fantástico. Bueno, muchachos, es mejor que comience mi trabajo, así que... —comenzó a decir desganada.
—No —intervino Harry —. En realidad estamos aquí porque Dumbledore te mandó a llamar.
— ¿Ah así? —indagó, arqueando las cejas.
—Sí —corroboró Ron —. Se veía preocupado...
—Bien. Entonces, voy para allá.
Les dedicó un gesto con la mano, y cruzó hacia el otro extremo del castillo para ir al despacho de Dumbledore.
—Bombones de menta —le dijo a la gárgola con voz desganada, quien le hizo el paso por la escalera de caracol.
Subió y tocó la puerta.
—Adelante.
Merlina entró, y estuvo apunto de devolverse, pero Dumbledore le volvió a hablar.
—Quiero que te sientes, por favor —insistió.
Merlina caminó, alicaída, evitando mirar a Snape, que estaba en el asiento contiguo al que iba a ocupar ella, al frente del de Dumbledore. Ambos parecían incómodos. Dumbledore estaba relajado, aunque algo serio.
—Bien. Supongo que saben porque están aquí.
—Señor director, si me permitiera... —comenzó Severus, dándose aires de superioridad.
—Severus —dijo Albus, en tono de advertencia. Snape se calló.
Merlina miró al director, pero no contestó.
—Vamos, que alguien comience —alentó Dumbledore —. No quiero quedarme hasta la noche intentando sonsacarle alguna información.
—Snape empezó todo —se adelantó Merlina, en voz baja.
—Eso es mentira.
—Es verdad, ese día en la lechucería, cuando yo...
—No tiene nada que ver eso, tú empezaste cuando entraste a mi cuarto para teñirme de verde y...
—Pero tú no tienes pruebas de nada...
—Y tú tampoco, ya...
—Escúchenme los dos —indicó Dumbledore enérgicamente, incorporándose —. Ahora no sacamos nada con discutir quién comenzó primero todo esto. Lo quiero dejarles en claro es que deben dejar estas mañas. Realmente es decepcionante la conducta que han tenido, y han formado muchos revuelos en el colegio. Tú, Merlina, tuviste a Peeves una semana haciéndoles daño a los estudiantes, sacando en cara que tú le habías dicho que “mañana podría hacer lo que quisiera”. Y tú, Severus —hizo una pausa, y Snape miró a Dumbledore, con una rara expresión de debilidad —, casi matas a Merlina.
Ninguno de los dos dijo nada.
—Al principio fue todo gracioso, pero han llegado demasiado lejos. Hay que comenzar de cero, y no le estoy diciendo que dejen atrás su enemistad, sino que dejen congelado lo demás, e intenten llevar una relación decente. Dense la mano, por favor.
Merlina se paró de golpe.
—Yo no voy a darle la mano a él —alegó.
—Lo harás, Merlina —dijo Albus con suavidad, pero en sus ojos se vio un destello.
La muchacha puso los ojos en blanco y miró hacia Severus, que permanecía sentado. Merlina estiró el brazo, y el hombre le cogió la mano. Un segundo duró el apretón, o más bien, el roce de manos.
—Bien. Pueden retirarse.
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